Publicistas
Intuyo confusión en la parte más sensata de espectadores y lectores respecto a las virginales señas de identidad del periodismo, la información objetiva de la realidad, la búsqueda de la sagrada verdad y demás conveniente falacias. Si no existieran los rótulos identificativos sería imposible distinguir en los abusivos debates de la tele a la casta política de los periodistas, pero resulta diáfano que bastantes de los segundos han equivocado su carrera, que el Parlamento y los mítines ganarían espectáculo oratorio con su incendiario verbo, su sabiduría humanística y sus inquebrantables, antipartidistas y honestas convicciones sobre el estado de las cosas.
Igualmente, deduzco que existe una cláusula en los contratos de los presentadores de la tele que les obliga a ejercer de incansables publicistas de los productos de la casa. No es normal que cada cinco minutos de programación el conductor del programa haga un tráiler verbal de las maravillas que nos esperan en esa cadena al terminar su programa, o la próxima semana, e incluso dentro de un año si seguimos vivos. En las retransmisiones de futbol, los audaces comentaristas ejercen de críticos de cine, aconsejándonos que no toquemos el mando a distancia al terminar el partido porque nos espera una apasionante película de Van Damme o de Steven Segal. Pero lo que llega a provocarme afecciones hepáticas es la continua brasa pidiéndole a los amados espectadores que envíen mensajes SMS dando su opinión sobre lo divino y lo humano.
Intento enterarme de las noticias del mundo en el Telediario, pero a cambio de información tan trascendente la sonriente Ana Blanco nos avisa de que esa noche, después de degustar Herederos, veremos Tengo una pregunta para usted. También me percato de que te pueden entrullar o multar por quemar fotos. Decido hacerme pirómano. Por supuesto, en la intimidad.
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