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Reportaje:EL JUEZ SE CONFIESA

La misión del juez tranquilo

Tiene 49 años, glaucoma en los dos ojos, una lesión en la pierna izquierda que le obliga a apoyarse en un bastón y la cansada satisfacción de haber llegado a Cordura. El juez Juan del Olmo se sienta en el patio de un hotel de Rabat y pide un café. Ha venido a Marruecos a interrogar a un sospechoso de haber participado en el 11-M y a tratar de cotejar el perfil genético de otro. Pero también a despedirse. Del Olmo tiene la determinación de dejar lo antes posible la Audiencia Nacional y buscar en su tierra, Murcia, un lugar tranquilo donde seguir ejerciendo su profesión. Por eso acepta hacer algo de lo que hasta ahora ha huido como del aliento de un lobo. Hablar con un periodista. La primera pregunta -la misma que siguen haciéndose quienes le quieren o le odian- es:

Iban a por él. Mejor dicho, irían a por él siempre y cuando su investigación no apuntase hacia ETA
Una frase de su mujer fue definitiva. "No me gustaría empujar un carrito porque te has quedado ciego"
Cuando le flaqueaba el ánimo buscaba la foto de las víctimas. Tenía un compromiso y no las podía abandonar
"Grande-Marlaska tiene una capacidad especial para dar apoyo. Venía al despacho y demostraba su confianza en mí"
Un día, ocultando las lágrimas, estalló: "Contra mí, lo que quieran; pero a las víctimas que no las toquen"

-¿Por qué ha guardado silencio? ¿Por qué ha renunciado a defenderse?

Y es entonces cuando Del Olmo -que suele hablar en voz baja y con una sonrisa triste subrayándole las palabras- cuenta el argumento de una película que vio con 15 años y de la que no recuerda el título, tan sólo que trataba de un hombre corriente obstinado en cumplir su misión. Y de un fuerte en la frontera de Tejas llamado Cordura.

La noche del sábado 13 de marzo de 2004, Juan del Olmo escuchó unos gritos que venían de la calle. Se acercó a la ventana de su despacho en la Audiencia Nacional y miró hacia la calle Génova. Observó a los manifestantes que se acercaban a la sede del PP pidiendo que el Gobierno de José María Aznar contara la verdad. Dice el juez que fue la primera vez que tuvo noticias de lo que estaba ocurriendo en el país. Que hasta entonces -y habían transcurrido ya casi tres días completos desde la mañana de los atentados- sólo había tenido tiempo para recorrer junto a la fiscal Olga Sánchez los escenarios de la tragedia, levantar los cadáveres, atender a las víctimas, ponerse al frente de las investigaciones... La fiscal también se acercó a la ventana de su despacho. Olga Sánchez, una mujer religiosa, conmocionada aún por el horror que acababa de contemplar, hizo un comentario de fastidio por la actitud de los manifestantes, pero ni él ni ella -que no habían tenido tiempo de escuchar la radio o ver la televisión- se detuvieron más en el asunto. A esa misma hora, policías con la firma de Del Olmo en el bolsillo detenían a unos indios acusados de vender unos teléfonos móviles. La investigación adquirió entonces una velocidad de vértigo. Una pista llevó a otra y la detención del dueño de un locutorio de Lavapiés llamado Jamal Zougam supuso la confirmación de que se estaba avanzando en la dirección correcta. "Yo confiaba en los policías, siempre había confiado y no tenía razones para empezar a desconfiar".

A pesar de la determinación del juez, la operación de acoso ya estaba en marcha, aunque Del Olmo -enfrascado en la investigación- tardaría todavía dos o tres semanas en darse cuenta. Iban a por él. O, mejor dicho, irían a por él siempre y cuando la investigación -su investigación- no apuntase en la dirección de ETA. El problema era que cuantos datos llegaban para afianzar las pesquisas -una huella, un ADN, un teléfono móvil que se activa junto a un repetidor- señalaban al terrorismo islamista. No había ningún indicio, ninguna pista, nada que vinculase a unos terroristas con otros. Y, si no había nada, habría que inventarse algo.

Lo que pasó fuera del despacho del juez es de sobra conocido. Un partido político -el PP-, un periódico -El Mundo-, una emisora de radio -la COPE-, un canal de televisión -Telemadrid-, un portal de Internet -Libertad Digital- y una oscura asociación de ultraderecha que hacía de guionista de los anteriores -los Peones Negros- iniciaron una campaña de desprestigio brutal hacia el juez y los investigadores. Pero, ¿qué estaba pasando dentro del despacho de Del Olmo? ¿Por qué durante más de tres años y a pesar de la virulencia de los ataques -en muchos casos de índole personal- desechó el juez la posibilidad de defenderse?

Y es aquí donde -café en el hotel de Rabat- viene a cuento la historia de Llegaron a Cordura. En la película, dirigida en 1959 por Robert Rossen y protagonizada por Gary Cooper, se cuenta la peripecia del mayor Thomas Thorn, un hombre con fama de cobarde que recibe la orden de conducir a cinco héroes hasta el fuerte Cordura para ser condecorados. El desprecio inicial hacia Thorn se convierte poco a poco en admiración. Su integridad tranquila y su determinación por cumplir su misión se sobreponen finalmente al desprecio que recibe de los héroes. Al final, y a pesar de las dificultades de la travesía, el mayor consigue llevarlos a Cordura.

Del Olmo también tiene una misión. Y, como el mayor Thorn, carece de los atributos que adornan a algunos de los héroes de la Audiencia Nacional. A él no le gusta la publicidad, ni el chalaneo con los medios de comunicación, ni la vida social en la cafetería Riofrío. Jamás hace declaraciones ni tampoco maneja el arte del off the record -yo te digo pero yo no te he dicho- ni los réditos que aporta -yo te cuento, tú me tratas bien-. Simplemente, Del Olmo no habla ni hace el paseíllo escalera arriba escalera abajo del juzgado. Se encierra muy de mañana en la Audiencia Nacional y sale muy de noche. Sin tiempo para bajar a almorzar. Si hay suerte, unos sandwiches baratos de Rodilla junto a Luis y Soraya, sus personas de confianza -ya sus amigos- en el juzgado.

Del Olmo tiene prisa por investigar. Sabe que la información que se pierda en los primeros momentos ya no vuelve. Así que, sabiendo cómo se las gasta la Administración, no pierde tiempo en pedir recursos que tal vez nunca lleguen. Intenta hacer de la necesidad virtud. Su despacho -que comparte con otro juez- no parece el lugar apropiado para la intimidad y la discreción que exige el caso. Habilita un rincón de la secretaría para trabajar. Se hace con una mesa incautada en una operación antidroga y con un equipo de música. Y al fondo de un pasillo largo, sin ventanas, rodeado de papeles y con un biombo como única separación del ajetreo de la oficina, Del Olmo trabaja cada día. Cuando tiene que tratar algún asunto delicado con policías o guardias civiles, conecta el equipo de música para disfrazar sus voces entre la música clásica de RNE. Sólo cuando tiene que tomar declaración o asistir a un careo, utiliza su despacho.

-¡Trashorras y Zouhier ya está bien! ¡Así no hay forma!

Dentro intenta poner orden entre los viejos socios que luchan a muerte por hundirse mutuamente. Fuera, arrecia la campaña de descrédito. Algunas de las personas de su entorno -entre ellas su reciente esposa, que vive en Murcia y a la que ve en contadas ocasiones- le aconsejan que se defienda. Pero él no es partidario. No cree que sea su función y, además, duda de su eficacia. Sus compañeros tampoco alzan la voz en su defensa. Ni la Audiencia Nacional ni el Consejo General del Poder Judicial lo hacen. Y, en privado, muy pocos. Por no decir, casi ninguno.

-El juez Grande-Marlaska tiene una capacidad especial para darte apoyo. A veces venía a mi despacho y me preguntaba mi opinión sobre algún asunto que él estuviera instruyendo. Era su forma de decirme que se fiaba de mí, que estaba conmigo. Se lo agradezco mucho.

Durante una hora y media de charla en la capital de Marruecos -Del Olmo rechaza una entrevista al uso, ni grabadoras ni frases textuales-, el juez no dice nada malo de nadie. El periodista le pregunta por sus enemigos y por sus falsos amigos, por quienes utilizaron algún posible error suyo -la excarcelación del sospechoso Saed El Harrak- para cargar contra él, pero siempre saca el cubo vacío. Del Olmo no habla mal de nadie. A nadie. Ni al reportero de EL PAÍS ni a sus colaboradores. Uno de ellos -exasperado por su templanza en los momentos más duros, por su falta de crítica al partido que lo estaba crucificando- le llegó a preguntar en una ocasión:

-Pero bueno, Juan, ¿tú de qué pie cojeas?

-Del izquierdo, ¿no lo ves?- le respondió él tocándose la pierna lesionada con el bastón.

Hubo un momento, sin embargo, que el juez Del Olmo sí perdió la frialdad. Fue al principio de la investigación. El diario El Mundo reprodujo en portada una fotografía donde se veía un cuerpo destrozado por las bombas del 11-M. Había sido extraída de una página web en la que, decía la información, se podían contemplar decenas de ellas. El juez buceó en Internet, ordenó una investigación y dio con los culpables, unos conductores de ambulancia que hallaban placer y tal vez dinero en tan despreciable asunto. Uno de aquellos días, Luis Velasco, el secretario del juzgado, fue testigo de cómo Del Olmo, vuelto hacia una ventana para no enseñar sus lágrimas, decía:

-Contra mí, lo que quieran. Pero a las víctimas, que no las toquen.

El camarero del hotel de Rabat deja la factura sobre la mesa. Del Olmo le pide por favor que le traiga además la cuenta de los escoltas marroquíes que siguen la conversación muy de cerca, y que, durante la noche, no perderán de vista la habitación 501. El juez coge la factura e intenta leerla. Sólo unos meses después del 11-M, el juez empezó a resentirse de la vista. La evolución fue muy rápida. Tuvo que ser operado. Durante el tiempo de baja, y tal vez por un fallo de coordinación entre los jueces Del Olmo, Teresa Palacios -su sustituta- y Gómez Bermúdez -presidente de la Sala de lo Penal-, el preso Saed El Harrak fue puesto en libertad al no prorrogarse el plazo de prisión provisional. Luis Velasco, el secretario de Del Olmo, hizo un informe que refleja muy bien el día a día del juez. "Han sido muchas las noches en vela, los fines de semana sin descanso y el enorme sacrificio familiar y de salud. A ello hay que añadir la desmedida presión a la que todos -pero especialmente el juez y la fiscal Olga Sánchez- hemos estado sometidos. Prácticamente a diario nos hemos desayunado con titulares que ponían en tela de juicio la labor que en este juzgado se estaba desarrollando. Al juez se le detectó un glaucoma en ambos globos oculares que posteriormente aconsejaron una rápida intervención. Intervención que no se produjo, ya que el juez no consideró conveniente tomarse los indispensables días de baja sin haber dictado el auto de procesamiento...".

Hay un momento del escrito del secretario que no tiene desperdicio. Habla de algo que también la fiscal Olga Sánchez denunció recientemente en las páginas de este periódico. La soledad que rodeó a todos los que trabajaron alrededor del 11-M. Tal vez por envidia o quizá por desconfianza -ni que decir tiene que la campaña de descrédito consiguió parte de sus objetivos-, el juez, la fiscal y también muchos de los policías adscritos a la investigación trabajaron entre la frialdad cuando no la hostilidad de algunos de sus colegas. Dice Luis Velasco: "El juez Del Olmo estaba empeñado en dictar el auto de procesamiento dentro de los plazos previstos, quizá por dar respuesta a determinadas presiones -ciertos medios de comunicación habían incluso atribuido al presidente de la sala de lo Penal -Gómez Bermúdez- unas supuestas declaraciones en las que se quejaba de la "lentitud de la instrucción". Del Olmo estaba físicamente agotado, haciendo continuo uso del colirio y pegado a una pantalla de ordenador de enormes dimensiones porque su visión le impedía ya trabajar en una normal. Así fue completando las 1.640 páginas del auto de procesamiento".

La noche antes de dictar el auto de procesamiento, nadie durmió en el juzgado de Del Olmo. "Al día siguiente había que notificar", cuenta Luis Velasco, "el mismo auto a los 29 procesados, a todas las defensas y a todas las partes acusadoras -cerca de 200 copias, unos 320.000 folios-, así que se habilitó la reprografía del Tribunal Supremo para realizar las fotocopias. Se iba imprimiendo una parte del auto mientras el juez redactaba la siguiente...".

Ya es de noche en Rabat. El juez llegó a Marruecos para tomar declaración a un sospechoso e intentar que un preso se dejara extraer el ADN. La legislación marroquí permite que el sospechoso se niegue, y así sucedió en esta ocasión. Del Olmo sabe que, al día siguiente, los medios de la conspiración -que siguen erre que erre pese al varapalo que les supuso la sentencia del 11-M- intentarán ridiculizarlo. No parece importarle. Sí le importó -y de qué manera- una información reciente en la que se le acusaba de aprovecharse del 11-M para pasar cuatro meses en París elaborando un informe. Del Olmo se defendió aportando documentos en los que dejaba constancia de que todo el dinero ganado con conferencia desde hace cuatro años para acá lo ha donado a la Fundación de Víctimas del Terrorismo, y que incluso renunció a los beneficios fiscales que tales donaciones le hubiesen supuesto. Pero, aun así, Del Olmo está sopesando la posibilidad de no ir a París. "Creo que es bueno que mi conocimiento no se pierda. Que si alguna vez -esperemos que no- se produce un hecho parecido, el juez no tenga que empezar desde el principio como lo hice yo, que hayas líneas de investigación que seguir, camino ya hecho". Pero hay otro problema. La información del periódico de la conspiración daba pelos y señales del lugar donde el juez que encarceló a más de 100 islamistas, logró que 29 fuesen juzgados y 22 condenados, tiene previsto trabajar en París. "Eso plantea unos problemas de seguridad tremendos, y mi idea era intentar pasar desapercibido".

El juez Del Olmo tiene decidido dejar la Audiencia Nacional. Lo hace, pese a todo, satisfecho. "He hecho lo que tenía que hacer, y me voy cuando me tengo que ir". Hubo una frase de su mujer que fue determinante. "Haz lo que tengas que hacer, pero no me gustaría tener que empujarte en un carrito porque te has quedado ciego". Y Del Olmo dice que, de quedarse en la Audiencia Nacional, donde ha disfrutado mucho haciendo lo que de verdad le gusta, su vista tal vez no aguantaría. "No creo que pueda seguir mucho tiempo rindiendo al mismo nivel. Yo creo que no es bueno que un juez de instrucción sobrepase la edad de 55 años en el cargo. Para instruir hace falta tensión, reciclaje constante. En cambio, para juzgar se requiere sosiego, experiencia. Hay que adecuar tu capacidad con la función que ejerces. Si no hay equilibrio, es fatal".

Está cansado, pero ni mucho menos triste. La sentencia del tribunal del 11-M daba un espaldarazo a la instrucción y, para desesperación de los conspiradores, descartaba cualquier sombra de duda. Es capaz de extraer los aspectos más positivos del proceso. "Desde el 11 de marzo de 2004 hasta ahora no he recibido ningún toque de ninguna instancia política. O no lo intentaron o alguien hizo muy bien su trabajo estableciendo una barrera para que a mí no me llegaran las presiones". Y, entre todas las cosas, lo que Del Olmo se llevará para siempre a Murcia o donde quiere que vaya es "la entereza de la gente que sufre". Empieza a contar lo que le dijo una mujer, pero se frena. No, no debo hacerlo, se dice.

Sí baja aún más la voz para contarle al periodista que en 15 ó en 20 ocasiones sus ánimos flaquearon, tal vez por la terrible campaña de acoso, por los problemas de salud -durante estos años ha dormido entre tres a cinco horas al día-, pero que siempre que la idea de abandonar se acercaba demasiado, abría su ordenador portátil, buscaba las fotos de los que murieron en los trenes, sus caras sonrientes, sus rostros de gente corriente y madrugadora que un día, aquel maldito día, encontró la muerte en los trenes. Y que después cerraba el ordenador, casi se avergonzaba de su propia duda, de su atisbo de flaqueza. Tenía una misión. Encontrar a los culpables, ponerlos a disposición de un tribunal...

El juez Del Olmo se levanta de la cafetería del hotel de Rabat. Los dos policías marroquíes lo hacen también. Se plantarán delante de la habitación 501 mientras él sigue trabajando, redactando un auto, dejándolo todo listo para quien, dentro de muy poco, lo sustituya en la Audiencia Nacional. El juez instructor del 11-M ha sido, sin lugar a dudas, la parte más indefensa de la campaña de descrédito y mentiras que ha tenido lugar en España en los últimos tres años. Pero se le ve satisfecho. Consciente de que, pese a todo, él también acaba de llegar a Cordura.

El juez del Olmo, con la fiscal del caso del 11-M, Olga Sánchez, durante una concentración en recuerdo de las víctimas de los atentados, el 11 de marzo de 2005.
El juez del Olmo, con la fiscal del caso del 11-M, Olga Sánchez, durante una concentración en recuerdo de las víctimas de los atentados, el 11 de marzo de 2005.EFE

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