La ceremonia del negro
Desde los tiempos de Felipe II la injerencia del poder en el terreno del bien vestir ha teñido la historia de anécdotas y desaguisados donde el negro ha tenido la voz cantante. El Habsburgo, desde su atalaya de San Lorenzo de El Escorial, promulgó una ley obligando a vestir de negro y con diamantes y azabaches para luego derogarla, prohibiendo el negro y ordenando que todos vistieran de blanco y con perlas; resultado: cada cual se vistió como le dio la gana. Catalina de Médicis también recurrió al negro obligatorio en dos ocasiones: la fastuosa entrada en Lyon y en el "ballet comique" del Louvre.
En Cibeles también el negro ha tendido su manto, su ceremonia tonal que a veces pesa sobre el dibujo y otras intenciones del estilista: Alvarado en sobria sastrería sexual; Andrés Sardá con sus viudas exultantes y algo dominadoras; Juanjo Oliva con la evocación de Odette-Odille (cisne blanco / cisne negro; doctor Jekyll / Mister Hyde) y Ana Locking con un total black muy elaborado y matizado en las materias. "Aunque no lo persigas, el negro siempre dice algo de quien lo lleva": la frase es apócrifa, pero se la han atribuido a Coco Chanel y a Christian Dior, antípodas de una misma fascinación por el anticolor básico.
Encajes y cristal
Entrando en detalles, Sardá asoció sobre un estilismo sencillamente brillante encajes a la antigua con terciopelo y tul topo de cristal, hasta hubo un mono all tatoo con cristales de Swarovski.
Juanjo Oliva empezó con plumas de gallo japonés (blanco) en un tocado ala de cisne para seguir al negro con más gallo japonés culminando en un tonelette bajo, clara alusión u homenaje al ballet. Oliva está madurando con tino, precisión en el dibujo y trabajando sobre los ecos gráficos de la costura francesa de antaño (hubo un new look diorísimo íntegramente interpretado en napa negra: perfecto) y unas "capas de ópera" a lo Balenciaga en tafetán negro que prepararon para su fiesta en raso nazareno. Balenciaga (el nuevo) estuvo presente también en las mangas resaltadas de armadura y una variante de la manguita filipina.
Ana Locking ha hecho su particular exorcismo, y de la desinencia de su firma, arte; tarea dolorosa en solitario de la que sale airosa; gran faralaes vertical y armado, como una ola; un tejido negro espejado que contrasta con las pieles de pelo (boa de zorro ártico, torera masculina de visón rasado, abrigo de cabra tibetana). Hay en Ana un tono melancólico de costura, sus bordados manuales sobre el punto, los cuellos de lentejuelas para el tuxedo, un único estampado de vendas para heridas insondables, como filacterias que relataran la tragedia de la vida. Una belleza conceptual llevada heroicamente a la práctica.
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