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Columna
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La batalla del Ebro

Hoy mismo, Majoy, general en jefe del ejército nacionaltrasvasista, hará pública la capitulación de sus posiciones fluviales, que con tanta temeridad como impericia ha defendido. Previamente, Majoy, en la intimidad, practicó la denostada memoria histórica y tuvo conciencia de su estrepitoso fracaso. Unas décadas antes, el sublevado general García Valiño, con otros altos jefes militares, había ganado la batalla del Ebro, que ahora él perdía ostensiblemente, para levantarle una patria ensangrentada, represiva y sumisa al nacionalcatolicismo. Majoy, acuciado por la adversidad, y, en secreto, abominó de algunos mandos de su estado mayor, que, en su enfrentamiento de míseros intereses, lo habían echado, como una piltrafa, a los pies de los caballos de su enemigo. Meditó, aunque tardíamente ya, acerca de sus consejeros más buñoleros que áulicos, Zapullo y Azebón, que con sus cuchilleos en spanglish le transmitían a todas horas las revelaciones del supremo Buhznar, hasta dejarlo hecho un pasmón. Pero lo que nunca esperó ni siquiera supuso el general Majoy fue la dureza con la que se acometieron las legiones populares mañas del coronel Alcaide y las unidades de voluntarios del pelotazo inmobiliario levantino, a las órdenes del gótico Champs. El coronel Alcaide, en un arrebato de celo, amenazó con entregarle el sable al general en jefe Majoy, si salía un solo hilo del Ebro, aunque fuera en los papeles, mientras el mariscal Champs y sus más fieles oficiales garantizaban a sus huestes que reivindicarían a toda costa sus aspiraciones hídricas: vosotros, tranquilos, que pronto veremos pasar las aguas del Ebro por las puertas de nuestros cuarteles. Pero Majoy, que se la juega y sabe por dónde van los tiros, no estaba dispuesto a tolerar más insubordinaciones y les cantó las cuarenta a los disidentes de los voluntarios levantinos, y Champs se envainó la espada y guardó el silencio de la derrota, después de tan ardientes y reiteradas promesas; qué fidelidad al poder la de este sacrificado mariscal. Entre tanto, el coronel campeón Alcaide dijo la mentira que se dice en estos casos: "Tú, ni vencedores, ni vencidos, ¿eh?" Hasta la palabra trasvase se suprimirá en el preámbulo de la capitulación, advirtió cautelosamente Majoy, y en su lugar emplearemos transferencia, que parece más templada. Majoy se rinde acosado por su enemigo y por la crisis interior, que socava sus fuerzas. Y para colmo, se lamentaba el general en jefe, me avisa confidencialmente el Vaticano de que el infierno no es un estado de ánimo, ni chorrada por el estilo, sino quemaduras de tercer grado para arriba, y que a ver qué ungüentos y pomadas me recetan, porque andando las cosas como andan, ya ni se sabe. Solo algún jefe tribal, como el Pimpoll, de las comarcas del sur, se ha echado al monte Benacantil y por allí va haciendo nada, que es lo mejor que sabe hacer. Pero Majoy es consciente de que esta batalla del Ebro la han ganado quienes también debieron ganar la otra. Y que su colega Pissarro no es un artista como su homónimo, sino un pintamonas estentóreo. Y a estas alturas, qué. Nota del autor: cualquier coincidencia no es coincidencia.

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