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Columna
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El puente sobre el río guay

Me entero de la tremenda injusticia por la prensa. El arquitecto Calatrava construyó una obra de arte (en forma de puente) en Bilbao. Pero la obra de arte tenía y tiene unos desniveles tan vanguardistas, que los peatones, al profanarla con sus pisadas, no la veían como una contribución a la belleza, sino como un calvario. De manera que el Ayuntamiento le pidió a otro artista, el arquitecto Isozaki, que proyectara una pasarela en la obra de arte para que acortase el camino. (Y no hace falta decir que la pasarela se convirtió en otra obra de arte). El caso es que Calatrava, que no fue consultado, ha puesto una demanda contra el Ayuntamiento y contra la empresa constructora, pero el juez la ha desestimado. Y ahí está la tremenda injusticia. Este juez sin entrañas ha dictaminado que prevalece el interés público de los ciudadanos sobre una obra artística. Es horrible. (Y cuando digo que es horrible, no me refiero a la mezcla resultante entre la genial pasarela de Isozaki con el genial puente de Calatrava, sino a la situación en sí).

Si Calatrava proyecta una obra de arte para cruzar el río y se quejan, merecerían cruzarlo a nado

Los barceloneses conocemos bien la obra de Calatrava. Al levantar los ojos hacia Montjuïc y ver la Torre de Comunicaciones, nos faltan las palabras para definir su belleza. Yo, por lo menos, por mucho que las busque, jamás las encuentro. Es más, si levanto los ojos en cualquier dirección me quedo sin palabras siempre, porque no hago más que ver obras maestras de la arquitectura, a cual más evocadora. A mí, por ejemplo, la torre Agbar me hace pensar en lo que haría con ella Godzila si por casualidad apareciera por aquí. Por eso, creo que comprendo bien el dolor del artista Calatrava al ver que su creación de Bilbao ha sido estropeada por culpa de las terrenales protestas de los caminantes cardiópatas. Parece mentira. Un arquitecto te proyecta una obra de arte para que cruces el río y a ti se te ocurre quejarte de que el trayecto es largo y tortuoso. Merecerías cruzarlo a nado.

Calatrava hizo el puente así porque es un genio, del mismo modo que es un genio el cocinero que pone nitrato de Chile en una receta. Recuerdo que cuando cené en el restaurante entre los restaurantes, la camarera nos conminó a comer de un solo bocado una de las creaciones, en forma de larva. Uno de nosotros cometió la imprudencia de no obedecer. Dejó la mitad de la larva en el plato, pero no porque le recordara el sabor de un Frigodedo, sino para tratar de asimilar la explosión de sensaciones. "¡Por favor! ¡Si la deja en el plato se deshace!", le riñó la camarera. Y le riñó con toda la razón. Una vez más, está claro que no se hizo la miel para la boca de los asnos.

Calatrava, desde luego, no está solo. Recuerdo que un colega suyo diseñó una casa de cristal y también tuvo que demandar a sus propietarios porque colocaron cortinas por todas partes, cuando la casa estaba pensada para ir sin cortinas. Y no vale la excusa que arguyeron los pusilánimes propietarios. ¿Pues no vinieron a decir que sin cortinas, por efecto de los rayos solares, se sentían como un trozo de lomo en el microondas? Si querías comodidad, haber encargado la casa a un arquitecto menos inmortal.

Por eso, yo vería bien que los arquitectos, cocineros o interioristas estrella, antes de regalarnos sus obras, nos hicieran un examen para ver si las merecemos. Si Calatrava hubiese sabido que los bilbaínos le saldrían tan quejicas, seguro que habría renunciado a la gloria y al vil metal y se habría llevado el puente a otra parte. Habría hecho bien. No faltan lugares en los que los ciudadanos se matarían entre ellos por culminar, jadeantes, todas las etapas del vía crucis. No sé... Pienso en Jaipur o tal vez Jartum. Porque también es verdad que hay lugares a los que es mejor que no vaya. Como Cataluña. Y no porque no le apreciemos. Es para que no suframos el síndrome de Stendhal. Debe comprendernos. Nosotros ya tenemos bastante con los cocineros.

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