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Columna
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El agua

Ha sustituido al fuego como objeto totémico de adoración y en torno a ella se trenza por aquí la danza del cortejo electoral. Su carencia estrangula Gaza, buena parte de África y desaconseja el (sin embargo) aprobado Manhattan de Cullera; dicen que causará la próxima guerra mundial, pero de momento es un arma poderosa, dulce la desalada aunque con sabor a mar en los grifos palestinos, donde el elemento imprescindible, ahora emponzoñado, hace enfermar e incluso mata.

En pijolandia irrumpieron hace un tiempo las "cartas de agua". De este modo, por tan solo un ojo de la cara, una especie de sumiller te indica si la de la botella panzona es el no va más en bondades organolépticas o si la de aquella cuadrada se distingue por su fotometría y conductividad en retronasal. Luego la escanciará con prosopopeya, para que la cates con el meñique convenientemente tieso.

Aguas minerales, qué invento. Qué grandísimo negocio para algunos, qué tremendo timo para otros y qué enorme dispendio medioambiental. Los norteamericanos ya hicieron sus números y se echaron las manos a la cabeza al comprobar los millones de barriles de petróleo que son necesarios para fabricar y transportar tantas botellas de plástico, de las que sólo una cuarta parte son recicladas. Según donde, se han arbitrado soluciones parciales: una podría ser el cobro de unos céntimos por envase para garantizarse su retorno; otro, las botellas biodegradables hechas de maíz. Pero sin duda los más prácticos son los ayuntamientos que, como en Nueva York y San Francisco, promocionan el consumo de agua del grifo incluso impidiendo que en sus oficinas administrativas se instalen dispensadores de "mineral" envasada. Porque esa es otra: "mineral" no es lo mismo que "mineralizada", como al final tuvieron que reconocer potentes multinacionales: cobraban 7.000 veces más por cada litro, pero en lugar de acudir a las fuentes se limitaban a procesar y envasar simple agua "corriente" por las cañerías públicas. Dicen que la cuarta parte de toda la que se comercializa bajo marcas es producto de este lucrativo sistema, así que mal cuando acarreas botellas a casa (135 litros persona/año), y peor cuando te clavan un euro en cualquier bar por un dedalín que se agota en un trago.

El Observatorio Mundial ha llegado a considerar que esta frenética elevación del consumo de agua envasada trae "problemas al planeta", y algunos municipios (también Roma y Gandia) ya se lo están tomando muy en serio. Porque como es lógico, lo primero que hay que hacer es demostrar que el agua de grifo es tan buena o más (más analizada, por supuesto) que la que se compra en el súper. Me cuentan que ya hay modo de controlar CO2 (sabor ácido), hierro y manganeso (metálico) PH alto (jabonoso)... Con menos nitratos y sales, ésteres, ácidos grasos y aldehídos, el agua dejará de tener el color de la niebla y el sabor que dicen que tienen los rayos. En el bolsillo y en la columna vertebral, eso que saldremos ganando.

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