Exteriores inventa un protocolo a la medida
La jaima de Gaddafi, unos 30 metros cuadrados cubiertos de lona verde, está instalada bajo un grupo de árboles, a la derecha del camino que va de la cancela a la puerta principal del Palacio del Pardo. Visible incluso desde el exterior, pero confundida en la maleza, no es el único elemento que se ha tratado de camuflar en esta visita, arropada por los servicios de protocolo del Estado con un ceremonial ad hoc para contentar al caprichoso huésped sin destrozar el sentido común.
Gaddafi no es jefe de Estado ni de Gobierno, su posición oficial es de Guía de la Revolución y, por tanto, no le corresponden los honores de la máxima magistratura. Sin embargo, tras sucesivos anuncios contradictorios que dejaban traslucir una negociación en marcha, ayer fue recibido por el rey Juan Carlos con pompa militar, aunque un tanto recortada con respecto a la habitual en las visitas de Estado.
Para empezar, no se trasladó del aeropuerto a El Pardo en un Rolls-Royce del Patrimonio del Estado sino en un Mercedes más anticuado que antiguo. A su llegada, le esperaba la Guardia Real formada, pero no se había montado la tribuna habitual para las autoridades. De hecho, no hubo desfile. El Rey y su invitado escucharon los himnos desde una tarima; sonaron, eso sí, las salvas de ordenanza y, agotado el ceremonial en pocos minutos, se despidieron en el palacio.
Frío recibimiento
Fue un recibimiento más bien frío. Los dos protagonistas intercambiaron un apretón de manos sin demasiadas sonrisas, y don Juan Carlos presentó a Gaddafi al jefe de la Casa del Rey, Alberto Aza, y al jefe del Estado Mayor de la Defensa, Félix Sanz Roldán. No estuvo presente la reina Sofía, que cuando se trata de visitas de Estado suele acudir a estas ceremonias, y los máximos representantes del Gobierno fueron el ministro de Sanidad, Bernat Soria, y el de Cultura, César Antonio de Molina. En nombre de Exteriores acudió el secretario de Estado para Asuntos Europeos, Alberto Navarro.
Gaddafi, que últimamente cultiva una imagen cuidadosamente desaliñada, con el pelo enmarañado y restos de barba, iba vestido con una gruesa chilaba de color marrón. El dirigente libio se desplaza con tres aviones y un séquito que ha sido calculado en unas 300 personas, si bien nada de eso se vio ayer en El Pardo, donde su comitiva, que incluye matarife y cocinero, pareció más bien exigua.
No dormirá en la jaima sino dentro del palacio. Utilizará su tienda beduina sólo para recibir visitas, como la que le harán esta mañana varios empresarios.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.