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Columna
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El ansia de vencer

Antonio Elorza

De haber sido Zapatero gestor de unos grandes almacenes, no es seguro que le interesase la calidad de los artículos en venta. Su única preocupación sería el escaparate. Cada vez de forma más acusada, se encuentra entregado a un ejercicio permanente de publicidad de su propia actuación política, apoyado además casi siempre en la descalificación de la competencia. Última muestra: sus reflexiones panglosianas sobre las maravillas resultantes de su política económica. Todo va hacia lo mejor en el mejor de los mundos. Pero como es obvio que el horizonte se cubre de nubes, hay que adelantarse a la tormenta e introducir el mensaje subliminal de que si ésta llega, la responsabilidad corresponde al líder del Partido Popular. Para justificarlo, se sirve de una falsa evidencia: el optimismo fomenta el progreso económico y el pesimismo lo arruina. Así que el diagnóstico del PP sería la causa de una eventual crisis. Inconsistente. Pero como por su parte Rajoy llevaba tiempo condenando de forma sumaria una política gubernamental con buenos resultados, calificándola sin más de "fatal", Zapatero no encuentra dificultades para ilustrar su exculpación preventiva. Si un cuadro se emborrona en negro, debieran saber los dirigentes del PP, no hay manera de distinguir en él figura alguna.

De existir una causa para que Zapatero siga gobernando ésta es la incapacidad del PP

Consecuencia: de existir una causa para que un hombre como Zapatero siga gobernando la nave del Estado, tras los fiascos de Cataluña y del "proceso de paz", ésta es la incapacidad demostrada en estos cuatro años por el Partido Popular. No supo nunca presentar una crítica razonable, incluso cuando tenía razón (Estatuto catalán, ETA), reconocer lo que de bueno había en las políticas sectoriales del Gobierno, tener sentido de Estado en las grandes cuestiones, aunque sólo fuera al presentar alternativas, y evitar caer en campañas de demagogia tan siniestras como la de la conspiración del 11-M. Con toda probabilidad, una parte del centro está dispuesta a tragar sapos y culebras para evitar que llegue al poder este PP. Sólo le faltaba la entrada en combate de la jerarquía eclesiástica, con el Apocalipsis en la mano, más el adorno sectario de un personaje especializado en deformar las obras maestras del arte bizantino. Peligroso esperpento. Rajoy no ha sabido soltar lastre y lo va a pagar. Cabe apostar que los vacunados contra el PP serán suficientes para otorgar a Zapatero una mayoría heterogénea, aunque sea a costa de adquirir los votos de un PNV que últimamente no escatima esfuerzos para socavar la legalidad constitucional.

A ese fin van encaminados todos sus esfuerzos. Cuentan hasta el último detalle los montajes, como las seis banderas entrelazadas en el discurso ante un auditorio militar. O la manipulación del discurso: no hay "expectativas" de diálogo con ETA, dice, expresión tramposa como lo fuera "el alto el fuego permanente" anunciado por los etarras. Riesgo a asumir, ninguno. Ejemplo, el Congreso de las Víctimas del Terrorismo: si quieren abuchear, que lo hagan a otro. En cambio, si la ceremonia es vistosa y puede contribuir al lustre de la política del Gobierno, hay que promocionarla al máximo, con independencia de su efectividad. Promocionarla y de paso silenciar toda expresión crítica sobre el evento allí donde alcance la mano del Estado. Caso de la Alianza de Civilizaciones, cuyo primer gran foro está a punto de inaugurarse en Madrid.

Tal como está montada, ¿en qué puede contribuir la Alianza a disminuir las tensiones de fondo religioso hoy observables? Sin duda es positivo el esfuerzo por insistir en que no es tiempo de cruzadas ni de yihad, y resulta muy útil crear plataformas a nivel mundial de diálogo entre culturas y religiones. El problema es que la yihad y los impulsos de cruzada, no violenta pero sí impulsada a modo de reconquista interior por Ratzinger, están ahí, y el aura de angelización que viene promocionando la Alianza para toda creencia no sólo desautorizará los intentos de análisis, sino que incluso puede justificar la difusión de falsas imágenes idealizadas del hecho religioso y el establecimiento de la censura, tanto en la educación como en la comunicación social. Tras la imagen idílica del paraíso religioso se dibuja siempre la sombra del inquisidor. La obsesión por combatir la "islamofobia", en vez de hacerlo contra el racismo y los viveros de Al Qaeda, apuntan a esa dirección. Y la realidad quedará fuera de campo. Al director de Al Yazira no se le reprochará en el foro su encuesta aprobatoria del gran atentado de Argel, y al presidente Erdogan, protagonista hasta ahora de una inteligente reconversión democrática del islamismo en Turquía, no se le cuestionará la restricción de derechos y el acoso que sufren allí las minorías cristianas, tema bien documentado hace poco por The Economist. Triunfe el espectáculo.

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