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Columna
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Tiempos sagrados

Me han impresionado los nuevos uniformes del Sevilla para la Liga de Campeones, en dos versiones: gran cruz corinto sobre el tradicional blanco sevillano y bandera española al cuello, y, en la versión negra, cruz silueteada en rojo sobre el torso y, franja tricolor sobre el estómago, la bandera de España como una vitola de puro. El rojo y el negro harán pensar a algunos en los colores de la CNT o del viejo partido Falange Española. Blanco y negro son colores sacerdotales, papales, y el uniforme del Sevilla resulta monumental, con unión de sentimientos nacionales y religiosos añadidos a la marca de las camisetas, el escudo del club y la publicidad, la alianza entre nación, religión y negocio. La ascensión del Sevilla, excelente de juego y resultados, lo ha hecho equipo de España más que nunca, representante en Europa, y el fetichismo futbolístico mundial agradecerá su alarde de diseño y exhibición de signos emocionantes.

Siempre han sido los futbolistas portadores de modas. En las fotos de los años setenta se les ve con el pelo largo, y la melena y la barba del lateral alemán del Madrid Paul Breitner le daban entonces al jugador prestigio de maoísta. Se llevaba entonces la camiseta ajustada y el calzón apretado y corto, cosas de la época. La moda que difunden hoy las camisetas del Sevilla es más seria. El enemigo que ultraje la camiseta del club se arriesga a ser perseguido por ultraje a España y ofensa a los sentimientos religiosos. Parecen de toda la vida, la bandera y la cruz, pero fundamentalmente son muy actuales, muy americanas. El presidente Bush, con bandera nacional en la solapa, inicia las reuniones de su Gobierno con un momento de oración en común, o eso cuentan los periodistas John Mickeltwait y Adrian Wooldridge en Una nación conservadora. Es tiempo de patrias convertidas en religión y de religiones convertidas en patria.

Un asunto menos recreativo es el del eurodiputado del PP Vidal-Quadras, que, hace dos semanas, llamó en la radio a Blas Infante cretino integral y payaso, aunque quizá Vidal-Quadras pensaba en Pi y Margall, presidente de la primera República y maestro de Infante en federalismo. Los adjetivos del eurodiputado reflejan la ponderación y categoría moral del que los usa. Pero también han dejado ver la altura del ambiente político e intelectual general. El presidente Chaves pide al PP que sancione a su eurodiputado por "la desconsideración brutal". Ha ofendido al padre de la patria andaluza, al Parlamento, a Andalucía entera. No sé si el castigo que merece el blasfemo es la suspensión de militancia, la expulsión de la vida política, el extrañamiento.

Un paso más exigen desde la Fundación Blas Infante. Quieren que el Consejo de Gobierno de la Junta se querelle contra el ultrajador. Lo leo el sábado en el teletexto de Canal Sur y me pregunto con qué base jurídica se podría perseguir judicialmente a Vidal-Quadras. Se puede, o eso creo. El Código Penal castiga las "ofensas, ultrajes de palabra, por escrito o de hecho a España, a sus Comunidades Autónomas, o a sus símbolos o emblemas, efectuados con publicidad". Si la bandera y el himno son símbolos, ¿no lo es el padre de la patria, creador del himno y la bandera, como Sabino Arana creó la bandera bicrucífera vasca?

Pero sería lamentable que la política siguiera esa deriva sacralizadora. Por encima de ser padre de la patria por nombramiento de un poder político, Blas Infante fue un político y un intelectual, sometido como tal a las inclemencias de la crítica y la caricatura. Los políticos no son, por el momento, profetas ni dioses, y lamentable sería también vivir en un Estado donde profetas y dioses tienen un trato de excepción.

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