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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Vistas a la Sagrera

Desde el Pont del Treball la vista es desolada. Hacia el norte se abre un inmenso llano de áridos, con grupos de operarios ocupándose aquí y allá de reparaciones menudas. No se aprecia la maquinaria pesada que trabaja en al línea 9, menos aún la que deberá alzar la estación intermodal de la Sagrera. Junto a la ribera de mar del anchuroso barranco circulan los trenes de cercanías, tatuados con juveniles grafitos de extrarradio. Hacia el sur el panorama es metafóricamente más desconcertante y, en consecuencia, más rico. Del lado de montaña resisten a la piqueta viejos pabellones ferroviarios, abandonados desde hace mucho tiempo. Al fondo, en Bac de Roda, el puente de Calatrava, icono de la ingeniería recreativa olímpica. De hecho, es un puente corto, más que el del Treball, pero vistoso como ningún otro con su juego de tirantes blancos. Era la época de "monumentalizar la periferia", ponerla por fin en el mapa urbano. Así se hizo, pero el ensimismamiento posterior impidió que aquel paso franco se convirtiera en punta de lanza de futuras tecnologías del bienestar que habían de ocupar la zona. Década y media después, sigue siendo tierra de áridos, con puntos cada vez más obsoletos y tristes. Al fondo, intratable, se alza el falo de Nouvel, como un monolito con el que juegan los simios sin avistar ningún progreso.

Sin embargo, a escala micro, es obvio que el barrio ha mejorado. El Parc de Sant Martí, junto a la playa de vías -¡bonita combinación de conceptos!-, es un pequeño triunfo de la sensatez, un conjunto armonioso de colinas verdes, punteadas por acacias y palmeras en las que las cotorritas celebran el día con graznidos desafinados. Un estanque de diseño contribuye a dar sensación de amplitud y confort un lugar especialmente denso por la sucesivas oleadas migratorias.

¿Tiene alguien el derecho moral de retrasar una vez más la integración de todo esto en el tejido urbano? ¿Debe Sant Martí esperar todavía mucho para recibir el estatuto de ciudadanía que le corresponde por ley? ¿No debería caérsenos la cara de vergüenza de que todavía no lo tenga? Pues no parece. El trazado del tercer túnel por debajo de Barcelona, pactado en su día entre todas las fuerzas políticas y vital no ya para el AVE, sino para implementar los servicios de cercanías, se ha convertido impunemente en moneda de cambio político. En esto, como en lo de la familia, al parecer mandan los curas, en lugar de las administraciones. Luchan porque el trazado no dañe el Templo del arquitecto de Dios, pero no ven más allá de la fachada del Nacimiento, y a la Sagrera, que le den. Caridad cristiana revisada. Mientras, ciertos políticos se suben a la ola y piden que el tren pase por el Vallès. ¿Por el Vallés? ¿No habíamos quedado que la gran ventaja del AVE con respecto al avión es que te lleva de centro a centro de las ciudades? Pues parece que ni en eso estaban de acuerdo. Y en Madrid, a mar revuelto, ganancia de pescadores: los catalanes no se ponen de acuerdo. Con el agravante de que es verdad. Así pasó con el Born y la biblioteca provincial, así pasa con las cercanías y el AVE. Mientras aquí no nos acabamos de decidir, las inversiones quedan aplazadas sine die. La serpiente se muerde la cola y aún piensa que puede sacar algún beneficio con ello. Es poco lista, la serpiente.

Desde el Pont del Treball, una mañana gris y fría, la reflexión se torna sombría. ¿Es legítima tanta frivolidad? Estos fangos debajo del puente, entre cascotes, basuras y restos de hormigón armado, ¿deberán siempre permanecer ahí? ¿Nacieron en este lugar y ya nunca nadie podrá arrancarlos de aquí? ¿Hay salvación para Sant Martí si antes no nos salvamos de nosotros mismos?

Aquí surgieron las industrias de los senyors de Barcelona, pero se perdieron todas. Hoy están en China. Ni que fuera por respeto a la tierra que en su día acogió esa ilusión de país, ¿no podríamos dejar de hacer el ridículo? Este paisaje agotado merece un trato mejor.

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