El reparto de Bélgica
El país flamenco-valón se juega su existencia tras la solución provisional de la crisis política
Tras 192 días sin Gobierno formalmente constituido, Bélgica inaugura una nueva etapa, si bien provisional, de su vida política a la espera de que a fin de marzo, el país esté reconstituido sobre nuevas bases. Y de lo que ahora se trata, aunque haya nombres casi impronunciables, es de pasar de un federalismo extenso pero precario, a una confederación de flamencos y valones que haga posible el encaje en el Estado belga que el nacionalismo neerlandófono exige incesantemente.
Tras las elecciones del 10 de junio le fue imposible formar Gobierno a Yves Leterme, democristiano de Flandes -y en Bélgica todo es o valón o flamenco, sin que exista lo que el nacionalismo en España llama partidos sucursalistas-, porque los suyos pedían más competencias para su sub-Estado. Y sólo estableciendo esa fecha de caducidad del 23 de marzo ha habido acuerdo para que el primer ministro saliente, el liberal flamenco Guy Verhofstadt, ampliara su coalición a todo el arco parlamentario, incluidos los separatistas neerlandófonos, para dar tiempo a que Leterme apañe un Gabinete que obtenga la confianza parlamentaria. En ese ínterin, Verhofstadt habrá de producir el acuerdo de fondo que permita a Bélgica seguir existiendo, porque, aunque una gran mayoría de valones y flamencos se pronuncia habitualmente contra la partición del Estado, o lo que es lo mismo, la separación de Flandes, no es ningún sentimiento de belgicidad lo que les induce a ello, sino más bien que da mucha pereza y cuesta mucho dinero organizar un divorcio institucional en Europa occidental.
Por ello, las conversaciones que han de dar a luz la nueva Bélgica -y en las últimas décadas ya ha habido varias- de lo que tratan es del reparto de lo que queda del Estado, del manojo de competencias del Gobierno central, exteriores, fiscalidad, defensa pero muy poca, y, sobre todo, Seguridad Social, todavía una sola para todo el país, y que es donde hay recursos a los que echar mano.
Deseemos que esas conversaciones sean fructíferas, porque ninguna sociedad europea se beneficiaría de la desaparición de Bélgica. Pero en caso de que no fuera así, cabe poca duda de que nada de lo que se decida en esas conversaciones permite, seriamente, entrar en comparaciones con la cuestión nacional en España. Bélgica siempre ha sido un Estado artificial.
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