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Crédito y descrédito de la política

Joan Subirats

El respeto y la credibilidad que merecen las personas y las instituciones no acostumbran a construirse de manera instantánea o repentina. En épocas pasadas, la personalidad de los políticos, sin ser anecdótica, se difuminaba en narrativas fuertes e ideológicamente muy estructuradas. Hoy es más difícil camuflarse en paraguas organizativos que cada vez abrigan menos. A pesar de ello, no es aceptable que el crédito de los políticos derive esencialmente de su capacidad de inundar los medios de comunicación, día sí y día también, con nuevas y chocantes propuestas, sobre todo si éstas no coinciden con las acciones y los mensajes emitidos de manera sistemática con anterioridad, con el único sostén de su cara o talante más o menos atractivo. Conviene recordar que esta campaña electoral llega en momentos de baja credibilidad de la política y con claros síntomas de agotamiento de la población tras la larga serie de duchas escocesas con que nos han premiado Gobierno y oposición. Resulta hasta cierto punto sorprendente la actual carrera de los dos principales candidatos a presidir el Gobierno en la próxima legislatura en términos de ofertas a cual más espectacular, pero al mismo tiempo poco integrada en mensajes más o menos coherentes y que apunten a estrategias políticas reconocibles. ¿Será porque piensan que sólo así atraen la atención mediático-ciudadana? ¿Expresan una renuncia definitiva a construir escenarios e imaginarios más vinculados a perspectivas ideológicas consistentes?

Merecemos que nos traten un poco más como adultos que se preocupan por su futuro y no como meros compradores

Cualquier conocedor de la realidad española sabe que el interés por la política de los ciudadanos españoles es más bien descriptible. No es un tema nuevo y tiene que ver con muchos elementos, aunque yo destacaría la tradición autoritaria y clientelar del poder en España, que siempre ha tendido a disuadir a la población de su incorporación a los asuntos colectivos, premiando o castigando su fidelidad o su disidencia con favores y agravios de todo tipo. En estos momentos el 70% de la ciudadanía afirma poco o nulo interés por la política (véase el estudio 2633 del Centro de Investigaciones Sociológicas). Sólo el 18% afirma seguir con regularidad las noticias de carácter político. Y si vemos lo que dice la Encuesta Social Europea, sólo Grecia y Portugal nos superan en el número de personas que afirman que no les interesa nada la política. Estamos por debajo de la media europea en temas como la frecuencia con la que se discute de política, la cercanía a un partido político, la facilidad para formarse una opinión política y la confianza en tener influencia en un grupo u organización que se dedique a temas políticos. El sentimiento que predomina con relación a los políticos es la desconfianza (30%), y si añadimos otras sensaciones, como las de indiferencia (19%), aburrimiento (16%) e irritación (8%), la cosa no es muy alentadora. Por otra parte, casi el 60% piensa que el motivo principal por el que se presentan algunas personas a la elección a las Cortes Generales es "el poder y la influencia que se obtiene a través del cargo", mientras que sólo el 18% entiende que los candidatos buscan la "posibilidad de luchar por sus ideales y los de su partido" (véase el estudio 2479 del CIS). Lo aparentemente curioso es que España es uno de los países con mayor presencia en temas solidarios, con notable grado de movilización por motivos políticos (presencia en manifestaciones, recogida de firmas, colaboración con entidades), aunque no destaquemos en cuestiones como las campañas de boicoteo o de compra por motivos políticos o humanitarios. Parece que concentramos nuestra desconfianza en los políticos y en el poder institucional, relacionándolo con prebendas y aprovechamiento individual. Pero ello no influye demasiado en nuestro apego a una democracia tanto tiempo anhelada. Somos demócratas, pero no nos gusta cómo funciona la democracia que nos ha tocado vivir. En Cataluña, el trabajo desplegado por el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat nos indica que los catalanes, si bien mayoritariamente desconfiamos de la política y los políticos, mostramos más preocupación por la política y sus vericuetos, acercándonos más las medias europeas. Aunque, como hemos comprobado en las últimas contiendas, ello no tiene por qué implicar mayores niveles de implicación activa en forma de participación electoral o afiliación partidista.

¿Qué conclusiones sacamos de todo ello y qué tienen que ver con la actual campaña electoral? Desde mi punto de vista, las grandes formaciones políticas han constatado el creciente hartazgo de la ciudadanía con relación a la política institucional y un prominente cansancio tras una legislatura muy polarizada. Ello está conduciendo a tratar de llegar más directamente con derivas muy simplonas y equívocas, como las que se expresan en la carrera por la rebaja de impuestos, o una nueva versión ampliada de la ya famosa promesa de Felipe González y sus "800.000 puestos de trabajo". Lo preocupante es que sólo estamos empezando. Y la cosa puede ir complicándose. No es ajena a ello la excesiva influencia que están teniendo los gabinetes de comunicación y la mezcla de seguidismo y rigidez de muchos medios de comunicación. En uno y otro lado del mercado mediático (formaciones políticas, medios de comunicación...) acaba habiendo especialistas en comunicación, y en ambos lados se parte de concepciones que entienden que sólo simplificando y monetarizando se consigue salir de manera destacada en la prensa gratuita y los demás medios. Si lo que prima es la publicidad, el consumo y la sal gruesa, la consigna acaba siendo "a por el titular" y se propone todo aquello que vaya directamente al bolsillo. El problema es que, en ese escenario, me temo que el margen de maniobra de la derecha española es notablemente mayor, por coherencia con su tradicional defensa del mercado como mecanismo racional de asignación de ganadores y perdedores, y por menores cortapisas ideológicas. Mensaje y envoltorio casan bien, mientras que desde posiciones de izquierda el envoltorio puede acabar teniendo poco que ver con el contenido. Y lo peor es que el poco margen de crédito que le queda a la política institucional y formalizada acabe perdiendo enteros. ¿Cómo conseguiremos recuperar crédito político? La respuesta no creo que sea menos ideología y más cesta de regalos. Y afortunadamente, hoy día la política tampoco se acaba en las instituciones y en los partidos. Merecemos que nos traten un poco más como adultos que se preocupan por su futuro y por el de su comunidad, y no como meros compradores en busca del mejor incentivo material.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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