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Reportaje:ARTE

Una galería hasta en el retrete

Carnicerías, pisos, garajes, autobuses abandonados, cementerios... Cualquier sitio es bueno para mostrar propuestas de artistas emergentes o consagrados. Son otros museos con otras paredes.

Lo que a primera vista parece un autobús abandonado no tiene por qué serlo. Así se constata en México DF, donde existe un vehículo con nombre propio: Galería Trolebús. En el año 2000, el Gobierno japonés regaló al mexicano 15 viejos autobuses para que fueran utilizados como espacios culturales. El proyecto tuvo escaso éxito, pero Ariadna Ramonetti, una joven historiadora del arte, pensó que el autobús "podía funcionar como un espacio para exhibir proyectos artísticos de carácter público". Tres años después, Trolebús es un espacio de arte sin ánimo de lucro que ha invitado a una quincena de artistas a intervenirlo con proyectos pensados para él.

El caso de Trolebús no es único. Los espacios autogestionados llenan un hueco antes inexistente entre el museo, las instituciones públicas y las galerías comerciales, y están proliferando paulatinamente desde principios de los noventa por todos los rincones del mundo. Por poner un ejemplo cercano: en Madrid, en los últimos siete años ha surgido una veintena de estos proyectos; el último, Espacio Frágil, en el minúsculo escaparate de una antigua tienda convertida hoy en bar de copas.

"Aburrimiento frente al notorio desierto cultural que veíamos a nuestro alrededor". Así de tajante se muestra Joaquín García, director de Doméstico, una de las propuestas pioneras en nuestro país, al referirse a las motivaciones que le llevaron a él y a un grupo de comisarios independientes a fundar este espacio expositivo periódico y mutante en el año 2000. Por Doméstico han pasado artistas que luego se han revelado fundamentales, como Jesús Palomino o Rogelio López Cuenca. La idea era "ofrecer al artista la posibilidad de trabajar sin los condicionantes historicistas de los museos ni los comerciales de las galerías", y a día de hoy resulta sintomático que, por ejemplo, el artista Ibon Aramberri realizara allí en 2004 una pieza, germen de la que ha presentado este mismo año en la Documenta de Kassel. Su ubicación en pisos alquilados, estudios, garajes o incluso una antigua academia de idiomas se convirtió en el marchamo de la experiencia, dado su rotundo éxito de público.

El lema "pasarlo bien, tanto nosotros como el público visitante" no tiene por qué chocar con la seriedad de la propuesta. En el fondo, que estas actividades se realicen en lugares poco habituales no deja de ser parte de su atractivo.

En Londres existe un pequeño pub de aspecto tradicional, pero contenido avanzado. En el George & Dragon, mientras trabajaba como camarero, el comisario y artista mexicano Pablo León de la Barra fundó hace dos años el White Cubicle Toilet Gallery, una galería de arte dentro del baño del bar. Por las reducidas cuatro paredes de este espacio han pasado artistas como Terence Koh, Federico Herrero o Wolfgang Tillmans, pero también emergentes como Deborah Castillo. "Buscamos propuestas no convencionales, y rechazamos aquellas que puedan funcionar en cualquier otro espacio", comenta el comisario. "Se trata de acercar el mundo del arte a un público muy local".

Para Mario Canal, la intención es distinta. Este periodista y comisario español vive a caballo entre Madrid y París. En 2005, de paseo por los alrededores del Palais de Tokio de la capital gala, tropezó con un pasaje peatonal subterráneo en condiciones de notorio abandono. Así surgió Passage Souterraine Guerrilla Gallery, al principio sin ningún presupuesto porque "quería demostrar que el dinero no es el auténtico motor del arte". Ha propiciado acciones ilegales, como el envío de pasaportes españoles a Francia para su exhibición en las paredes del pasaje, obra de Rubén Santiago. Menos crítico y más convencional, en Berlín nos encontramos con una antigua carnicería, hoy reconvertida bajo el nombre de After the Butcher, nacido en 2006 bajo la batuta de Thomas Kilpper y Franziska Böhmer. El fin de esta utopía del arte lo ha certificado un artista español en uno de los proyectos más radicales y extraños de los últimos años: el Cementerio del Arte de Morille (Salamanca). Esta idea del agitador Domingo Sánchez Blanco es en sí un espacio, pero también una pieza conceptual. En su inauguración se enterraron las cenizas del pintor y erotómano francés Pierre Klossowski y un Pontiac utilizado para una performance de Javier Utray. "La idea es una parodia trágica", confiesa Sánchez Blanco. "Crear un museo mausoleo donde enterrar esos proyectos desubicados en la vida de cualquier artista".

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