La golfemia, la derecha y las chicas
La golfemia ya no es la que era. No hay lugares para ver pasar la noche entre cócteles, señoritas entretenidas y paellas de Riscal. No hay estrenos en la Gran Vía como los del Palacio de la Música, con las fachadas de carteles del genial Quique Herreros. Madrid era la capital de un país injusto, pero era una ciudad "puñeteramente divertida y barata", en palabras de Ava Gardner.
La golfemia era principalmente de derechas. Aunque no fuera ideológica y admitiera toda clase de conversos, arrepentidos o disimulados. Crecía nocturnalmente amparada por la doble moral de la dictadura. Cuando el ministro Girón llegaba a Riscal, el dueño, Alfonso Camorra, advertía a los habituales: "Hoy cerraremos más tarde porque está el señor ministro".
Madrid era la capital de un país injusto, pero era puñeteramente divertida y barata, según Ava Gardner
Me lo recordaron la otra noche en que fuimos invitados por Esperanza Aguirre, como presidenta madrileña, y Enrique Cerezo, como presidente de Egeda -de fútbol, ni hablar-, a los salones de la que unos llaman Real Casa de Correos. Y que otros llamamos la DGS. Allí se presentaba un libro con los carteles de cine y otras obras importantes de Quique Herreros. Fue un señor educado, de derecha civilizada; trabajó para los liberales republicanos -sobre todo para su amigo Ricardo Urgoiti, creador de Filmófono entre otras muchas empresas-, y fundó, en compañía de aquellos de la otra generación del 27, Neville, Mihura, López Rubio, la generación del humor y la golfemia, esa revista tan necesaria: La Codorniz. Estos señoritos de derechas -y otros que fueron llegando a esa revista audaz y con publicidad- hicieron algunas de las páginas más críticas contra el régimen que habían ayudado a triunfar. Contradicciones muy españolas. Críticos de mañana, cachondos de noche.
En la cena, con veteranas presencias de la vieja y renovada golfemia, y sin Lamela; con la presencia del hijo de Herreros, otro Enrique, y de amigos de edades, periódicos, películas y fortunas diferentes, se recordaron algunas secuencias reales que hicieron famoso a este dibujante, amante de las montañas, las chicas y el cine. Cuando en su despacho de Filmófono re- cibía a las jóvenes aspirantes a actrices, se cerraba con ellas en lo que llamaba su confesionario. Muchas horas de confesionario intentando redimir, a su manera, a algunas jovencitas descarriadas en aquellos años de derrota y pobreza. Nati Mistral re- cordaba sus confesiones con Herreros. Amante de colinas que escaló en su vida y hasta su muerte en los Picos de Europa. Y memorioso de los montes y curvas de Sara Montiel.
Libro singular que nos traslada al tiempo de las montañas nevadas de día y las faldas al viento de noche. La golfemia era como El Corte Inglés ahora: siempre abierta. Qué tiempos. -
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