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Columna
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Los rojos viven menos

Me siento como una flor tropical trasplantada al frío Norte, se lamenta un personaje de Galdós al que, sin duda, algún hortera de hoy habría podido calificar de "desubicado", que es una palabra tan antinatural y como hecha con los trozos que sobraban de otras muy feas, que si en lugar de un adjetivo intentara ser una comida, habría sido un revuelto de arenques y piel de pollo, o algo así.

"Y además, el diccionario se equivoca", pensó Juan Urbano, "porque dice que el desubicado es alguien que hace o dice cosas inoportunas o inconvenientes, cuando lo que suele ocurrir, más bien, es que se las hagan a él, sea persona o vegetal; o, si no, que se lo pregunten a los cientos de árboles asesinados una vez más por la Comunidad de Madrid, en esta ocasión con motivo de las obras de la carretera de los pantanos: empezaron la obra sin someterla a un informe de impacto ambiental, porque a ellos nadie les dice ni cuántas copas se pueden beber antes de conducir ni cuántas hectáreas de bosque pueden talar; después, se llevaron a otra parte más de ochocientas encinas, chopos y pinos, y ahora que ha muerto el 64% de ellos, desde la Consejería de Transportes se ponen absolutamente fragairibarnes, afirman los pies en el suelo y juran sobre una Biblia: número uno, que el trabajo se llevó a cabo por equipos expertos y con todas las garantías y, número dos, que por cada árbol que se seque, se plantarán tres. Como la segunda cosa será tan verdad como la primera, dentro de nada ya tendrán otro desierto que sumar a su historial".

La pirámide se invierte con el peso del dinero, y "a más renta, más años de vida"

Juan Urbano remató ese último pensamiento con un ademán de hombre abatido y, volviendo la página del periódico, saltó desde la noticia de los 500 árboles devastados en la maldita M-501 a la que hablaba de un estudio del Ayuntamiento de Madrid que asegura que las personas que viven en el distrito de Salamanca tienen una esperanza de vida mucho mayor que la de quienes viven, por ejemplo, en Usera: las primeras es fácil que lleguen a los 80 años, mientras que los segundos no llegarán a los 71, por lo general.

Y dice esa investigación que de ella se puede deducir que "los niveles sanitarios, sociales y económicos, los de desempleo, formación y renta, influyen en la mortalidad", mientras que, en el otro extremo, se ha llegado a la conclusión de que la pirámide se invierte con el peso del dinero y, "a más renta, más años de vida".

O sea, que gracias a los avances de la ciencia, la sociología y la estadística, se confirma que dos y dos siguen siendo cuatro y dos menos dos es igual a cero; es decir, que lo que suma añade y lo que resta quita.

"Vale", pensó Juan Urbano, con una media sonrisa algo torva en la cara, "pues no hay más que hacer una sencilla ecuación para entender que si, tal y como hacen ver los resultados de las elecciones, el barrio de Salamanca es de derechas y allí se vive más, habrá que votar al PP por motivos de salud". ¿Es ése el mensaje? Bueno, pues si lo es, que el PP nos regale un piso en la calle de Ayala, por poner un caso, y nos vamos allí mañana mismo a envejecer encantados, podrán pensar los del Puente de Vallecas o Vicálvaro. Aunque eso ya parece más difícil, ¿no?

La verdad es que no deja de ser extraño que en una ciudad como Madrid haya tantas diferencias entre unos barrios y otros, que parecen ser, en esto y en casi todo, continentes distintos.

Pero que sea extraño no significa que sea difícil de explicar; al contrario, basta con encender la linterna y enfocar tres o cuatro palabras del diccionario para que podamos entendernos: euro, inmobiliario, especulación... Más claro, agua.

A pesar de todo, Juan Urbano fue de regreso a casa de su chica capicúa con la seguridad de que la palabra "desigualdad" es lo contrario de la palabra "democracia", y que, por tanto, si el mensaje oculto del Ayuntamiento de Madrid es de orgullo, están muy equivocados: debiera ser de vergüenza. O igual es que él es un preso de la utopía y así no hay quien entienda lo que pasa, por qué, hasta cuándo. Al abrir la puerta y ver a Ana, se sintió quien más años quería vivir en este mundo. ¿Debería buscarse otro empleo y mudarse a la calle de Velázquez, como quien dice?

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