¿De las revistas del corazón, al escenario?
Pete Doherty, icono del desfase, deja de lado su leyenda y ofrece en Madrid un concierto correcto y aburrido
Adiós, leyenda; hola, realidad. Todos los que anoche esperasen bronca, locura y desfase en el concierto de Pete Doherty y sus Babyshambles debieron sentirse defraudados. Lo que se vio ayer sobre el escenario de la sala La Riviera de Madrid, en el primero de los conciertos del ex novio de Kate Moss en España, fue un buen concierto de rock ejecutado por una buena banda de rock. Ni caos ni desorden ni sobredosis ni demás imaginería rockera. Sólo canciones. Quizá haya que agradecer la normalidad del concierto a la actitud del cantante británico durante las primeras horas que pasó en España.
En Madrid, primera parada del músico (hoy en Barcelona) no ha habido juergas ni desfases como muchos esperaban. Pasó la noche en el hotel mientras sus músicos salían a cenar a un restaurante céntrico. Ningún televisor salió volando desde ninguna ventana, aunque su visita haya dejado algunas imágenes curiosas como la de un Doherty paseando completamente solo por la Gran Vía de Madrid sólo una hora después de aterrizar en Barajas.
"Da igual lo que haga; él es un dios", decía una 'fan' a las puertas de la sala
Fue en la tarde del miércoles. Su estatura, cercana a los dos metros, y su ropa dejó a los sorprendidos viandantes con la boca abierta. No sólo por ser quien era (algunos lo reconocían), sino por su elegancia. "Iba como un dandi inglés moderno", recuerda Clara, una chica que lo vio pasar. "No iba de estrella, paseaba como un tipo normal. Y parecía bastante tranquilo", recuerda. Elegante, más delgado de lo habitual, Pete llevaba un sombrero claro y un pañuelo al cuello.
Así es la fiebre que él provoca. Ya desde primera hora de la tarde de ayer una veintena de seguidores (muchos con el gorrito pork pie característico) hacían cola a la puerta del recinto. Victoria Ibáñez, de 18 años, que estaba allí desde las doce de la mañana consiguió arrancarle un autógrafo justo cuando Pete entraba a la prueba de sonido. "Pero si es un rayajo de mierda", decía su amiga Lucía cuando lo veía. "Da igual, pero es de Pete. Es dios".
Lo cierto es que este semidiós ha vendido más revistas del corazón que discos, pero sería injusto no adjudicarle mérito musical alguno. Su anterior banda, The Libertines, publicó entre 2002 y 2004 dos álbumes soberbios. Tras la separación de su socio Carl Barat, en su nueva banda, Babyshambles, Pete hace lo que puede. Con 30 años, Doherty ya ha pasado la peligrosa e intrigante cifra de los 27, edad con que murieron otras estrellas excesivas (Hendrix, Morrison, Joplin o Cobain). Pete estuvo muy cerca de que su nombre figurase en la funesta lista. A sus salidas y entradas de los juzgados y de las clínicas de desintoxicación (por su adicción a la cocaína y heroína) se sumaban sus constantes peleas con Kate Moss. Un genio para muchos, un payaso para otros. A Pete le gusta la leyenda que él mismo se empeña en alimentar abriendo las puertas de su casa en Londres: genuina leonera decorada con calcetines usados y pintadas.
En España hemos podido ver a la fiera en sus momentos más confusos. La noche del 1 de junio de 2006, Babyshambles compartía el cartel del festival Primavera Sound con Motörhead. Unos tipos duros. La sorprendente pero exquisita educación de los rockeros estadounidenses contrastaba con el descontrol y desfase de la banda inglesa. Mientras Lemmy, líder de Motörhead, pegaba su verruga gigante al micrófono sobre el escenario para cantar, un misterioso Pete bajaba las persianas de su camerino, del que sólo salía para orinar con los ojos desorbitados. Aquella noche, tras problemas con la policía en el aeropuerto de El Prat, Babyshambles parecía un grupo de aficionados. Una pandilla de colgados sólo capaces de emitir una desordenada maleza de sonido.
Nada que ver con lo de ayer en Madrid. Las dos primeras canciones ya fueron mejores que muchos de sus anteriores conciertos completos. Una aburrida normalidad decora actualmente a los Babyshambles. Quizá porque sus canciones son simplemente correctas y menos interesantes y divertidas que su vida al límite del precipicio. Ante la hora y cuarto de concierto hubo escasas notas de color. Alguien lanzó al escenario un sombrero, un pañuelo palestino y un sujetador. Las dos primeras prendas forman parte del uniforme típico de Pete y de muchas de las 2.000 personas que llenaron La Riviera. Con la tercera prenda íntima el cantante se secó el sudor, porque lo que se dice hablar Pete no habló.
Ayer en Madrid, y al cierre de esta edición (con él nunca se sabe), la calma alrededor de Doherty era la noticia.
Babelia
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