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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Calle y corra, jefe

La medalla azul, con el barquito de vela dibujado, que hay a cada extremo de la calle del Mar, de Badalona, sirve para anunciarle a uno, así a lo grande, con gigantismo económico de plástico, que ya ha llegado a ese paseo de comercios aún de gusto modernista, como la farmacia Serentil, e incluso un poco como la farmacia del doctor Surroca; de pastelerías de cristales infinitos y de dulces caprichosos, y de puerta de madera clara, limpia, cristalina; ya digo, un paseo de locales espaciosos, como la droguería Boter, con sus latas de pintura alineadas como guerreros chinos de Xi'an; de tiendas holgadas y antiguas, de cuando aún se consideraba que había sitio de sobras para todo, y hasta para todos (ahora que Duran i Lleida dice en los carteles que "a Catalunya no hi cap tothom"). Pero esta medalla gigante, marina y provinciana, es el símbolo de una Badalona que sólo existe a lo largo de la calle del Mar y que nada tiene que ver con la Badalona palpitante de los pisos patera del barrio de La Salut, o con la de los gitanos y los paquistaníes de Sant Roc, o con la de los chinos de Lloreda, o con la Badalona futura, más publicitada que construida, de la Ciutat Europea del Bàsquet y del gran centro comercial Màgic BDN.

El caso es que en esta Badalona magmática, de más de 200.000 habitantes, en la cual Duran i Lleida cree, contra toda evidencia, que no cabe todo el mundo, sólo hay un cine: el cine Picarol, de modo que lo que uno ve es que en Cataluña las que hasta el momento parecen no caber son las salas de cine.

Al cine Picarol, sobre todo los fines de semana, siguen yendo pandillas de chavales de todos los barrios de Badalona, grupos de 15, de 20 muchachos y muchachas, que a veces ocupan para ellos solos toda una fila de asientos (los chicos a un lado y las chicas al otro) y que van para ver una película, desde luego, pero además han ido para guardar su inacabable cola de sudaderas, de piercings, de pelos revueltos y tiesos de espuma, de gorras de visera, de especulaciones acerca de los institutos de la zona donde preparan mejor para la selectividad y de ocurrencias, de ripios que tienen que rimar, por ejemplo, con la palabra ojete, y que es una cola que atraviesa toda la plaza de la Vila hasta llegar a la boca del antiguo refugio antiaéreo; y además, van al cine Picarol estos chicos y chicas del cinturón barcelonés para comerse luego un bocadillo de salchichas en el frankfurt de la esquina, que es un frankfurt de camareros/barra con gorrito blanco y camareros/plancha con delantal y rasqueta, que van contando las horas que les faltan para dejar de gritar: "Salchichas país, tirolesa, krakoski, malagueña....", y que tiene más de real y necesario que el Francfort espectáculo de la Feria del Libro, donde también se debatió si cabía todo el mundo.

Pero el viejo cine Picarol tiene los días contados hasta este invierno próximo, pues los propietarios han determinado instalarse con 12 salas en el futuro centro comercial Màgic BDN. Al Picarol, que se inauguró como teatro en 1914, el año, por ejemplo, en que Apollinaire empezó a escribir sus caligramas, he querido volver este sábado en un arrebato de melancolía adolescente (fue Apollinaire quien dijo que los hombres no se separan de nada sin amargura, incluso de las cosas que les han hecho desdichados), y así me he visto entre chavales en el estreno de Mortadelo y Filemón. Misión: Salvar la Tierra. Quizá porque no me he quedado conforme con la película, he repasado luego, después de un frankfurt, claro, un par de historietas en mis Supermortadelos, y entonces se me ha echado a los ojos una de aquellas famosas frases: "Calle y corra, jefe". Y de repente he visto en estas palabras el himno de quienes no caben en ninguna parte.

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