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Columna
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Obediencia y ahorro

Da la coincidencia de que los asuntos de tribunales más famosos del momento, uno en Sevilla y otro en Granada, tienen un mismo punto de partida: una caja de ahorros. Juzgan al arzobispo granadino, Francisco Javier Martínez, por supuestas injurias, coacciones y lesiones contra un canónigo suyo que por otra casualidad también se llama Javier Martínez, e injuriado se sintió Manuel Chaves, presidente de la Junta, cuando lo acusaron en el invierno de 2001 de espiar al entonces presidente de la Caja San Fernando, José Manuel López Benjumea. El espionaje fue desmentido por los jueces. Chaves se querelló contra sus acusadores. Las acusaciones del canónigo Martínez contra el prelado Martínez, a las que ni el fiscal encuentra fundamento, parecen tener como mar de fondo el desencuentro del arzobispo, obispo de Córdoba en 2002, con la cúpula eclesiástica de Cajasur.

El espectáculo judicial es como una telenovela, con su capítulo diario que continuará mañana, y, en el caso sevillano, las declaraciones de los implicados han ido revelando un mundo bastante interesante y literario, de serie negra. El banquero que se consideró espiado ha resultado ser un espléndido adicto al espionaje. Gastó mucho en seguir a los jugadores del equipo de baloncesto, al entrenador, al presidente de la Comisión de Control de la Caja San Fernando. Pero, según nos acercamos a la realidad laboral de los espías y detectives privados, la realidad se empobrece: los medios técnicos para inmiscuirse en las vidas ajenas son malos; los investigadores, reales o imaginarios, deben recurrir al pluriempleo, entre la vigilancia de sus víctimas y el negocio del embargo y subasta de casas, e incluso trabajar sin cobrar, por parentesco con el detective.

El capítulo relacionado con las autoridades no es menos intrigante. El jefe de los escoltas de Chaves le da al espía falso, porque es de su pueblo, su tarjeta personal para que le sirva de escudo protector. El detective al servicio del banquero lleva a un periódico, por orden de su cliente, un vídeo y una cinta magnetofónica de sus contactos con el supuesto espía. La delegación del Gobierno en Andalucía otorga trato de excepción al presidente de la caja de ahorros, que ni pasa por el libro de registro, ni tiene que presentar denuncia para que la policía se ocupe de su caso. El delegado del Gobierno cena con un periodista del mismo periódico y, hablando de la ETA, le cuenta el caso del presidente de la caja. El periódico elegido publica el caso de espionaje. El delegado del Gobierno es hoy alcalde de Granada por el PP.

La política es bipolar, entre el PSOE y el PP, dos organizaciones que quieren controlarlo todo, empezando por las entidades financieras a su alcance. El banquero Benjumea es un renegado del PSOE, desobediente al partido en la guerra por las cajas de ahorros. El arzobispo de Granada, un especialista en lengua y literatura siriaca formado en la universidad católica de Washington, acusa de desobediencia al sacerdote Martínez, archivero de la catedral, vinculado indirectamente con Cajasur, como en su día acusó de desobedientes a los canónigos de Córdoba que dirigían la caja fundada por el cabildo catedralicio y no querían caer bajo la tutela de la Junta. El entonces obispo cordobés, aun estando en contra de la ley de Cajas del PSOE, no quería que la Iglesia se aliara públicamente con un partido, el PP, y acusó al canónigo presidente de Cajasur de obtener por su cargo ventajas económicas escandalosas, y de intoxicar y manipular la información sobre la batalla con la Junta. El poder de la Iglesia en la caja podía mantenerse sin participación en tareas ejecutivas visibles. Acabó el obispo en Granada, de arzobispo, y volvió a encontrarse con el fantasma de Cajasur. Las cajas de ahorros son un hervidero de pasión.

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