Infectado por la literatura
Tras el gesto severo del escritor ruso Alexandr Solzhenitsin, de 89 años, se esconde una larga pasión literaria. La biógrafa Liudmila Saráskina ha buceado por primera vez en un autor hasta ahora desconocido: el niño Solzhenitsin, que a los diez años comenzó a llenar de poemas y relatos las hojas rayadas o cuadriculadas de sus cuadernos escolares de cubiertas estampadas con el retrato y los lemas de Stalin.
Saráskina ha trabajado más de siete años en una biografía del premio Nobel de Literatura de inminente aparición en la editorial Molodaia Gvardia de Moscú. La autora ha tenido el privilegio de contar con la ayuda del Nobel y de acceder de forma exclusiva a sus archivos personales y a numerosos materiales inéditos. A lo largo de numerosas y metódicas entrevistas, Saráskina trabó una sólida relación con el escritor. La biógrafa rastreó en viejos archivos documentos sobre los orígenes familiares de Solzhenitsin, que el escritor desconocía, y logró que el patriarca de la literatura rusa se abriera y le confiara testimonios como sus primeros textos y la correspondencia con su primera y segunda esposa.
"Los biógrafos que me precedieron se interesaron muy poco por los periodos anteriores a 1962, cuando se convirtió en el conocido autor de Un día en la vida de Iván Denísovich. Su interés comenzaba con la fama de Solzhenitsin", dice Saráskina. Al principio el Nobel no comprendía la afición por su infancia, pero la biógrafa le convenció de la importancia de aquella época para entender la gestación del escritor. Su primer relato (La flecha azul), redactado a los 10 años, es una historia de "policías y ladrones" que refleja "una colosal experiencia humana". Solzhenitsin sabía ya "cómo construir el tema y cómo despertar el interés. Y en el momento más intrigante suspendía la narración con el aviso: continuará". Durante una década, "editó un samizdat infantil", una labor que "indicaba en gran medida cómo sería de adulto". "Era escritor, editor y lector simultáneamente. A los 16 años, había planeado sus obras completas y las había editado, manuscritas en cuadernos". Obsesionado por la tirada, el niño solía indicar que aquellas ediciones, de un solo ejemplar, tenían decenas de miles e incluso, en un caso, "un millón" de ejemplares. "Comprendí que esa persona sólo podía ser escritor porque estaba infectado por la literatura", señala Saráskina.
En 1974, Solzhenitsin pudo haber sido desterrado a Verjoiansk, una localidad siberiana denominada el "polo del frío" por ser una de las más gélidas del planeta, si los halcones de la dirección comunista se hubieran salido con la suya. Pero el jefe del KGB, Yuri Andrópov, decidió que le convenía más expulsar a Occidente al molesto autor que exponerse a ser visto como un asesino de corte estalinista.
Cuando Solzhenitsin se convirtió en un desafío al sistema comunista, el Politburó, el órgano de mayor poder en la URSS, se dividió, cuenta Saráskina. Los halcones "querían mandarlo al polo del frío y plantearon que, si la operación para expulsarlo a Alemania no resultaba, sería arrestado y enviado a Verjoiansk, "donde hubiera estado fuera del alcance de la prensa occidental y donde hubiera muerto muy pronto". Andrópov "no soportaba a Solzhenitsin, ni valoraba su obra ni la había leído", pero intervino a su favor. La razón era que el poderoso jefe de los servicios de seguridad de la gran potencia "estaba preocupado por su propia reputación y no quería que le vieran como un alumno de Leonti Beria", el jefe de la policía política de Stalin. "Ya entonces Andrópov se veía a sí mismo en el contexto de la historia mundial y pensaba que llegaría a ser el máximo dirigente del Estado y que si mataba a Alexandr Solzhenitsin, el mundo no le aceptaría. Así que debía mantener un equilibrio entre sus halcones y la opinión publica mundial y por eso debía echarlo y conservarle la vida", señala. Un general del KGB medió con el canciller alemán Willy Brandt para que éste autorizara la llegada del avión con el escritor deportado y aquello le salvó la vida. A Rusia, regresó más de 20 años después.
Celoso de su tiempo, que dedica a escribir, Solzhenitsin vive desde su retorno en 1994 en las afueras de Moscú, donde el presidente Vladímir Putin le visitó este año con motivo del premio estatal que él aceptó, a diferencia de otros galardones oficiales rusos, declinados en 1990 y 1998. "Es el Estado que reconoce y vuelve su rostro hacia Solzhenitsin y no al revés", opina Saráskina. Putin trabajó en el KGB, la institución que persiguió al Nobel, pero esto no empaña la buena relación entre ambos. "Precisamente porque Solzhenitsin vivió el gulag y el estalinismo, la equiparación de Stalin y el gulag con Putin y la Rusia de hoy es, a sus ojos, una herejía y una traición a quienes perecieron en los campos por nada", afirma Saráskina.
La biógrafa considera a Alexandr Solzhenitsin como el "rostro de la literatura del siglo XX", pero no siempre está de acuerdo con él. Ambos tuvieron "gran discusión sobre su afición juvenil por el marxismo". "Yo consideraba que su renuncia al marxismo fue dramática y que tardó mucho en superarlo, porque su atracción por el comunismo era más profunda de lo que él piensa hoy", señala. -
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.