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Columna
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Tópicos y pastorales

La pasada semana, los obispos del sur, esto es, los de Andalucía, han dado a conocer sus orientaciones pastorales ante las próximas elecciones generales y autonómicas. Un no rotundo exigen para aquellas formaciones políticas que en sus programas electorales incluyan aborto, eutanasia, matrimonio entre homosexuales y la Educación para la Ciudadanía. No piden -dicen- el voto para ninguna formación política, sino que señalan -y quién mejor que ellos por su condición de obispos- lo que consideran el ideario cristiano. Pues, bien, cuando leí estas peticiones, enmarcadas en pastorales, era fácil adivinar que los obispos, una vez más, mostraban su intención de intervenir activamente en las políticas estatal y autonómica. Además, con idéntica facilidad de comprensión, identificaban sus posicionamientos con los del PP. La presencia de obispos en manifestaciones que se han ido dando a lo largo de la legislatura por parte del grupo popular, y otros movimientos civiles afines, -sin ir más lejos la manifestación en apoyo de la familia que tuvo lugar en Madrid en días pasados-, llevan a esta conclusión. Y la verdad es que, dejando a salvo la hipocresía de esconder las siglas por las que se presentan los obispos, nada tenía ni tengo que objetar. Después de todo, y no precisamente con el apoyo de estos representantes o de los que les precedieron, estamos en una sociedad libre; cada uno y cada una y por tanto los obispos en aquel caso, pues en éste la Iglesia deja las mujeres en otro nivel, estamos en una sociedad en la que se ejerce plenamente la libertad.

Sin embargo, lo que ya no se entiende muy bien, incluso resulta incomprensible, es que, con motivo del acto organizado en el Ateneo de Sevilla el pasado lunes para dialogar sobre el pensamiento cristiano, el cardenal Amigo Vallejo haya manifestado que es intención de la Iglesia "vencer el tópico de sus distanciamiento con la sociedad". Que la Iglesia esta distanciada de la sociedad es una realidad y no un tópico. Los tópicos sólo son tales en cuanto que la gente insiste en una idea, no porque sea real, sino porque con su constante afirmación se ejerce presión sobre las personas, haciéndoles tomar como cierto y real lo que no tiene por qué serlo. No es, pues, una idea, ni deriva de una reflexión o de unos hechos, sino un elemento mecánico de coacción con la intención de que cale en la sociedad. Ejemplos, en esta legislatura, hay muchos. Los posicionamientos constantes e irreales sobre el 11-M; atribuir la condición de terrorista a todo un gobierno o considerar que las CC AA que apoyaban unos Estatutos con mayor grado de autonomía han sido tópicos.

Unos tópicos que el paso del tiempo, y la realidad judicial unas veces y la realidad autonómica otras, han dejado al descubierto que eran sólo herramientas utilizadas para hacer coincidir posturas y, de esta forma, lograr un resultado favorable por parte de sus autores, con independencia de que sus ideas sean o no las mismas. No es el pensamiento lo que les une sino la consecución de unos objetivos políticos. En el caso de estos obispos, tratar de conseguir que gobierne un grupo político con el que sea más fácil imponer sus leyes religiosas, o la mayoría de ellas, en la sociedad. No es un tópico, como se afirma, que la sociedad piense que la Iglesia se ha distanciado. Es que se ha distanciado. La sociedad, en general, no asume criterios, eclesiásticos o menos, que obliguen a rechazar el uso del preservativo, el derecho a una muerte digna, el matrimonio entre personas del mismo sexo cuando la Organización Mundial de la Salud -y no los gobiernos de izquierdas- lo aconsejan en las relaciones sexuales; cuando las personas tienen derecho a morir sin sufrimientos añadidos y a unirse y practicar el sexo sin tabúes.

De esto se trata, de saber si queremos contar con una sociedad y con unos políticos cuyas leyes emergen de la propia sociedad o con las de un grupo, por muy respetable que sea y es, que no ha sido elegido democráticamente; que pretende por su solo y único criterio -y sin discusión- legislar, intentando imponer sus leyes en la sociedad hasta para los no creyentes.

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