Tribulaciones entre cuento y corto
El relato es la cenicienta de la literatura española. El cine no atiende a lo breve. ¿Existe algún arte que no sea minoritario? Por Luis Antonio de Villena
Si es cierto que no corren buenos tiempos para la literatura fina, y que un mercado ávido de dólares por un lado y de triviales aventuras seudoesotéricas por otro se lleva casi todos los gatos al agua o al desierto, ¿qué decir del cortometraje en cine (antaño predio básico del experimento) y del cuento, al que alguien definió una vez -al menos es un acierto parcial- como la lírica de la prosa? En España hace ya mucho tiempo que cuando un autor, incluso conocido, lleva un libro de cuentos -o de relatos suele preferirse, no sólo para aquilatar sino quizá también para meter menos miedo- a su editor, éste se sobresalta. Le pagará menos anticipo, desde luego; probablemente la tirada será bastante menor y el problema (dicen) está en los lectores. Según esta generalizada teoría al lector español le gusta poco el cuento como le gusta poco la poesía. Prefiere -pese a la cultura de la imagen- una gruesa novela-río que le dé lectura unas vacaciones enteras... Claro que hay largas novelas estupendas, pero igual ocurre al contrario, y la calidad jamás se midió por el grosor. Pero a nadie se le oculta que vivimos tiempos archicomerciales.
Lo curioso es que si el cuento (con la poesía) es la cenicienta de la literatura española, no ocurre lo propio en Hispanoamérica, tan rica en relatos. Todos sabemos que Galdós, Baroja, Aldecoa o Juan García Hortelano escribieron muchos cuentos, pero ¿quién los lee hoy? Borges -un genio- no escribió ninguna novela, sino espléndidos cuentos. Y es cierto, hace años los cuentos de Borges, de Cortázar, de Onetti, de Rulfo o incluso de autores menos clásicos como el argentino Marco Denevi o el guatemalteco Monterroso gozaban de un suficiente y férvido público lector... ¿Por qué no se lee el cuento español? ¿Somos peores cuentistas que los latinoamericanos, o acaso los propios latinoamericanos nuevos se leen menos también? Cierto que hay muchos tipos de cuento, pero desde Chéjov, Katherine Mansfield y Horacio Quiroga (cuando menos) el cuento es como un ágil pedazo de vida del que, por elipsis, sale la vida toda. Pero como es breve, ha de acentuarlo todo. El lirismo -a veces componente de la elipsis- o la narratividad rápida, que aunque pueda parecerlo no es contraria al lirismo más sutil... Curiosamente en medio de la crisis lectora o editora del cuento español (¿dónde confluyen lo editor y lo lector?) los autores que se pretenden más nuevos, hablan y editan "microrrelatos" que vendrían a ser algo así como el "haiku" del cuento. Se supone que la madre de todos los microrrelatos es aquel de Augusto Monterroso (el autor al final parecía harto de este asunto) titulado 'El dinosaurio' y que dice -casi todos lo sabemos de memoria- "cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí", que para más ajustada intención pertenece a un librito de cuentos (otros más largos, desde luego) titulado Obras completas. Tito Monterroso, bajito y amante del latín, era un tipo genial... Argentina y México -recordemos también a Juan José Arreola- están llenos de cuentistas magníficos, desde el relato clásico al microrrelato, que también usó Borges, haciéndose el apócrifo, pues qué otra cosa sino un microrrelato sería Le regret d'Heraclite: "Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca / aquel en cuyo abrazo desfallecía de amor Matilde Urbach". Ah, perdón, acabo de darme cuenta, estos textos de 'Museo', Borges los incluyó en su Obra poética, de donde acaso tuviéramos que colegir que, a la postre, los problemas del cuento y del poema son vecinos... ¿Será eso? ¿Tornamos a hablar de la feroz incultura de nuestro país en estos últimos años, más de un decenio ya? Abramos un paréntesis para pensar: mientras la literatura bestsellerista se alarga (salvemos las excepciones que hay que salvar), las doradas catacumbas producen arte breve: haikus, tankas -la moda japonesa- o el microrrelato de estirpe latianoamericana... ¿por qué, insisto?
El tema del cine es muy otro siendo acaso (de fondo, el mismo). Si las editoriales hoy se sienten más negociantes y peseteras que nunca, el cine siempre se definió como arte e industria -hoy habría que mudar el orden de los términos- y así siempre se supo que una película nunca es sólo cuestión de estilo, director o guión, sino antes que nada, de dinero. Tan claro como eso, sin dinero no hay cine. Pero en otra época no sólo se arriesgaba más (se vivía un entorno más culto) sino que quedaba claro que el futuro director empezaba haciendo cortos. Los iniciales de Almodóvar -que muy pocos han visto, se pasaban en casas de amigos- hicieron secreto furor en la movida, pese a ser un arte necesariamente rudimentario. Cuando bajo algún gobierno de Felipe González se decretó -sabiamente a mi entender- que antes de la proyección que fuera, en lugar del antiguo NODO, debía pasarse un corto, asistimos al éxtasis y a la caída de un género que habitualmente es experimental o sólo se pretende en él "hacer mano", adiestrarse en el oficio, pero que puede sacar piezas tan redondas como el grupo de cortos (quizá un técnico diría mediometrajes, mayor problema aún hoy) que componen Delirios de amor con obras de Félix Rotaeta, Luis Eduardo Aute (un hombre-experimento) y Antonio González, ninguno de ellos demasiado crecidos luego en cine. (En una de esas cintas un Antonio Banderas en sus inicios luce homosexual y desnudo; dicen, pero puede ser un infundio, que él vetaría si pudiese esa cinta). Aunque si hablamos de mediometrajes -pero ha hecho también largos- no podría olvidarme de mi querido papa del underground, el gran Adolfo Arrieta, que en los setenta pasaba por maestro de Zulueta o de un no inaugurado Almodóvar. Arrieta hizo hace tres años un medio (veinte minutos) titulado Narciso cuya acción ocurre en el Olimpo. Se anticipó a Eric Rhomer con su singular adaptación de La Astrea, una novela pastoril francesa, en su última cinta, El romance de Astrea y Celadón. Yo he visto la película en casa de Marta Moriarty, pero ¿dónde puede exhibirse hoy una obra como la de Adolfo? Fuera de los festivales especializados, ¿quién ve hoy un corto? ¿Cómo juzgar el trabajo de tantos artistas que usan la cámara y el guión, incluyendo los Videopoemas de Dionisio Cañas, poeta experimental, suele decirse? ¿Dónde? ¿Es el Gus Van Sant de Last days, por ejemplo, el cine más alternativo que llega a salas comerciales, tarde y a muy pocas? Por otro lado, si pienso en la moda de la horrible novela histórico-esotérica (que ve misterios donde nunca los hubo) o considero la interminable serie de películas de puros efectos especiales, en las que los efectos priman sobre la calidad, es lícito que me pregunte: ¿existe hoy algún arte que no sea minoritario? ¿Ha habido alguna vez un arte no minoritario? Nuestros políticos han de guardarse de no presumir de gestión cultural. Pero nuestra inculta sociedad necesita subvenciones para no perecer. El cuento y el corto son sólo los picos más dañados por la falta de lluvia. Y sin embargo sé, querido Borges, que hubo un tiempo mejor. Sólo queda Villon: "Où sont les neiges d'antan? ¿Por qué no haber titulado estas palabras "desolación"? -
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