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A TOPE | Fin de semana
Columna
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Los problemas

Es curioso comprobar cómo te vuelves más consciente de las cosas en cuanto te tocan. Esa es la varita mágica de la sensibilidad.

Uno está enfermo o tiene a algún familiar ingresado y la sanidad se vuelve prioritaria. Conoces a alguien que ha sufrido maltratos y empiezas a abanderar esa lucha (aunque sea por los comentarios que haces cuando te reúnes con los amigos).

El medio ambiente se vuelve importante cuando te van a colocar una incineradora al lado de casa.

La droga es un problema cuando te entra en casa. Hasta que te roban no te preocupas de la seguridad ciudadana...

O las víctimas no existen hasta que conoces la realidad de una de ellas.

¿Quién se acuerda de la falta de agua, si no le han cortado el grifo?

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Y te enteras del drama de los que han sufrido un accidente de tráfico cuando alguien muy cercano lo vive.

La educación nos preocupa al ver que tus hijos no van bien. O la tortura cuando alguien al que conoces te lo cuenta.

El Alzheimer es un problemón si tus padres lo sufren. O la dislexia. O de la falta de vivienda te acuerdas cuando no te llega para la hipoteca.

¿A quién le importa si se recogen las cagadas de perros, si no has pisado un mocordo? Incluso nos damos cuenta lo secos que somos cuando alguien nos trata duramente.

Y si nos paramos a pensar, sucede lo mismo con todos los temas que nos rodean. Por eso es admirable esa gente que sin tener ningún hijo adoptado se preocupa de la adopción, o que meten el problema del Sáhara en su propia casa, o los que colaboran desinteresadamente con los emigrantes, o los que montan una asociación para intentar ayudar y dar compañía a los de la tercera edad que se encuentran solos, o tanta y tanta gente que cree en los terrícolas, apuesta por una sociedad más generosa y por vivir mejor. A esa gente la admiro, respeto y agradezco desde lo más profundo de mi corazón ¡Qué suerte que existan esas personas! Pero cuando piensas en ellos, curiosamente me sucede un fenómeno paranormal, y es que por una asociación irracional, me asaltan las imágenes de todos esos otros personajes anónimos (o no tan anónimos) que cobran indemnizaciones millonarias por dejar sus trabajos, ya de por sí generosamente remunerados. Claro, yo ya entiendo ¿Quién es el guapo que dice "a mí no me paguéis tanto"? Pero ¿quién es el guapo que le paga tanto? ¿Uno mismo? ¿Su primo?

¿Nadie tiene cerca a alguien que gane una cantidad asquerosa e injustificable? Seguro que sí. ¿Y nadie se siente "tocado" por ello? ¡Mecachis, Robin Hood! ¿Qué estás, de siesta?

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