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Columna
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Alerta máxima

Como es natural, también en este tema hay división de opiniones. No a todo el mundo le gusta que la iluminación de los cubos del Kursaal, que Moneo diseñó en tono aguamarina, se ajuste de vez en cuando con el calendario y adopte los colores propios de algunas fechas señaladas. Yo sí lo veo bien, como una manera de conectar las obras culturales con la pura realidad, o de representar que la cultura es también o esencialmente un primer plano del mundo y de sus avatares. Como conmemoración del Día Mundial del Sida, los cubos del Kursaal aparecen en estas fechas cubiertos de lazos rojos. Y, bien mirados, sobre su fondo de luces, esos pequeños bucles podrían incluso parecer complementos o piezas de la iluminación navideña. Y tampoco vería mal que así fuera, porque las navidades están, hoy por hoy, sobradas de cosas y faltas de causas "fieramente humanas" que dijo Blas de Otero, y al espíritu navideño no le vendría nada mal dignificarse con argumentos de peso social. En fin, que, si de mí dependiera, los lazos rojos del sida se quedarían ahí hasta enero, como mínimo o como en un intento de "ojos que ven, corazón que siente".

Dudo mucho de la eficacia de este tipo de campañas públicas

Pero no creo, o, mejor dicho, estoy segura de que los lazos rojos se apagarán mañana mismo, como se apagará, dentro de muy poco, la campaña contra el sida que ha puesto en marcha, como cada año, la consejería de Sanidad. De acuerdo con la presentación que hace unos días hizo Gabriel Inclán, el 40% de las personas a las que se les diagnostica una infección por VIH lleva entre cinco o diez años siendo portadora y no lo sabe. Es evidente que esa ignorancia y ese diagnóstico tan tardío no sólo dificultan el tratamiento, sino que aumentan el riesgo de transmisión del virus. Para evitarlo, el lema de la campaña 2007 es: "Si has estado en riesgo, hazte la prueba del sida y sal de dudas", recomendación que se está difundiendo básicamente a través de carteles pegados por aquí y por allá, en cabinas telefónicas, paradas de autobús, centros de salud o farmacias.

Espontáneamente me viene a la pluma la expresión "menos da una piedra", o vale más un cartel que nada. Aunque la verdad es que dudo mucho de la eficacia de este tipo de campañas públicas, tan cortas, puntuales y esquemáticas, que son como islotes de información o de atención en medio de un mar de despreocupaciones y de olvidos (personales, sociales e institucionales), o incluso en un mar, que es pleamar, de contradicciones.

Y para contradicción, la que suponen determinados mensajes y ofertas -de libre acceso en muchos periódicos-, que no son puntuales como los carteles de Sanidad, sino permanentes, que no son islotes de prevención, sino continentes de sexo inseguro, esto es, de sexo violento en el sentido de irresponsable con la vida propia y con la ajena. Mensajes y ofertas a los que cualquiera (y de cualquier edad) puede acceder, tranquilamente, mientras espera al autobús debajo, por ejemplo, de una marquesina forrada de lazos rojos. Me refiero a esos servicios malamente llamados de "contacto" o "relax", cuando deberían calificarse de sin tacto o de alerta máxima, porque están llenos de ofertas (que evidencian exigencias de los clientes) de sexo "sin", sin protección, sin precaución. Y sin que podamos imaginarnos cómo, con semejantes (a)mentalidades, se van a poder frenar los malos contagios.

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