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Columna
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Campañas demasiado calientes

En la mayor parte de los países occidentales, un elector indeciso es el que duda entre votar a un partido o a otro. En la política española, y en la catalana, un indeciso es el que duda entre votar a su partido y no votar a ninguno. La mayor parte de los electores tienen absolutamente elegido y determinado su espacio político. A veces, pueden dudar entre dos partidos que perciben con integrantes de una misma familia: PP o Ciutadans, PSOE o Izquierda Unida, CiU o Esquerra si son de los que creen que existe una familia política nacionalista... Raramente cambian de familia. Por tanto, lo que decide las elecciones no es el trasvase de votos, sino el volumen y el reparto -desigual en las diversas elecciones- de la abstención.

No existe un partido de centro, tal vez porque no existe el centrismo sociológico del que podría nacer

Esta característica de la política española marca las campañas electorales. En ellas, el objetivo esencial es que el propio electorado vaya a votar y, si es posible, que se abstenga el de la competencia. No son campañas destinadas a convencer, sino a motivar. Y mientras que convencer precisa fiarse de los argumentos y situarse bajo el paraguas de la razón, motivar significa normalmente dirigirse a los estados de ánimo y las emociones, crear estímulos y ofrecer motivos que tienen que ver más a menudo con lo sentimental que con lo racional. Incluso cuando, para motivar, se apela a los intereses, suele hacerse más en un tono emotivo que argumentativo.

Ésta me parece una clave de la vida política española. Cuando existe un elector indeciso al que se debe convencer, los partidos tienden a la conquista del centro, a moderar sus posiciones para atraer a los tibios. Cuando de lo que se trata es de convencer a los tuyos para que vayan a votar, para que no se queden en casa, lo que se intenta es subir su temperatura política, su grado de excitación, y para ello conviene dramatizar las situaciones y radicalizar los discursos. Cuando hablas para convencer a los otros sabes que debes argumentar y moderar. Cuando hablas para excitar a los propios, sabes que lo que debes hacer es tensar y calentar. Y si es posible, como efecto colateral, intentar sembrar en el electorado contrario la sombra del escepticismo, a ver si con ello le tienta la abstención. En un campaña electoral -y las campañas duran ahora cuatro años- se combate la abstención de los propios y, si es posible, como segundo objetivo, siempre que no entre en colisión con el primero, se promueve la abstención de los ajenos.

Esta dinámica lleva a la dramatización y a la crispación política. Pero incluso esta crispación tiene un punto de teatral, de engañoso. En determinados temas, la escalada verbal, la confrontación durísima, la hostilidad más explícita, crea paradójicamente una zona de confort, sobre todo para quien está instalado en posiciones más extremas. Hay parejas de partidos que, insultándose mutuamente, se están haciendo de hecho un favor mutuo: cada uno excita a los suyos con la hostilidad de los otros. Hay una especie de reparto de papeles, que funciona especialmente en los temas más emotivos, en los que se dirigen a la temperatura política sentimental. Independentismo y ultranacionalismo español, nacionalcatolicismo y clericalismo, derechona e izquierdona generan muchas veces a través de su colisión una zona de confort en los que unos y otros se encuentran bien, cómodos, movilizan a los propios y se ahorran el trámite farragoso de argumentar.

Pero por muy confortable que llegue a ser esta técnica de movilización de los propios, también tiene riesgos. El resultado son unas campañas electorales demasiado calientes, peligrosas en la medida en que esta alta temperatura se aplica a sustancias altamente explosivas, como son las emocionales. En los fuegos artificiales siempre hay algo del machadiano incendio de teatro, pero a veces explotan de verdad. Y además, esta dinámica en espiral, cómoda para mantener la cohesión de los bloques que ya existen, actúa como impedimento para la creación y consolidación de un espacio real de centro en la política española, en este caso a diferencia de la catalana. En el conjunto español no existe un partido explícitamente de centro, tal vez porque no existe el centrismo sociológico del que podría nacer. Con campañas demasiado calientes, con una política demasiado emotiva, con muchas apelaciones a los sentimientos y pocas a los intereses, no hay espacio para el centro. Y si nos descuidamos, poco espacio para el argumento.

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