Las momias de Montserrat
Un libro documenta el millar de piezas egipcias del museo del monasterio
Dioses, reyes y momias, incluida una realmente terrible, todo dientes, de un cocodrilo, forman parte de la colección egipcia del Museo de Montserrat. Este notable conjunto, reunido en su mayor parte por el aventurero padre Bonaventura Ubach -un Indiana Jones con hábito benedictino- y depositado en el monasterio catalán, ha sido recogido en el libro La col.lecció egípcia del Museu de Montserrat, editado por el museo y la Sociedad Catalana de Egiptología en el intento más sólido de ordenamiento y estudio de los materiales. El volumen, una verdadera guía-catálogo, incluye una presentación del abad de Montserrat, Josep Maria Soler, en la que éste recuerda que la colección se formó en el contexto de estudio de la Biblia y pone distancias con la egiptomanía: el fondo egipcio de Montserrat es portador del mensaje de la grandeza de la civilización egipcia pero también de su "debilidad" en comparación con la "fe purificada y los valores de espíritu" propios de Israel y de la Biblia hebrea y cristiana. Es normal que el abad sienta cierto desapego ante una colección que incluye alguna figura erótica (un amuleto de piedra calcárea de Baja Época que muestra a un hombre con un gran falo), vasos para vísceras o la momia de cocodrilo.
"Es la colección más importante de Cataluña por el número de piezas, que pasan del millar", explica el egiptólogo Josep Padró, presidente de la sociedad catalana del ramo y autor del prólogo. "El libro era necesario, y eso que aún no es el inventario completo, el catálogo exhaustivo del conjunto, tarea que sigue por hacerse", añade. La idea, impulsada por el egiptófilo Javier Uriach, ha sido mostrar una selección de lo mejor del fondo y con la mayor calidad posible. Padró subraya que las fotos son "fantásticas" e indica: "Se trata de que el público sepa que el museo y la colección existen porque mucha gente ignora la conexión Egipto-Montserrat". El libro contiene textos científicos, pero también de divulgación, con explicaciones para un público general, e incluye un merecido perfil del padre Ubach (1879-1960), responsable del 90% de las adquisiciones (el resto son donaciones), y un relato de sus andanzas equipado a lo beduino y en camello por Oriente Próximo: en las fotos del religioso aventurero la combinación de salacot y hábito es impagable.
"En aquella época lo que hacía Ubach era normal: ibas y comprabas; y él compraba bien, a precios irrisorios", explica Padró. Vaya, ¿y sabía? "No, sabía de la Biblia, pero se dejó aconsejar. Y como la mayor parte de los objetos los compró en el Museo Egipcio de El Cairo, no le engañaban". La colección, juzga Padró, tiene lo más abundante en museos: figuras de dioses, material religioso y funerario, y es más didáctica que sobresaliente. ¿Piezas excepcionales? "Hay alguna, pero llega a la colección con posterioridad a Ubach". Se ve que es casi una tradición dejar al monasterio esas piezas egipcias que se heredan y que a lo mejor son hasta engorrosas, como alguna cabeza de momia que no halla acomodo en el salón. Entre lo mejor, un relieve de una reina de época ptolemaica, un retrato de faraón en diorita negra y de época saíta, un sarcófago quizá del Primer Período Intermedio o una paleta predinástica. En todo caso, "hoy no sería posible hacer una colección como la que reunió Ubach".
Padró señala el contraste entre el éxito y la popularidad del Museo Egipcio de Barcelona y el relativo desconocimiento en que vive el de Montserrat. "La diferencia es que los monjes no saben de mercadotecnia", lamenta.
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