"Mi padre se salvó porque Azaña ya había muerto"
A Azaña, entonces ya ex presidente de la República, fueron a buscarlo las tropas de la Gestapo a su residencia de Pylar-sur-Mer el 10 de julio de 1940. Ya no estaba allí. Unas semanas antes había salido en una ambulancia hacia Montauban, en la zona no ocupada de Francia, donde murió el 3 de diciembre de ese mismo año. "Junto a los nazis llegaron dos policías españoles", recuerda Enrique de Rivas, poeta y escritor, hijo de Cipriano Rivas Cherif, el gran director de escena y hermano de Dolores, la esposa del político republicano.
El sobrino de Azaña recoge en un libro de memorias su infancia en el exilio
Enrique de Rivas pasó por Madrid para asistir a la presentación de la nueva edición de las obras completas de su tío. Buena parte de las novedades que contienen proceden de los archivos privados de Manuel Azaña, que los nazis se llevaron de aquella casa aquel día y que no aparecieron hasta 1984 (estaban en la Dirección General de Seguridad). "Los nazis nos trasladaron a todos a Burdeos, pero el único que regresó preso a España fue mi padre. Franco había pedido a las autoridades alemanas que le devolvieran a los caudillos rojos, e hizo una lista de 650 nombres".
A Enrique de Rivas se le enfrío la sopa de cebolla. Se puede intentar tener los mejores modales, pero cuando surgen determinadas historias es imposible dejar de preguntar. "En España los metieron en un calabozo a oscuras durante 100 días. Mi padre, para no perder la noción del tiempo, compuso cada día un soneto. Cuando los sacaron de allí fue para asesinarlos. Cipriano Rivas Cherif, mi padre, era el condenado número 116.000. Fusilaron a Zugazagoitia y a Cruz Salido. Se salvó el que venía después porque lo ayudó Serrano Súñer, y por una cuestión burocrática se salvaron todos los siguientes. A Rivas Cherif lo tenían que haber liquidado el 8 de noviembre de 1940, pero Azaña ya estaba muerto. Qué más les daba ya. Así que lo metieron en la cárcel".
La guerra, el terrible final, los primeros tiempos del exilio, la salida hacia México, el reencuentro con su padre en 1947. Ya pueden desfilar las mejores viandas que con semejante materia de conversación no hay lugar para detenerse en los sabores. Enrique de Rivas, que nació en 1931 y que terminó formándose en México para luego instalarse en Roma (donde vive todavía, ya jubilado) como funcionario de la FAO, termina su segundo plato y lo aparta a un lado. Y empieza a hablar de su libro de memorias (infantiles) Cuando acabe la guerra.
"La memoria hace cosas rarísimas, y tenía miedo de mezclar los recuerdos. Así que conté lo que guardaba de aquel niño que fui: las imágenes. Un coche y unas tablas sobre una zanja y unos milicianos resumen el inicio de la guerra, cuando vinieron a buscarnos a la sierra de Guadarrama. ¿Qué fue la posguerra? Los soldados nazis haciendo esquí acuático en las playas de Pylar-sur-mer. Luego está el abrazo de mi padre a mi madre cuando volvía a España".
¿Volverán de México los papeles de Azaña? Enrique de Rivas no se fía. "Cuando aparecieron los diarios que estuvieron perdidos, el Partido Popular, que gobernaba entonces, los confiscó como si pertenecieran al Estado". No dice más. Terminamos los cafés, salimos al ruido de la calle.
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