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Las rosquillas del padre Pagola

Si los monasterios masculinos se han especializado a lo largo de los siglos en la destilación de maravillosos licores, como la silenciosa Chartreuse, el gregoriano Bénédictine de Solesmes, el hilarante licor ambarino de Valvanera o los inmortales Aromas de Montserrat (y digo inmortales porque según la etiqueta se elaboran con hierbas de la montaña, pero la montaña ardió y no se interrumpió la fabricación), muchos conventos femeninos de clausura se han dado a la confección casera de confituras y deliciosas pastas de té, que expenden por el casto torno, como las tartas de Santiago de las benedictinas de Compostela, o ciertos pastelillos de unas monjas de Medinaceli que, vete a saber por qué, se llaman "paciencias". Hasta el mismísimo Azaña, a pesar de ser masón, ¡qué horror!, se rindió a la artesanía monástica en su célebre discurso de la madrugada del 14 de octubre de 1931 en defensa de la Constitución laica: "¿Es que para mí son lo mismo las monjas que están en Cebreros [donde un año más tarde nacería Adolfo Suárez], o las bernardas de Talavera, o las clarisas de Sevilla, entretenidas en bordar acericos y hacer dulces para los amigos, y los jesuitas?". Pero he aquí que a la repostería monástica le ha salido una dura competencia con el libro Jesús. Aproximación histórica, del sacerdote José Antonio Pagola, que, según monseñor Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, "se está vendiendo como rosquillas". Y lo asegura a sabiendas de que al hablar así va a contribuir a que se difunda más aún, pero el prelado no puede dejar de denunciar al herético autor, al que tacha de arriano, porque dice que niega la divinidad de Jesús. ¿Arrianos otra vez? ¿De qué habría servido la conversión de Recaredo, forjador de la unidad católica de España, que según el cardenal Cañizares sustenta la unidad política?

"Un Jesucristo plenamente humano entraña una Iglesia comprometida en la historia humana"

Urge desenmascarar cierto seudoespiritualismo que querría una Iglesia preocupada sólo por la vida eterna y las realidades celestiales, pero que esconde un apego a la situación política, social y económica imperante y una hostilidad a toda interpretación del evangelio que amenazara cambiarla, con lo que justifican la acusación marxiana de ser opio del pueblo. Tienen pánico al Jesús histórico, porque un Jesús plenamente humano entraña una Iglesia comprometida en la historia humana. Cristo resucitado muestra las heridas de manos y pies a los apóstoles, que creían ver un fantasma, y come con ellos. Muchos obispos españoles, ante la consulta de Juan XXIII sobre qué temas debería tratar el concilio, respondieron que lo único que había que hacer era intensificar la devoción a la Santísima Virgen y procurar que los sacerdotes fueran santos y no se metieran donde no les llaman.

Al empezar la histórica asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) de Medellín de 1968, que se planteaba el papel de la Iglesia en un continente en desarrollo, el periódico católico y conservador local destacaba al principio en primera página extensas crónicas del evento eclesial, pero cuando se vio apuntar lo que poco después se llamaría teología de la liberación, la crónica de la asamblea fue relegada a un breve espacio en páginas interiores y la portada se dedicó a unas supuestas manifestaciones de una imagen de la Virgen que movía la cabeza y lloraba, como si lamentara el nuevo rumbo de la Iglesia latinoamericana. También en Italia había madonas que lloraban si la democracia cristiana bajaba y subían los comunistas. Y en España, durante la Segunda República, unas profecías falsamente atribuidas a la Madre Ráfols anunciaban que en 1931 sobrevendría una gran catástrofe en España. Más recientemente se ha producido alguna seudoaparición, que la jerarquía ha desautorizado, que ponía en boca de la Virgen María duras palabras contra los sacerdotes progresistas o incluso contra la renovación conciliar. Mucho se especuló con el llamado secreto de Fátima. En 1967, en el cincuentenario de las apariciones, se celebró un congreso en Roma en el que el cardenal Cerejeira, primado de Portugal, saliendo al paso del absurdo de que la Santísima Virgen criticara un concilio ecuménico, dijo textualmente: "No es Fátima que juzga a la Iglesia, sino que es la Iglesia la que juzga a Fátima". En el mismo sentido, el cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, a pesar de ser ultraconservador, desautorizó los rumores sobre el secreto de Fátima y dijo que la vidente Lucía lo había puesto por escrito en una carta al Papa que había entregado a su obispo, el cual, por respeto al alto destinatario, la había cerrado sin leerla y la había enviado al Vaticano, y se había archivado en el Santo Oficio. Al ser elegido Juan XXIII -siguió contando Ottaviani-, le pidió el documento. El cardenal se lo entregó y el Papa, a pesar de que en el sobre se decía que no se podía abrir antes de no sé qué año porque no se entendería, lo abrió, lo leyó, dijo al cardenal que lo había entendido perfectamente, se lo devolvió y Ottaviani lo guardó en "uno de estos archivos del Santo Oficio que son como pozos hondos, muy hondos, de los que lo que entra ya no sale nunca más". Era tanto como decir que no tenía la menor importancia, pero se conservaba por si algún día convenía demostrar la falsedad de ciertas versiones.

En un simposio, en Würzburg, para la preparación de la monumental historia del Vaticano II dirigida por el profesor Alberigo, el diácono del patriarca de Moscú afirmó que en Rusia algunos promueven la Iglesia ortodoxa como un modo de volver al tiempo de los zares. ¿Piensan sólo en el séptimo cielo los que han exigido el misal preconciliar, tachando de protestante el de Pablo VI? ¿Qué es lo que rechazan, la liturgia posconciliar o más bien la doctrina del Vaticano II sobre el papel de la Iglesia en el mundo de hoy, con la libertad religiosa, la renuncia a los privilegios y el reconocimiento de la autonomía de la política y de la cultura? Quisieran reducir a Jesús y a María a un par de cromos hermosos pero inofensivos. Ya en el Nuevo Testamento se previene contra los falsos profetas, pero el mejor criterio para distinguirlos es el del sermón de la montaña: "Por sus frutos los conoceréis". El Jesús del padre Pagola es resultado de muchos años de investigación, de enseñanza y de predicación, y en todas partes su magisterio ha dado óptimos frutos, pues ha hecho conocer y amar más a Jesús y ha impulsado a seguirle con entusiasmo. El año pasado predicó ejercicios espirituales a la comunidad de Montserrat, y no recuerdo yo otro predicador que nos haya causado un impacto espiritual tan fuerte como el suyo. Y no era sólo que hablara del "hombre" Jesús (como le acusan ahora), sino que insistía en que en su compasión por los pobres, enfermos, pecadores y niños era Dios quien se manifestaba como padre amoroso.

Coman, coman sin miedo las rosquillas del padre Pagola.

Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat

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