"Mis hijos no son islámicos, ¡quieren vivir la vida!"
Mujer, valenciana y con velo. La hija de un sacristán de la basílica de la Virgen de los Desamparados es hoy la presidenta del Centro Cultural Islámico de Valencia. Amparo Sánchez Rosell (1953), la primera mujer que dirige una entidad islámica en España, maneja con brío su coche por las calles de Valencia, aunque considera "terrible" que haya países árabes que prohíban a las mujeres conducir.
La hija de un sacristán preside ahora el Centro Islámico de Valencia
Ya en la mesa, ejerce de anfitriona en el restaurante de su marido, marroquí nacionalizado español, aconseja hummus (paté de garbanzos con sésamo) y el xarab andalusí (agua de limón con hierbabuena) y explica su disparatada mañana. Desde el hospital Clínico, no ha parado de atender a los periodistas, pero estaba más pendiente de los resultados médicos de una sobrina. Por fin sonríe, y la sonrisa cansada ya no se le borra: tras años de lucha la niña, de seis años, ha superado un cáncer. Para ella, esa es la noticia.
Sánchez está agotada tras pasar dos días al teléfono desde su nombramiento, atiende sin parar las llamadas de los medios, y no entiende tanta expectación. Y casualmente, todo ha ocurrido en la semana en que el PP ha planteado restringir el velo. "Si me prohíbes el pañuelo me estás negando mi libertad". "Lo que hace falta son más mediadores sociales, no prohibiciones". Apuesta por el uso del hiyab, el pañuelo que oculta su pelo, como una opción de "libertad personal". "Pero si hay una mujer a la que se le impone una indumentaria yo la voy a defender".
El uso del hiyab no le ha ocasionado problemas: "Radicales hay en todos lados, y hasta me han dicho que por qué no me vuelvo a mi país, ya ves, a una valenciana", exclama con una risa franca. De hecho, ríe más que come. Su ensalada acaba casi intacta. Pero lo normal es que solo desate a su paso miradas curiosas, sobre todo de los mayores.
La que a los 13 años fuera una hija de María, que iba de voluntaria los fines de semana a dar de comer a los necesitados, pasó al final de la dictadura franquista por un periodo de compromiso político, que la llevó a posiciones comunistas. Luego suavizó su discurso. Sin embargo, mantuvo latente cierto "vacío espiritual". Gran lectora desde la infancia, empezó a interesarse por la cultura árabe española y a frecuentar a musulmanes. "Lo que te rompe los esquemas es conocerlos...". Y en 1996 se convirtió al islam, para ella, una religión centrada "en el amor y el respeto". Otra cosa es que haya "iluminados", una "minoría", que distorsionan la imagen de más de 1.000 millones de personas. "El problema es cuando se utiliza la religión como excusa para martirizar a un pueblo o para dominar a la mujer". Y es debido a ideas preconcebidas, dice, por lo que el islam despierta tanto miedo.
Mientras explica con detalle la composición del babaghanush (un paté de berenjena con sésamo) insiste en la necesidad de erradicar los guetos. Para ella, "un marginado es una bomba de relojería, sea musulmán o cristiano". No hay recetas, dice, pero la pérdida de las raíces es uno de los mayores problemas de los musulmanes. Y también la imposición de la religión a los hijos. Y los suyos, dos jóvenes de 28 y 31 años, hijos de un matrimonio anterior ¿son musulmanes? "No", responde entre carcajadas, "ellos quieren vivir la vida".
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