La vicepresidenta, pasmada
De la Vega asiste asombrada a la tirantez entre Blanquerías y Moncloa y a los ataques del PP
El 12 de noviembre del pasado año, la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega se encontraba en Valencia para inaugurar la 27ª reunión del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en sus siglas en inglés). Antes de la inauguración, se reunió con el presidente del IPCC, el nobel Rajendra Pachauri. A la conclusión se decidió que las cámaras de televisión y los fotógrafos podrían captar imágenes de la entrevista. Fue entonces cuando, según fuentes de la Moncloa, irrumpió en la sala del Museo Príncipe Felipe una mujer que, a gritos, preguntó quién había "autorizado aquello" (la entrada de los gráficos) para, en tono crispado, añadir: "¡Nos habéis engañado! ¡Creéis que somos tontos! ¡Estáis ninguneando a [Francisco] Camps!" La protagonista de la escena, una responsable del museo, concluyó en tono amenazante: "La vicepresidenta ha roto el protocolo". Fernández de la Vega, como el protagonista de la película de Imanol Uribe, se quedó pasmada.
El entorno de De la Vega cree que el PP ha "contagiado" su "victimismo"
"Es como si lo único que les preocupara fuera el protocolo y no el debate político"
Los antecedentes ya hacían presagiar que la cohabitación no iba a ser fácil
La desconfianza y los recelos son recíprocos entre Madrid y Valencia
No sería la última vez. Los encontronazos por el protocolo nacionalista impulsado por el PP tuvieron su continuación en la clausura de la Conferencia sobre el Cambio Climático, cuando el vicepresidente del Consell, Vicente Rambla, quiso a toda costa intervenir, pese a que se celebraba en la Delegación del Gobierno. Y alcanzó su cima en Roma cuando Francisco Camps se sintió marginado por no haber sido invitado en la cena de homenaje a los nuevos cardenales españoles en la Embajada de España y por no estar situado en un lugar preferente durante la ceremonia de imposición de los anillos cardenalicios. El presidente de la Generalitat encontró un valedor de sus quejas en el nuevo cardenal, el arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco. El protocolo, como es norma en este tipo de ceremonias, se efectuó de acuerdo con las normas del Vaticano, cuyo gobierno decidió la ubicación de las personalidades asistentes al acto.
El lenguaje y la gestualización nacionalista del PP no fueron los únicos hechos que dejaron pasmada a la vicepresidenta. Las dificultades para coordinar su equipo con la gestora que dirige el PSPV desde la calle de Blanquerías de Valencia tampoco dejaron de provocarle asombro. Ahora las dos partes -Moncloa y Blanquerías- se esfuerzan en rebajar la tensión hasta reducirla a un mero problema de entendimiento entre dos equipos que tienen formas de trabajar distintas. Las tensiones, algunas de calado, existieron desde que se confirmó que la vicepresidenta primera del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero iba a ser la número uno del PSOE por Valencia.
Fernández de la Vega aceptó ser candidata por Valencia porque se lo pidió Rodríguez Zapatero y no porque fuera el puesto que más ilusión le hacía. Los socialistas valencianos acumulan derrota tras derrota desde las generales de 1993. Su organización, que ha sufrido todo tipo de problemas, desgarros y tensiones, se mantiene con más voluntad que acierto y la vicepresidenta sabe que el actual responsable máximo de esa organización, el ex presidente de la Generalitat Joan Lerma, no hizo nada por que ella figurase en la candidatura socialista por Valencia en las generales de 1996, cuando ese era su propósito como Secretaria de Estado de Justicia y valenciana.
Los antecedentes ya hacían presagiar que la cohabitación no iba a ser fácil. Y las primeras decisiones de Fernández de la Vega, entre ellas la presencia de un delegado suyo, Vicente Palacios, en la sede del PSPV, fueron recibidas por el aparato de Blanquerías con algo más que recelo. Un miembro de la organización valenciana lo explica así: "Estás en tu casa y, de repente, llega un extraño que te dice que no le gustan los muebles de tu comedor, que hay que tirarlos todos y, después, echarte a ti". La desconfianza es mutua. Además, la vicepresidenta deja claro cada vez que puede que las personas que siente más próximas son la responsable del área económica de la ejecutiva federal del PSOE, Inmaculada Rodríguez Piñero, y el periodista Ferran Bono, que no es militante del partido. Dos personas ajenas al aparato de Blanquerías.
Las desconfianzas y los recelos son recíprocos. Aunque desde Moncloa se insista mucho en que las relaciones son "extraordinarias" y que no tienen "ninguna queja" por el comportamiento de la organización del PSPV, lo cierto es que hubo una época en que las cosas no fueron tan fáciles. Uno de los primeros encontronazos se produjo a raíz de la filtración de un acto en el polideportivo de El Cabanyal de Valencia el pasado diciembre, que al final se tuvo que cancelar ante la posibilidad de un pinchazo. La sensación que se trasladó al exterior fue de fracaso e incapacidad, lo que molestó no poco al equipo de la vicepresidenta. Desde entonces, según fuentes del PSPV, ésta es muy celosa de su agenda para evitar contraprogramaciones del PP y filtraciones indiscretas.
A pesar de los esfuerzos que se hacen desde Moncloa y desde Blanquerías para acercar posiciones y mejorar su comunicación, en el entorno de la vicepresidenta no entienden cómo pueden existir problemas entre la política con mejor valoración en España y la organización (con la Federación Socialista Madrileña) peor valorada del PSOE. Ambos sectores coinciden en que tienen que casar maquinarias y culturas diferentes. En Madrid sorprende lo que denominan el "ensamblaje valenciano" entre sectores políticos, mediáticos, económicos y sociales y tienen la impresión de que en el PSPV la campaña electoral contiene claves precongresuales. "Piensan mucho [los socialistas valencianos] en qué va a pasar en el próximo congreso, cuando es claro que a mejor resultado electoral, más fácil será el tránsito orgánico". Las prioridades en el PSPV nunca han acabado de estar claras, o tal vez sí.
El pasmo se acrecienta con la actitud de candidato del PP por Valencia, Esteban González Pons. Ya los populares advirtieron en su día de que la Comunidad Valenciana iba a ser "el Vietnam de Fernández de la Vega", incluso afirmaron que "encima de cada palmera habrá un vietcong [del PP, se supone, lo que no deja de ser una contradicción] dispuesto a disparar a la vicepresidenta". Y con esta premisa, De la Vega ha asistido asombrada al goteo de descalificaciones por su decisión de empadronarse en Beneixida, pueblo donde pasó parte de su infancia y en la que están enterrados sus padres, o al diálogo de besugos en que se ha convertido la posibilidad de un cara a cara entre los cabezas de lista del PSOE y del PP por Valencia.
"Asombro", "sorpresa", "ojos como platos", son expresiones que no son extrañas en boca del equipo de la vicepresidenta, al que le cuesta entender, además de la cultura política del PSPV, cómo el PP es capaz de convertir en "guerras espectaculares" lo que no son más que cuestiones formales. "Como si lo único que les preocupara fuera el protocolo y no el debate político". El análisis que hacen en el entorno de De la Vega para entender qué está pasando es que "el victimismo que ejerce el nacionalismo del PP se ha contagiado a una buena parte de la sociedad valenciana". Los socialistas valencianos incluidos.
Pasmados.
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