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Reportaje:

Jóvenes y mayores, todos pintan

Los programas intergeneracionales proliferan por sus beneficios sociales

Jubilados que acuden a colegios para enseñar oficios tradicionales, adolescentes que dan clases de informática a personas que les cuadruplican la edad, ancianos que comparten su casa con universitarios... Los programas intergeneracionales han pasado ya la fase de experimentación y se ha consolidado como unas iniciativas que pueden aportar beneficios a la sociedad. En la Comunidad Valenciana son escasos, pero empiezan a proliferar.

En estos programas, los adolescentes y las personas mayores congenian sin dificultad. "Son más responsables, se mojan más en el trabajo". Eso ha constatado Nora Arias, estudiante de Bellas Artes de 18 años, tras participar en el programa Generarte, organizado por la Junta Municipal de Russafa y la Escuela de Artesanos de Valencia. Nueve parejas formadas por personas con muchos años de diferencia contribuyeron con sus obras tras tres meses de colaboración a una exposición que plasmó que la sensibilidad artística no entiende de edades. "Una afición en común une muchísimo", asevera la compañera de Nora, Nieves Peris, funcionaria de 57 años, "amante del arte autodidacta". Lo importante fue la convivencia. Y el premio, cuatro óleos con técnicas similares pero temática distinta.

EE UU tiene centros para enfermos de Alzheimer unidos con una guardería

"Desde hace mucho tiempo se sabe que las relaciones nietos-abuelos funcionan muy bien", explica Sacramento Pinazo, que describe una sociedad actual abundante en padres trabajadores y superabuelos a tiempo completo. Pinazo, profesora de Psicología Social de la Universitat de València y experta en programas intergeneracionales, está radiografiando por encargo del Imserso el territorio español para detectar este tipo de iniciativas. Ha contado unas 150, varios de ellos en la Comunidad Valenciana.

En Estados Unidos empezaron con estos experimentos hace 30 ó 40 años. Incluso hay instituciones denominadas Centros Intergeneracionales para Enfermos de Alzheimer, con espacios comunes con una guardería. "Eso aquí es ahora impensable", se queja, tras contar cómo en una reciente escapada americana observó cómo a los mayores se les ilumina la cara viendo a los niños y jugando con ellos, cómo se sienten útiles mientras se mueven o realizan unos ejercicios de psicomotricidad que solos no harían "por miedo a sentirse infantilizados".

"En España estos programas son islas, sin criterios, sin objetivos, sin idea de continuar al año siguiente", se queja. Pese a ello, constata la progresión de este tipo de actividades. Entre los programas, destaca Generarte por su dimensión artística. "Es como mi nieto", explica Sacramento Hernandis, maestra de 77 años, que elaboró un grabado con Adrián Santamaría, de 19 años y estudiante de Bellas Artes. "En este caso, yo aprendí de ella, hacía todo lo que ella me decía". "Después de esta experiencia me compre un tórculo [prensa para hacer grabados] e hice varios trabajos, los tres primeros fueron directos a la basura", reconoce él.

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Pinazo valora la variedad en los programas valencianos. Por ejemplo, más de 16.000 alumnos y 32 personas mayores han participado en Tenemos algo en común, organizado por Pau Education, Pfizer y las consejerías de Educación y Sanidad. Mediante preguntas y respuestas los jóvenes comparan su estilo de vida con el de los mayores en los 40 y 50, cuando tenían su edad.

En los Talleres de la experiencia, organizado en la Universidad de Alicante, mayores y jóvenes intercambian trayectorias, no sólo para conocer cómo se vivía hace décadas sino para que los jóvenes explicaran sus inquietudes. Un programa similar al organizado por la UNED en Ontinyent Dos miradas sobre la actualidad, basado en debates.

En Aldaia y Quart de Poblet, la Escuela de Abuelos enseñaba a abuelos con responsabilidad en la educación de sus nietos. Por su parte, en los campos de trabajo de la Residencia La Florida, durante 15 días al año los jóvenes acampan en el recinto y participan en actividades que benefician a los ancianos y aportan a los jóvenes una visión próxima de la vejez.

Organizado por Caixa Catalunya y con la colaboración del Ayuntamiento de Valencia, la Universitat y la Politécnica de Valencia, el programa Viure i conviure (también puesto en práctica por la Jaume I) facilita el alojamiento en casas de mayores de 65 años a los estudiantes que se comprometan en la convivencia: comprar alimentos, compartir actividades culturales como el cine o el teatro, ver la televisión, acompañar al médico, charlar...

La Asociación de enfermos de Alzheimer de Valencia organiza todos los años una jornada lúdica intergeneracional. La última fue en el jardín de Viveros.

Por último, el programa La Nau Gran de la Universitat, que permite desde 1999 acceder a los mayores de 55 años a las aulas, organiza actividades que también son interculturales al implicar a mayores, universitarios y erasmus extranjeros.

Aunque los estudios de valoración, social y económica, aún son escasos, los beneficios a la sociedad son enormes. Por un lado está el ahorro a la sanidad pública por una mejor calidad de vida en la tercera edad. Esto se denomina "envejecimiento activo". Pero luego está el "envejecimiento productivo", que sería, en palabras de Pinazo, "yo me formo, yo mejoro, yo crezco, pero para dar a los demás algo".

Ganas de volar

El martes 4 de diciembre se entregaron los premios del programa Tienes una historia que contar, en el que participaron varias universidades, Caixa Catalunya y la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España. Hasta 900 estudiantes de periodismo narraron en 1.000 palabras la historia vital de una persona mayor, con un premio de 6.000 euros al mejor trabajo. Se lo llevó Alberto Caballero (28 años), que narró cómo Antonio Ballesteros, de 65 años, halló a los 10 una representación femenina de la República, con un pecho al aire, detrás de un cuadro de la Virgen María. Tras pasearse con ella por todo el colegio, un maestro le conminó a dejarla en su sitio y no decir nada. Gracias a este relato Caballero viajará al Machu Pichu, su sueño. El de Carmen Ochoa (88) era volar. Y lo hará, pues Paz Palau (27), obtuvo el premio de 3.000 euros por su relato sobre la trágica trayectoria vital de Ochoa. Alexandre Martínez Orts (18) cobrará 2.000 euros por contar la bella anécdota de Ángeles Vicent (81): la irreal visión de una aurora boreal desde Cheste en 1937. Su premio ahora es ir a una ópera.

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