Premio a la sumisión
Los candidatos mayores a las elecciones del próximo 9 de marzo -los Rodríguez Zapatero, Rajoy, Llamazares, Duran Lleida, Ridao, etcétera- están ya en la recta de tribunas de la precampaña. Cada día multiplican sus ofertas en los más diversos planos, lo mismo dan las guarderías infantiles que las rebajas de impuestos, que las devoluciones en metálico a los contribuyentes, que la creación de empleo, las mejoras en la educación o la sanidad públicas o los aumentos de las pensiones. Es la vuelta al marxismo de los hermanos Marx reflejado en la escena del camarote, en Una noche en la ópera, con el añadido sistemático de dos huevos duros.
En esta ocasión, el proceso de las elecciones generales españolas discurre en paralelo con las primarias que se están celebrando en Estados Unidos. Esa coincidencia permite formular observaciones muy interesantes. La primera permite advertir el trabajo previo que allí han de hacer los aspirantes dentro de cada partido para llegar a convertirse en candidatos. En este caso a las presidenciales, pero también, en otras ocasiones, para ocupar un escaño en el Senado, en la Cámara de Representantes o ser presentados a la gobernación de uno de los Estados. Impresiona seguir las campañas de Obama, Hillary o Edward para alcanzar su designación en la Convención Demócrata como candidatos a la Casa Blanca y lo mismo las que llevan a cabo McCain, Giuliani, Romney, Huckabee en el lado del Partido Republicano.
Los líderes se aferran al valor docilidad y son refractarios a la incorporación del talento
En cada una de las circunscripciones, que allí son los Estados como aquí son las provincias, los aspirantes a convertirse en candidatos comparecen para escuchar, para hacerse oír y para someterse a las preguntas y al voto de los electores de su propio partido, que deben darles su apoyo. Tienen que demostrar qué han hecho, cuál ha sido su trayectoria durante los años precedentes, qué iniciativas propusieron, qué leyes votaron, cómo se pronunciaron ante cada una de las medidas adoptadas por el presidente. Aquí somos mucho más expeditivos, nos saltamos a la torera todos esos trabajos. Ninguno de los candidatos que figuran impresos en las papeletas ha tenido que pasar por semejantes escrutinios. Basta con que hayan parecido bien al líder supremo de su formación, asistido para esa decisión por una Comisión Ejecutiva que es hechura suya. Nada hay que justificar ante los electorados, cuya opinión para nada se consulta.
La ex ministra Pilar del Castillo, que se ha visto fuera de las candidaturas del PP, acaba de declarar que "el sistema educativo premia la mediocridad". Una afirmación que viene también al pelo por lo que respecta al sistema electoral, donde el premio a la sumisión lleva al mismo resultado. Se cumple aquello que sostenía Alfonso Guerra de que quien se mueve no sale en la foto. Así se explica, por ejemplo, el descarte de Alberto Ruiz-Gallardón, para quien no ha habido sitio en las listas del PP, o el de otros cuya docilidad ha dejado que desear, con independencia de cuál haya sido el valor probado de sus tareas en el Congreso de los Diputados. Las listas se renuevan, pero nadie explica cuáles son los criterios de renovación o de permanencia. Desde luego, ofende la duda sobre la suerte reservada a los diputados disidentes de la disciplina del partido en las votaciones. Se premia con la continuidad a los culiparlantes y se castiga con la eliminación a quienes actúan con juicio propio.
Se sobrentiende que a las circunscripciones provinciales corresponde acoger con entusiasmo a los personajes de relumbrón que sean enviados desde la cúpula de los partidos en Madrid o en Barcelona o donde sea como cabezas de lista. En el caso de la formación gobernante se prefiere que sea un ministro. Su relación con el lugar es irrelevante. Así, Alfredo Pérez Rubalcaba tanto valía para encabezar la lista por Cantabria la vez pasada como ahora la de Cádiz, aunque tal vez la nueva designación haya tenido en cuenta las especiales relaciones Cantabria-Cádiz confirmadas por el flujo histórico de los jándalos. En todo caso, cualquier murmuración discrepante se acalla con el argumento de que el electorado penaliza las divisiones internas y con los consabidos gritos de unidad en aras de la victoria que se busca.
Tampoco la prensa hace su trabajo a favor del público de a pie. Prefiere la comodidad de seguir los señuelos de las promesas electorales y deserta de la función crítica que requeriría la composición de las listas. Los líderes se aferran al valor docilidad y acaban siendo refractarios a la incorporación del talento. Cuando llegue la sesión constitutiva de las Cámaras lo comprobaremos.
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