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Columna
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Arrancar la piel

La llegada a Madrid de Rebecca Aldworth fue una bocanada de aire fresco. En un miércoles agitado por un viento sorpresivo aunque al fin invernal, se diría que la directora en Canadá de The Humane Society traía consigo temperaturas árticas. Pero mientras Matilde Figueroa, responsable de Prensa de la Fundación Altarriba, y yo misma nos encogíamos de frío por Cedaceros, Aldworth se encaminaba hacia el Congreso acariciada por lo que, sobre la piel desnuda de sus brazos, aparentaba una agradable brisa de verano. Hay quien la considera un ángel. Y pudiera serlo: una cortina de pelo rubio y lacio cae a lo largo de su espalda sin invadir jamás la tersura de su sonrisa, y camina decidida, pero con una levedad que parece aprendida de pisar por el hielo y acostumbrada a una suerte de ubicua clandestinidad. Viene de un infierno que no es negro y ardiente sino gélido y blanco. Cada año desde hace nueve, y con el objeto de documentarla con su cámara, Rebecca asiste a la matanza de bebés foca en la costa este de Canadá. Durante los últimos tres años, más de un millón de crías han sido asesinadas para arrancar su piel con una crueldad de la que Aldworth es testigo. Desde una zódiac, poniendo en peligro su pellejo frente a la intimidación de las autoridades y las violentas amenazas de los cazadores, asiste en la escena del crimen a una carnicería que le ha robado para siempre el sueño. No lo aparenta. Su aspecto saludable exhala una belleza cuyo origen se sospecha de naturaleza moral.

Rebecca Aldworth pedirá al Gobierno de la nación que rechace el mercado de productos de foca

La otra noche, en ese producto de consumo televisivo que la Cuatro ha titulado Supermodelo 2007, las supuestamente guapas concursantes llevaron a cabo un desfile con pieles. Una belleza robada, inmoral, cuya procedencia deberían conocer productores, diseñadores, directivos de la cadena, anunciantes y espectadores. Rebecca Aldworth la conoce (cualquiera puede hacerlo en www.protectseals.org): las crías de foca indefensas, de entre dos semanas y tres meses de vida, son asesinadas a golpes y arrastradas de un gancho antes de ser desolladas. Sin embargo, y según informes de veterinarios independientes en el 42% de los casos no existe prueba suficiente de daño craneal que garantice que estuvieran inconscientes o muertas en el momento de la desolladura. O lo que es lo mismo: a casi la mitad de esos bebés se les arranca en vivo la piel que después adornará los cuellos de iconos de las pasarelas de la moda, de respetadas personalidades de la vanidad social o de fútiles concursantes de televisión.

La visita de Aldworth tiene como objetivo pedir al Gobierno que rechace el mercado de productos de foca, algo que ya han prohibido Holanda, Austria, Bélgica, Croacia, Italia, México o Estados Unidos y cuyo proceso está en marcha en Reino Unido, Francia y Alemania. La Unión Europea aprobó en 2006 una resolución histórica que solicitaba la prohibición de productos de foca, con el apoyo récord de 425 miembros del Parlamento Europeo (entre ellos, muchos españoles), y la Comisión Europea está valorando los aspectos de esta cacería; sus conclusiones podrían conllevar una prohibición global en la UE. También en 2006, el Consejo de Europa aprobó un llamamiento a los 46 países miembros para que promovieran esta prohibición y el diputado Francisco Garrido, de Los Verdes (Grupo Socialista), ha presentado por segunda vez al portavoz Diego López Garrido una Proposición No de Ley para su debate en el Congreso.

El frío miércoles pasado, el Ministerio de Medio Ambiente garantizó a Aldworth y a Figueroa que su informe sería favorable ante Comercio, aunque no se comprometió a una acción para prohibir la matanza de focas. Altarriba (www.altarriba.org) realiza una ronda de contactos parlamentarios para recabar apoyos a una ley deseable antes de las elecciones. Sería un gesto en protección animal que dignificaría a este Gobierno y lo situaría una vez más a la cabeza del progreso mundial. Quizá Aldworth recuperaría así parte de su sueño y el frío nos parecería una brisa estival. Una brisa moral.

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