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Columna
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Atención a la lista

Esperanza Aguirre habrá podido comprobar ayer por sí misma lo baratas que salen aquí las faltas, lo poco que va a pagar ella por la deshonra de unos profesionales de la sanidad madrileña a los que ha calumniado, como ayer mismo dejaban claro los tribunales. Y es que su gran error, quizá por previsible, no radica en esa luminosa declaración de que, para un extranjero, delinquir aquí está tirado, sino en no considerar al tiempo lo barato que le resulta delinquir a muchos españoles, algunos de ellos funcionarios y políticos. De todos los partidos, por supuesto, y también del suyo y no en poca medida. Pero igualmente en este probable error habrá que ser indulgentes con la aguerrida presidenta, porque silenciar la condición de españoles de algunos delincuentes puede constituir un rasgo de afecto patriótico y, no pensar en sus próximos al nombrar a los delincuentes, un mero acto de compañerismo que requiere el reconocimiento en ella de un valor humano incuestionable.

Lo que necesitaban Aguirre y el PP era un buen detector de delincuentes

También hay un matiz en lo que dijo que no han resaltado quienes se resisten a ser justos con ella, y consiste éste en que Aguirre habló de los muchos extranjeros que vienen a delinquir, sin referirse expresamente a los inmigrantes, con lo cual es muy probable que también tuviera en cuenta a la delincuencia extranjera de cuello blanco de la que la presidenta debe tener al menos noticia y, por supuesto, Manuel Pizarro. No sé, además, si Aguirre dijo simplemente que salía barato delinquir o dijo también que le parecía muy mal que saliera tan barato. Pero si el precio al delito lo ha puesto Zapatero, como ella diría sin pensárselo dos veces, ya sabemos la respuesta: le parece fatal. Lo que no sé es si el precio de las fianzas que pone la justicia para que los golfos españoles compren su libertad le parece poco, mucho o un precio de saldo. Ni si las demoras y los laberintos inacabables de la administración de justicia que se dan en algunos casos de presunta corrupción contribuyen a los precios.

No obstante, su lucha por la seguridad, si Mariano Rajoy entra en La Moncloa en marzo, y Pizarro a su lado, seguro que va estar unida a una lucha sin cuartel por la decencia, con lo que es de celebrar que, entrando a valorar los precios del delito, Aguirre no vaya a quedarse en subir la cuota a los extranjeros. Además, teniendo tan localizados como debe tener Rajoy a los compatriotas delincuentes, y si carece de percepción por cansancio, Pizarro le alumbrará ahora, no hay por qué dudar de que subirá también las tarifas a los nacionales para que la capital del Reino pueda limpiar sus cloacas y no celebrar guateques en ellas.

En las declaraciones de Aguirre pudo parecer que unía la idea de inmigración a delincuencia, pero si lo hizo fue por fidelidad a aquellos dirigentes de su partido que desde el tiempo en que gobernaban, y conscientes ya de lo barato que resultaba delinquir en Madrid por entonces, sin que ellos hubieran conseguido evitarlo, venían asociando una cosa a la otra. Lo que necesitaban Aguirre y el PP era un buen detector de delincuentes, una buena máquina de la verdad. Resuelto ese problema, Aguirre va a tener muy fácil en la próxima campaña ser lo concreta que no ha sido: basta con que señale los retratos, con caras muy conocidas para ella, de algunas listas electorales españolas.

Mientras, el por ahora alcalde de Madrid está empeñado en que cada día aumente el número de visitantes de nuestra ciudad y la presidenta no discrepa en este caso de él. No por otra cosa, atenta a las listas de foráneos, dijo lo que dijo. Lo que pasa es que en lugar de ver en ella ánimos de promoción de Madrid en el mundo de los negocios, aunque sea de los negocios turbios, sus adversarios se alteraron en seguida y la tildaron de xenófoba, cuando es posible que a Aguirre le ocurra en este sentido lo que a Ana Botella con lo de homófoba, que no ha pensado en si lo es o no, como acaba de confesar la mujer de Aznar.

Bien es verdad que si los negociantes del crimen hacen caso al reclamo de los anuncios patrióticos de Aguirre, pudiera darse el modelo de sociedad del que Pizarro nos acaba de avisar con grandilocuencia: "La gente y el dinero no van a países donde no se pueda salir a la calle". Y eso es lo que ya debe pasar aquí, como sugiere Pizarro, un señor que no sé si sabe bien adónde va la gente, pero sí adónde va el dinero. De modo que ni los cambios de guardia en el Palacio Real van a ser atractivo suficiente para que los turistas, que no van a poder ni salir de su hotel, se animen a venir.

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