En honor de Lakoff
A pesar de lo encorsetado del modelo, la tensión de la legislatura ha estado presente en el debate. Mariano Rajoy parecía tener una obsesión principal: que los voceros de la derecha no le riñeran hoy por haber sido demasiado débil. Y se ha lanzado a repetir todos los tópicos con los que el Partido Popular ha llenado de ruido estos últimos cuatro años. Lo cual ha facilitado a Rodríguez Zapatero asumir el papel de autoridad en ejercicio, aprovechando la ventaja que le da su mayor empatía televisiva.
Un marciano habría adivinado quién era el presidente y quién era el candidato. Si Zapatero quería que los electores más remolones de la izquierda se convencieran del carácter duro y autoritario de la derecha, Mariano Rajoy le ha facilitado la tarea. El Zapatero presidente ha tenido quizás su mejor momento al utilizar los parámetros que el propio Rajoy había establecido en el debate del estado de la nación para valorar su gestión y al utilizar la defensa que hizo de José María Aznar frente a Hugo Chávez cuando Rajoy quiso afearle su política internacional.
No he entendido, sin embargo, por qué no respondió con mayor dureza a la infame acusación de Rajoy que le atribuía haber ofendido a las víctimas del terrorismo. Quizás ha pensado que Rajoy tendrá que tragarse esta infamia. Desde luego, lo que más chirría en los debates es cuando un candidato quiere hacer lo que no sabe hacer. Al remate lírico con que Rajoy ha querido pasar a la historia, el cuento de la niña de su intervención final, sólo le faltaba que le pusiera música José Guardiola.
Lo que no hay duda es que los españoles elegirán entre dos proyectos muy distintos y muy enfrentados. Rajoy ha estado en la onda de la derecha neoaznarista que ha sembrado de catastrofismo el país: un conservadurismo que está empezando ya a despedirse del mundo, empezando por los Estados Unidos. Y Zapatero ha seguido en las coordenadas social-liberales que han sido las suyas. Nada nuevo en el espacio político español.
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