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Crítica:Ensayo | LIBROS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fragmentos de Ortega

Antonio Elorza

En principio, el lector puede pensar que se encuentra ante un fornido volumen que le ofrece sólo una sucesión de páginas sueltas de valor desigual respecto de los trabajos acabados que componen los seis tomos anteriores de las Obras completas de José Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1955). Los editores ya advierten al inicio de su nota, sin embargo, que la marginación de estos escritos por el filósofo se debió en muchos casos a su exigencia de pulir los propios textos antes de llevarlos a la imprenta, con "esa postrera soba que no es nada y es tanto". Otras veces se trataba de simples esbozos o de notas para cursos y conferencias. En cualquier caso, es ese mismo lector el que podrá fácilmente apreciar la gran importancia de los fragmentos ahora reunidos, que abarcan desde 1902, cuando Ortega aún no había cumplido veinte años, hasta el tiempo de desengaño político que es la dictadura de Primo de Rivera, en 1925.

Obras completas. Tomo VII, 1902-1925. Obra póstuma

José Ortega y Gasset

Fundación José Ortega y Gasset

Madrid, 2007. 941 páginas. 50 euros

El séptimo volumen reúne escritos ya publicados con anterioridad, pero ahora sometidos a una rigurosa revisión crítica, y 49 textos inéditos. Hay que decir de entrada que el equipo de investigadores, compuesto por siete miembros, que cierra Javier Zamora Bonilla, bajo la supervisión de Juan Pablo Fusi, ha realizado un excelente trabajo, tanto en el análisis de los textos, contrastados con eventuales publicaciones anteriores y con originales a veces corregidos a mano u objeto de tachaduras, como en la determinación de la cronología. Al final del tomo, bajo la rúbrica de "Notas a la edición", todos y cada uno de los textos reciben aquellas explicaciones que hacen posible extraer su cabal significado. Así que no sólo estamos ante una presentación de todos los escritos de Ortega disponibles -a excepción de notas de trabajo, entrevistas y correspondencia-, sino ante las claves para su mejor comprensión.

Un ejemplo: la extensa nota relativa a los escritos inéditos reunidos sobre Pío Baroja, tema que ya estuvo presente en la obra previamente publicada y que respondía a una intención de estudio de conjunto nunca realizado. Cada texto es objeto de un tratamiento que calificaríamos de microscópico y finalmente se opta por recoger los inéditos, más el que ofrece variantes entre lo publicado y el manuscrito. Baroja sigue siendo para Ortega "un alma dispersa", si bien ahora se hace más comprensible la oscilación pendular entre el afecto entrañable y la distancia que mediaba entre filósofo y novelista. La obra barojiana, resume Ortega, "es confusa, confusa como un balbuceo". Critica también su "manía antropológica". Y al mismo tiempo le reconoce como un "hombre egregiamente dotado" que "es el rigor, un montón de cosas espirituales". "Es Baroja, advierte, un fenómeno ejemplar del alma española contemporánea".

Los textos de las conferencias y cursos de carácter filosófico constituyen piezas importantes para reconstruir la evolución del pensamiento orteguiano y completar el cuadro de sus lecturas e influencias. Pero donde la selección adquiere mayor viveza es en los fragmentos políticos. A veces de una o dos páginas, o textos incompletos, que rezuman siempre lucidez e ironía. Los fundamentos de la oposición orteguiana a la "vieja política" de la Restauración afloran de modo inesperado. Así en el homenaje al político liberal Segismundo Moret, a comienzos de 1914, en el Ateneo de Madrid. El lector percibe pronto que a juicio de Ortega no hay nada que elogiar en Moret, que le sirve de pretexto para reflexionar sobre el papel de la juventud y sobre el significado de la duración en política. Claro contraste con las páginas dedicadas a Francisco Giner de los Ríos, unos meses más tarde, con motivo de la muerte del maestro institucionista. "Somos herederos de una época ominosa de la historia española, la Restauración", sentencia. "Ha sido don Francisco Giner el único manantial de entusiasmo que hemos hallado en nuestro camino". Nuevo contraste: la espléndida página consagrada a su experiencia frustrada como candidato a diputado en el feudo de las Alpujarras, dominado por el gran cacique Natalio Rivas. Las páginas sobre su visita a un Joaquín Costa ya decrépito o la vibrante defensa de un Miguel de Unamuno con quien nada le une nos permiten rasgar la cortina del lenguaje de Ortega y penetrar en el mundo casi siempre escondido de sus sentimientos.

En una reseña no es posible seguir paso a paso el cambio en las ideas de Ortega de que dan cuenta los fragmentos. La importancia de sus impresiones juveniles sobre Alemania es, por ejemplo, ya conocida. Vale, pues, la pena leer los textos cuidadosamente, con el acompañamiento de las esclarecedoras notas de los editores. Subrayaría sólo la significación de la conferencia sobre anticlericalismo en la Casa del Pueblo de Madrid, de 1909, donde se ofrecen datos para entender el distanciamiento del joven Ortega respecto de un socialismo al que hubiera deseado acompañar: "Para mí, socialismo y humanidad son palabras sinónimas". Pero enseguida se pregunta: "¿Cómo es que seremos diferentes? ¿Es que vendré yo a ser, a la postre, un antivosotros?". Saint-Simon y Lassalle no eran conciliables con Marx. Y, por fin, hay textos como el de 1917 sobre el fracaso de la huelga de agosto que anuncian ya el repliegue posterior a 1919, sobre el cual de nuevo los fragmentos aportan mayor precisión. Sin duda los nuevos fragmentos, de 1925 en adelante, servirán para insistir en el apasionante ejercicio de entender a Ortega. -

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