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Columna
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Cántico

Manuel Vicent

En todas las universidades de Occidente, alumnos y profesores juntos, desde mitad del siglo XVIII, suelen cantar el himno Gaudeamos igitur para coronar un acto académico solemne. Se trata de un cántico que incita a los estudiantes a gozar de los placeres efímeros de este mundo antes de que sea tarde. Si la visita de Ratzinger a la Universidad La Sapienza de Roma no le hubiera sido negada, la conferencia del Papa acerca de la fe habría sido rematada por este himno epicúreo y nihilista, extraído del tratado Sobre la brevedad de la vida, de Séneca. Alicatado de armiños y terciopelos, con reflejos el oro por todas las partes del cuerpo, Ratzinger hubiera penetrado a pasitos cortos con las pantuflas bordadas en este centro de la ciencia hasta aposentarse en el sitial del aula magna, dispuesto a impartir su doctrina. Con una sonrisa entre tímida y mefistofélica hubiera hablado así a los estudiantes. La prueba irrefutable de la existencia de Dios es el mal, el dolor y la miseria que hay en este mundo. Si Dios no existiera, tanta maldad no sería reparada. Es necesario que haya un Ser Supremo para que remedie esta injusticia después de la muerte. Con este argumento Ratzinger hubiera vuelto a entronizar a Satanás, príncipe de las tinieblas, como el verdadero creador de la Divinidad. Después de elaborar este encaje de bolillos, el Papa con la bendición habría hecho brillar una piedra preciosa sobre todas las cabezas y los estudiantes de la universidad hubieran empezado a entonar su himno: "Alegrémonos, pues, mientras somos jóvenes, puesto que después de la alegre juventud y de la incómoda vejez nos recibirá el seno de la tierra. ¿Dónde están los que antes de nosotros pasaron por este mundo? Nuestra vida es corta, en breve se acaba, viene la muerte velozmente y no respeta a nadie. Vivan todas las vírgenes fáciles y hermosas, vivan las mujeres tiernas, amables, buenas y laboriosas". Atravesando este cántico con resonancias hedonistas, el Papa habría abandonado el paraninfo y en el aire del recinto, al final, hubiera quedado en suspensión la conquista del placer en esta vida caldeado por el fuego del infierno. Que nos sobreviva la belleza será siempre un consuelo, ya que la vida es corta, pero el arte perdura.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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