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Reportaje:Debate | LIBROS

¿Existe la literatura universal?

Babelia reabre el debate sobre la existencia de una narrativa global que inauguró Goethe con el término Weltliteratur

El 31 de enero de 1827 Goethe escribió. "[...] Me gusta echar un vistazo a lo que hacen las naciones extranjeras y recomiendo a cualquiera que haga lo mismo. Hoy día la literatura nacional ya no quiere decir gran cosa. Ha llegado la época de la literatura universal y cada cual debe poner algo de su parte para que se acelere su advenimiento. [...]

". Es un extracto de una conversación entre el autor alemán y su secretario J. P. Eckermann (incluida en Conversaciones con Goethe, Acantilado). Goethe acuñó el término Weltliteratur para, según Martín de Riquer, "indicar una idea de una literatura realmente universal, que implica que todas las literaturas del mundo pueden tener el mismo valor y atractivo". El universo literario no parece discutir la autoría del término: Goethe es el progenitor de la "literatura universal".

"Lo que no existe es la literatura nacional, que es un invento del siglo XIX con fines pedagógicos", Javier Cercas
"La literatura no necesita calificativos. 'Universal', por otra parte, es redundante. Total, que no lo sé", Enrique Vila-Matas

Gredos ha reeditado la Historia de la literatura universal de Martín de Riquer y José María Valverde. "Pasen 50 o 100 años la Historia de Riquer y Valverde seguirá siendo valiosa y no perderá del todo su vigencia. Es una foto fija de la literatura realizada por dos grandes autores", explica José Manuel Martos, director de Gredos. En el prólogo, los autores acotan su universo literario: "Este libro pretende ofrecer un claro panorama crítico de las obras que constituyen, simplemente, a toda creación literaria capaz de interesar a un lector de nuestra cultura y tiempo, por encima de barreras nacionales o lingüísticas y de posiciones ideológicas". Es decir, su obra es de una prudente universalidad. "La orientación de los dos tiene el espíritu pedagógico y aspira a idéntica función que la idea de Goethe: ofrecer una biblioteca, suficiente pero nunca completa, a muchos. Quizá ésa sea la mejor definición de literatura universal: una biblioteca para muchos. Así existe todavía en las utilísimas colecciones de fascículos de literatura universal que se venden a buen precio en los quioscos. De allí y de ningún otro lugar, de ese sueño, parcial pero inclusivo, surgen los lectores", asegura Nora Catelli, escritora y profesora de teoría literaria y literatura comparada en la Universidad de Barcelona.

Esta Historia se propone estimular "el apetito de leer" y servir "de mapa en el interminable y maravilloso viaje por la literatura universal". Y Babelia se propone reabrir el debate en torno a la literatura universal. ¿Existe una verdadera literatura universal?

A favor:

"La literatura es, en esencia, universal, como todas las artes. No es que no exista la literatura universal, es que nadie tiene ese conocimiento total, acceso a todas las lenguas y tradiciones que conforman la literatura universal, constantemente cambiante y movediza. Es posible que ni siquiera exista ese interés", Anne-Hélène Suárez Girard.

"Si yo, un bantú que vive en el siglo XXI, vibro con los escritos de Homero, Cervantes, Shakespeare, Dostoievski, Victor Hugo, Ralph Ellison, Chinua Achebe o García Márquez, es porque son historias universales muy bien contadas. Los clásicos del Mundo Antiguo describen, básicamente, el mismo universo que todos sus descendientes: los sentimientos que impulsan al ser humano, llámense amor, odio, ambición, lealtad, traición, bondad o maldad. Sólo que cada época, y cada cultura, lo expresan con rasgos estéticos propios", Donato Ndongo.

"Claro que existe, sí, la literatura universal existe, lo que no existe es la literatura nacional, que es un invento del siglo XIX con fines pedagógicos", Javier Cercas.

En contra:

"No creo en la literatura universal: los libros, los poemas, siempre están escritos desde una posición específica y dirigidos a unos determinados lectores. Esas posturas y lectores pueden ser más o menos poderosos, numerosos, y hoy por ejemplo, asistimos a una literatura escrita para una amplia audiencia de alcance internacional. Pero no podemos ni hablar de literatura universal cuando en África, escribir para el mundo no significa escribir para, por ejemplo, países como Marruecos o Nigeria", Franco Moretti.

"De ninguna manera, nunca debemos hablar de literatura universal. De existir, sería abstracta y sin contenido, a fuerza de querer desprenderse de todo arraigo territorial, de todas sus particularidades. Lo universal es, en realidad, una sublimación de lo particular. Es el caso de los valores del mundo occidental, de autoproclamada validez global, que tienden a generalizarse (universalizarse) en el mundo, o al menos en esos lugares cuyas condiciones económicas y sociales se lo permiten", Édouard Glissant.

"En la actualidad, la idea de literatura universal que sustentó Goethe está muy traicionada, no ha tenido las consecuencias que él quería, no es una piedra angular entre distintos pueblos. Hoy en día el concepto de literatura universal no es una realidad porque se desconocen otras literaturas. El reto de la literatura poscolonial supone desmontar la idea de la literatura universal y deslegitimar su idea unívoca, también existen otras literaturas y hay que dar una visión de ellas. Las literaturas poscoloniales deben hacer de la literatura universal una utopía concreta", Wilfrid Miampika.

Entre ambas posturas, Enrique Vila-Matas: "Existe la literatura universal, pero sospecho que el concepto engloba sólo las literaturas de Occidente: lo que Goethe denominó Weltliteratur o literatura universal. Así que tal vez no existe. Además, la literatura no necesita calificativos. Universal, por otra parte, es redundante. Total, que no lo sé".

En torno a la existencia -o no- de la literatura universal gravita otro concepto, digamos, delicado: el canon. Según Riquer, las obras canónicas deben "tener un interés o un valor aceptados por todo el mundo, por los lectores, por los críticos, y que este interés y este valor se hayan mantenido y perduren a través de los tiempos". Y ninguna época ha escapado a su correspondiente canon. "Lo que ocurre es que el ser humano tiende siempre a acotar y clasificar, a depurar y eliminar aquello que no entiende, para tener la sensación de conocer. Los cánones han parecido necesarios en diversas épocas y culturas, no sólo en la occidental, pero inevitable y lamentablemente imponen un criterio parcial y dejan fuera de la Historia a numerosos autores de valía porque el canon es un espejismo, una fórmula divulgativa para tratar de pactar unos referentes, para dar cierta imagen de una época o para servir a intereses muy alejados de la Literatura como arte. Siempre las grandes potencias económicas tienden a pensar que su propia literatura es la universal. Eso es lo que ha hecho hasta ahora el eje euro-americano", argumenta la sinóloga y traductora Anne-Hélène Suárez Girard. Uno de los ejemplos canonizadores recientes es el polémico El canon occidental (Anagrama), donde Harold Bloom ordenó la anarquía literaria en una selección de 26 autores, desde William Shakespeare hasta Jorge Luis Borges pasando por Emily Dickison y Miguel de Cervantes. "Mimesis, de Eric Auerbach, es un ejemplo insuperable, concebido, a mediados del siglo XX, como repertorio de la sensibilidad literaria europea, desde la Biblia y Homero hasta James Joyce, Marcel Proust y Virginia Woolf. En Mimesis no está todo; pero lo que está permite imaginar o pensar lo que no aparece: eso sugirió uno de sus mejores estudiosos, Edward Said, al mostrar, en Orientalismo, que lo universal casi siempre era sólo occidental. Otro ejemplo es la Historia social de la literatura y el arte de Arnold Hauser; es inclusiva pero parcial, dogmática y a veces torpe, pero brillante, reveladora, insustituible", señala Catelli. Una de las principales críticas de los enemigos de los cánones es su rigidez. "Si me remito a conocimiento de la historia literaria, el canon es extremadamente riguroso. Cada vez leemos menos a autores clásicos, excepcionalmente algunos abandonan las filas del canon, pero apenas ninguno ocupa su lugar", asegura Franco Moretti, profesor de literatura comparada en Stanford. Por su parte, el escritor Tomás Segovia prefiere hablar de dogmas. "Creo que éstos son incluso peor que los cánones. Un canon me parece que nunca podría ser estricto. Es algo vago que el escritor (y el lector) husmean sin poder generalmente definirlo con claridad, de modo que a nadie le corresponde establecerlo. Los dogmas en cambio es bastante visible quiénes los establecen: los que llevan la batuta de la crítica y la moda, los que logran dar más vuelo a sus preferencias o prejuicios, los que destacan por hablar más alto y más autoritariamente que los demás". Éstos, coincide el escritor Félix de Azúa, son el núcleo del problema. "En realidad el problema no es del canon, sino de quienes proponen un canon universal, y suele hacerlo alguien con una vanidad inmensa, como el inepto de Bloom. Los demás no tenemos canon, tenemos simpatías", asegura. Caso que ilustra el mismísimo Vila-Matas: "Yo tengo mi propio canon y, aunque por naturaleza es único e intransferible, hasta me han ofrecido trasladarlo a un libro. Que tenga mi canon personal es consecuencia lógica de mi experiencia de muchos años de lector. El mío es un canon preferentemente voluble, excéntrico y vital. Y si tengo alguna duda, consulto con el profesor Jordi Llovet".

En estos tiempos de world wide web, amazons y kindles es posible asomarse casi a la literatura de cualquier país, sin embargo, el futuro de la literatura universal está teñido de negro. "Vivimos en una sociedad mediática, globalizada y multicultural. La posmodernidad es heterogénea y caótica. Y soy pesimista: los consensos se basarán en correcciones políticas, grupos de presión y criterios ajenos a la calidad literaria tradicional. Si hubiera en el futuro algo parecido a una literatura global va a depender de una suma confusa de todas las limitaciones particulares que acabo de negar: idioma, nación, grupo, raza, género, minoría, continente, etcétera", opina Juan Antonio González Iglesias, poeta y profesor de filología clásica en Salamanca. Suárez Girard comparte su pesimismo. "La traducción ha hecho que las literaturas se influyan, se renueven y enriquezcan, aunque en ese proceso también tiendan en ocasiones a empobrecerse, asemejándose unas a otras y, quizá, a desaparecer. Todo ello forma parte del aspecto dinámico de la literatura universal, cincelado, desmoronado y vuelto a cincelar por las sucesivas generaciones y sus cánones. Para que predomine el lado enriquecedor y renovador sobre el destructor son fundamentales el interés y el respeto hacia el autor; hacia las demás culturas, los estudios de humanidades y el cultivo de la lectura como algo nutritivo y placentero a la vez. Esto que digo son perogrulladas, pero no parece que estén en la onda de los tiempos que corren".

De izquierda a derecha: William Shakespeare, Miguel de Cervantes, J. W. Goethe, Jorge Luis Borges, Homero, Emily Dickinson, J. P. Eckermann, Virginia Woolf, Wole Soyinka, García Márquez y Gao Xingjian.
De izquierda a derecha: William Shakespeare, Miguel de Cervantes, J. W. Goethe, Jorge Luis Borges, Homero, Emily Dickinson, J. P. Eckermann, Virginia Woolf, Wole Soyinka, García Márquez y Gao Xingjian.Loredano

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