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Columna
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Juego duro

Se trata, al parecer, de un jugador con grandes condiciones deportivas. Un futbolista lleno de virtudes y con un evidente potencial. Lo tiene casi todo, pero según el técnico que esta tarde interviene en la tertulia, le falta algo importante, quizás definitivo: debe aprender a meterle el dedo en el ojo al contrario. De otro modo, el joven jugador tal vez no cuaje nunca y se quede a las puertas del éxito, convertido en eterna promesa no cumplida. No acabo de entenderlo, pero Javier Clemente lo repite: lo que le falta al joven jugador para hacer efectivas todas esas virtudes que sin duda atesora es simplemente eso, aprender a meterle al contrario el dedo en el ojo. El ojo da lo mismo. El caso es que el contrario quede tuerto (de izquierdas o derechas) durante un rato en medio del partido. Importa, a ser posible, que el dedo no se vea, aunque estas cosas no las explica el técnico en la tertulia televisiva que, por casualidad y aburrimiento, estoy oyendo y viendo.

Los 'mingafrías' tienen poco que hacer en fútbol y en política

No sé nada de fútbol, pero el técnico que interviene en la tertulia de televisión que por casualidad escucho supongo que sí sabe de lo que habla, sobre todo después de tantos años de no hablar de otra cosa. Después de un rato oyéndole llego a esa conclusión. Y acabo convencido de que la imagen gráfica del dedo en el ojo no es ninguna metáfora. Para que el joven jugador virtuoso (futbolísticamente virtuoso) alcance la excelencia debe literalmente aprender a meterle el dedo en el ojo al contrario.

De manera que el fútbol (disculpen mi ignorancia) es también, además de manejar con arte y con inteligencia un balón sobre un campo de césped, aprender a meterle el dedo en el ojo al rival. Y si uno no consigue dominar esa técnica (la técnica del dedo en el ojo ajeno) va listo, nunca llegará a nada por más virtudes deportivas que tenga.

Pienso en el joven futbolista y espero que algún día, más pronto que tarde, tome nota del consejo del técnico y se convierta en todo un virtuoso a la hora de meterle el dedo en el ojo a sus rivales. Quizás así consiga salvarse él y salvar a su equipo. Otra cosa sería que el fútbol cambiase, pero por lo que escucho y veo no parece que sea algo probable. En cambio, por lo que escucho y veo, la política tiene que ver (cada vez más que ver) con el fútbol. Veo y oigo la última bronca del Parlamento Vasco. Los mingafrías (término empleado con asiduidad por el técnico antes citado) tienen poco que hacer en política. Da lo mismo que sean mujeres, se diría que incluso hasta da más, es decir, se diría que buscamos una Rosario Dinamitera o una Agustina de Aragón en cada diputada. Las "mujeres con agallas" tienen una gran prensa. Tener agallas, claro, es siempre estar dispuesto a meter nuestro dedo en el ojo ajeno. La política, en fin, es juego duro, y quien no esté dispuesto aceptarlo ya sabe dónde tiene que no estar, es decir, ocupando un escaño.

Desde su escaño, Ibarretxe le ha dicho a María San Gil que se ha convertido en "una faltona", lo cual María San Gil debería interpretar como un halago. Un halago político. Hablar sin acrimonia, en los tiempos que corren, no tiene ningún mérito en política. El ojo de Ibarretxe y el dedo de San Gil estaban condenados a encontrarse. Las interpelaciones parlamentarias de la presidenta del PP vasco podrían realizarse, sin variar un ápice su contenido ni su argumentación, con tono diferente. Pero ¿quién quiere a un futbolista o a una diputada con buenos modos? Los goles, por lo visto, se meten con el dedo. Por eso hay tantos cojos jugando al fútbol y ocupando un escaño.

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