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Columna
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Flotante y con alas

Resulta envidiable la buena conciencia que exhibe el consejero Javier Madrazo cada vez que abre la boca. Leer sus declaraciones es como deslizarse sobre una pista de patinaje, hasta que uno pasa de página y siente el alivio de toparse con la realidad, por cruda que sea. Pero, vamos a ver, ¿qué viene a decir este señor que se ubica donde se ubica, por más que se crea que es su monocorde sermón el que determina dónde se ubican los demás? Sabemos ad nauseam, porque no se cansa de repetirlo, que el señor Madrazo es de izquierdas, y no le vamos a discutir esa alineación, que nos parece tan legítima como su contraria. Lo discutible es que se revista de esa etiqueta como de una capa pluvial y contagie izquierdismo allí donde escupe sus oremus. La izquierda soy yo, nos viene a decir, y ésta se halla allí donde yo me encuentro, ya que de no ser así yo me hallaría en otra parte. Este es el argumento mayor con el que justifica todas sus actuaciones y decisiones, y si la conveniencia -pese a su programa, programa, programa, que lo debiera llevar a defender el AVE estando donde está- o alguna treta del maligno lo llevaran a coaligarse con el PP, seguro que trataría de convencernos de que lo había hecho porque el programa de los populares era el más izquierdista de los concurrentes.

Decidir es democrático, pero no todo lo que se somete a decisión lo es

Naturalmente, el señor Madrazo jamás se coaligará con el PP, aunque milagros mayores se han visto y aunque sus cualidades oraculares lo capacitan para coaligarse con cualquiera. Mis simpatías por el PP son escasas, sobre todo por su probada incapacidad para convertirse en ese interlocutor que considero necesario, pero la inquina del señor Madrazo hacia ese partido proviene de la necesidad que el Bien tiene del Mal para poder regodearse en sí mismo. A Javier Madrazo no le preocupa la escasa capacidad de interlocución del PP, sino que lo necesita ahí, fuera, expulsado, en las tinieblas. No es ésa una situación que la haya creado él, sino que le ha venido dada, y la ha aceptado por su necesidad de ejercer el exorcismo político, algo consustancial a su forma de entender la política. Si el lugar del mal lo ocupara otro -el PNV, por ejemplo, si alguna vez perdiera el Gobierno- veríamos cómo basculaban las inclinaciones taumatúrgicas del señor Madrazo y cómo con su imposición de manos sería muy capaz de investir de izquierdismo hasta al PP y de desproveer de ese santo privilegio al PNV. Lo haría, además, sin cambiar de discurso. Él siempre izquierdiza a la corriente dominante, ya que no deja de ser católico, apostólico y romano.

Adscrito a la corriente dominante, es para ella para la que nos quiere vender la burra de una consulta que no es "la consulta", sino una visión edulcorada de ésta, con la que no coincide ni en sus fines. Decidir es democrático, pero no todo lo que se somete a decisión lo es, y la secesión es una de esas cosas, ya que sólo es el resultado de un desastre de la convivencia y el origen imprevisible de otro. Claro que para el señor Madrazo no es la secesión lo que se plantea en esa hueca repetición que nos proponen de una pregunta vacía, pregunta que hallará su plenitud cuando el hastío se la dicte. No, para el señor Madrazo las consultas sólo tienen el objetivo de lograr que los vascos nos sintamos cómodos en España.

No se pregunta si no serán los acomodados los que demandan una mayor comodidad, ni si no será en Euskadi donde los vascos tengan que sentirse cómodos en España, salvo que se esté refiriendo al acomodo vacacional. Tampoco se preguntará si no será esa la tarea que le corresponde como consejero, la de contribuir a que los vascos nos sintamos cómodos en Euskadi, no sólo los de la acomodada corriente dominante, a la que también pertenecen esos desesperados seguidores de ETA a los que tendríamos que socorrer, sino también los otros, esos a los que atribuye con insidia de peón agradecido todos nuestros males últimos -los socialistas-, y esos otros -los populares- a los que ni se digna tener en cuenta porque los necesita en la maldición. Tarea ingrata esta última que tal vez lo obligara a dejar de flotar y a tocar tierra y que quizá le cortara las alas.

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