_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La cabra tira al monte

El súbito descubrimiento y magnificación de la partida de nacimiento de Jaume I, en días de carnaval, llenó las calles de jolgorio y la agenda oficial de excentricidades, como ese comunicado donde se calificaba al añejo monarca como padre fundador de nuestra próxima patria. Afirmación ésta que reclama explicación adicional, para ver dónde queda, si conviene ir a ese sitio o iniciamos el éxodo en busca de otra civilización. Que el programa de festejos fuese literalmente calcado de los actos conmemorativos del 750º aniversario de la demarcación, el 9 de octubre de 1988, es lo de menos. Pero los arranques de flatulencia, tiempo atrás con el Cid y ahora con el conquistador, ya huelen. Tanta fascinación por la edad media explica por qué la cabra tira al monte en esta sociedad de señores y siervos, donde el interés no radica en garantizar la calidad de los servicios públicos que exige la ciudadanía moderna, sino en competir en una subasta para que los contribuyentes eludan el diezmo. Lo del espectáculo de variedades, sin olvidar la brigada cardenalicia y el tedeum jaleado por las autoridades y el sector más beato de la leal oposición, evidencia asimismo las lagunas de memoria que sufre la parroquia a propósito de nuestra colección de cromos. Hace solo 12 años, Rafael Lluís Ninyoles publicó Sociología de la ciutat de València, una pequeña joya editorial discretamente silenciada y convenientemente alejada, ya por aquel entonces, de los principales circuitos de la literatura ensayística. Además de constatar la devastación del tejido cívico asociativo en beneficio de los casales falleros, que tiene su miga, la compilación de indicadores acumulados a lo largo de una década ofrecía una foto pintoresca de las maneras que apuntaba esta aldea tan inclinada al feudalismo. Porque Jaume I ya era el personaje más representativo de Valencia, con un 22% de preferencias entre el censo, seguido de Blasco Ibáñez (19%) y, a mucha distancia, Sorolla (5%) empatado con Lerma, que también pintaba mucho. Y por detrás, el Cid. Más exactamente Charlton Heston, aquel que cabalgaba en 1960 por las playas de Peñíscola a las órdenes de Anthony Mann, porque nadie apostaría por que las andanzas de Rodrigo Díaz de Vivar tuviesen en este callejero más prédica que las obras completas de Marcial Lafuente Estefanía. Que Jaume I fuese más conocido tiene su fundamento en las primeras oleadas de escolarización que cambiaron al héroe Cascorro, al general Moscardó y resto de imaginería de los viejos libros de texto, por otra visión más enraizada de la historia. Por lo que respecta a los monumentos asociados a la identidad urbana, el de Vivar ni aparecía, mientras que el de Jaume I, ese que señala hacia un cajero automático desde un pedestal del Parterre, representaba un triste 3% frente al 37% del Micalet, ahí queda eso. A saber qué pensaría el padre de la patria, si levantase uno de sus dos cráneos sepultados y contemplase cómo cuartearon y urbanizaron su herencia. Tampoco le entenderían, porque desde el primer gran señor hasta el último de sus bufones son analfabetos en la lengua del conquistador.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_