Los 'surrandis' toman Durango con sus largas narices

Desde el pastor del Gorbea hasta Euskalmet, todos los expertos meteorólogos consultados anuncian para hoy o un tiempo más bien desapacible. Así y todo, en Durango, volverá a salir esta tarde la cuadrilla de los surrandis que, con la comparsa del oso y el domador, recuperan desde el año 2000 los carnavales tradicionales que se celebraron en el pueblo hasta 1936. La lluvia puede hasta ser una buena compañera para este día, por lo menos si se atiende a las crónicas de carnavales a principios del XX.

"Preferentemente persiguen a los niños y las mujeres tímidas"

Con los surrandis se reivindica también el aspecto más transgresor del aratoste, así como la máscara como ingrediente imprescindible del disfraz. Hoy este último aspecto parece en muchas ocasiones secundario, en beneficio de la vistosidad o el exotismo en la indumentaria. Es cierto que hace un siglo los referentes para el traje eran más bien locales, como mucho la indumentaria de soldados de ejércitos extranjeros o el aspecto de buhoneros que, como los caldereros, se impusieron en tantos pueblos. Pero, sobre todo, había que ir con la cara cubierta.

Todos los años, el alcalde hacía público un bando en el que dictaba las normas que se debían seguir durante esos días de carnaval, y la máscara es casi la única protagonista. Así, en el que firmó Benardino de Ercilla en 1893 se podía leer cómo estaba prohibido que un vecino le arrancara la máscara a otro. "Sólo la autoridad podrá mandar quitar la careta al que no guardare el decoro correspondiente, cometiere alguna falta o causare cualquier disgusto en el público". Es más, se señala que el momento para retirarse el embozo llegará con el toque de oración angelical.

Pero los surrandis no respetaban la norma y salían disfrazados dispuestos a hacer el gamberro, sin que la autoridad pudiera con ellos. Su día era el martes de Carnaval o martitzen karnabal. Antes habían pasado eguenzuri, bariku argi, zapatu erregular, domeka karnabal y astelen karnabal. Después de tantas jornadas, el pueblo quizá necesitaba el acelerón final para la fiesta, y ahí estaban esos individuos identificados con una gran nariz que recorrían el pueblo asustando a diestro y siniestro.

Tal y como recoge Jon Irazabal en el folleto Apuntes en torno al carnaval en la villa de Durango (Gerediaga, 1995), Manuel de Lecuona describía así a los surrandis en la revista Euskalerriaren alde, allá por 1927: "Vedlos: allá van corriendo por todas las calles, albarcas en los pies y calzón corto de pastor, los faldones de la camisa al aire y un collar de arranes (cencerros de buey) a la cintura, y en la cara una careta de disforme y descomunal nariz". El espectáculo tenía que sobrecoger en aquellos tiempos oscuros a los piadosos vecinos que salían a la calle en busca de emociones fuertes.

Continúa Lecuona. "Con un chaleco viejo que a modo de tralla agitan en sus diestras, van azotando a toda persona con quien tropiezan; y corren, corren como demonios sin cuidarse que pisan precisamente en todos los charcos de la calle y salpican horriblemente a todos...". Hoy, jornada lluviosa tal y como se anuncia, se presenta como apropiada para que los surrandis ejerzan su labor. "Persiguen preferentemente a los niños y mujeres tímidas, que se defienden huyendo y guareciéndose en el pórtico de la iglesia, abrigo que los surrandis respetan siempre...". Y concluye el cronista: "La autoridad local ha tratado en diversas ocasiones de prohibirles tales correrías, y nada".

Hoy los surrandis, que recuperó el grupo Kriskitin en 2000, son uno de los principales atractivos del carnaval de Durango. Se han trasladado (con el oso y el domador que salían el astelen karnabal) a aquel zapatu erregular que, desde entonces, se ha convertido en extraordinario.