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Crítica:ÓPERA | Electra
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El sonido de la venganza

En Electra la escena es absolutamente esclava de la música. La sed de venganza se aprecia en la orquesta con tan salvaje nitidez que es inútil cargar las tintas del horror en la escena, porque la poderosa música de Richard Strauss lo expresa todo: se oyen los gemidos, el dolor, la rabia, los gritos desesperados de Electra clamando venganza. La música refuerza las palabras de Hofmannsthal con asombrosa intensidad. Es Strauss quien explora los abismos del alma de Electra en su más densa y expresionista partitura, quien baña la orquesta con los colores más sombríos, quien ahoga el lirismo con el sonido de la venganza, quien tensa la tonalidad hasta casi romperla en pedazos. Por eso necesita un gran director de orquesta en el foso. Sebastian Weigle lo es, y lo demuestra con creces en el nuevo montaje de Electra coproducido por el Liceo y la Monnaie de Bruselas.

Con Weigle el rendimiento de la orquesta sube muchos enteros. No nos engañemos, para hacer justicia a una partitura de este calibre hace falta una gran orquesta, y la del Liceo no lo es, pero el director alemán sabe sacarle un buen partido y logra niveles de transparencia y refinamiento donde otras batutas naufragan. En su lectura hubo tensión, atmósfera teatral y hasta finuras camerísticas arrancadas al denso tejido orquestal. Y el público les aplaudió a rabiar.

También se llevaron aplausos entusiastas las tres sopranos protagonistas. Deborah Polaski se enfrentó al extenuante papel de Electra con arrojo, inteligencia y musicalidad. Lo cantó bien -mantuvo el tipo, aunque pasó apuros en el registro agudo-, logrando matices de insospechado lirismo en su escena con Orestes. Escénicamente, resulta demasiado rígida en sus movimientos y aún le falta hacerse con el personaje. En su duelo con Clitemnestra las chispas saltaron con la presencia de Eva Marton, una voz ya en el ocaso, muy querida en el Liceo, que salva el personaje a base de histrionismo y derroche temperamental. No se arrugó frente a ellas la joven soprano Melanie Diener, una Crisótemis muy bien cantada, sin fisuras y muy creíble escénicamente.

Las mujeres llevan la voz cantante en esta tragedia: los hombres se limitan a matar o ser matados, cometidos resueltos de forma admirable por el barítono Albert Dohmen (Orestes de potente voz) y el tenor Graham Clark (Egisto).

A Electra ya no le sienta bien el luto. Ahora lo que se lleva es la decadencia y la cutrez de diseño con ínfulas cinematográficas, y en ello se queda Guy Joosten en su puesta en escena, situando la tragedia en un contexto intemporal -el patio de un palacio en horas bajas, feo y ruinoso, por el que pasean guardianas, enfermeras y soldados en celo mientras Electra rumia su venganza blandiendo un hacha-, lo que no deja de ser una propuesta mil veces vista. Al final llena la escena de cadáveres ensangrentados, pero importa poco: los hachazos y los gritos ya han sonado antes con más elocuencia en el foso. ¡Bendito Strauss!

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