Fidelidad al folletín

Boris Izaguirre (Caracas, 1965) publicó, estos mismos días, un artículo sobre la función de las telenovelas en el transcurrir político e histórico de Latinoamérica. Como guionista de telenovelas que él mismo fue, se agradece que teorice sobre las posibilidades de este género como mecanismo de representación y "explicación a las rupturas económicas y sociales que suceden en la realidad" latinoamericana, aunque recordando algunas de las telenovelas venezolanas (y colombianas y argentinas) que se pudieron visionar por estos lares resulta bastante difícil no ver en ellas un más de lo mismo de lagrimeos, simplificaciones sociales y defensa a ultranza de valores y roles francamente reaccionarios. Al iniciar aquel artículo, Izaguirre reconoce que tomó "prestados algunos elementos de este género (la telenovela) para vincularlos con la zozobra política tan característica" de los países americanos.
Villa Diamante
Boris Izaguirre
Planeta. Barcelona, 2007
490 páginas. 22 euros
En venezolano optó en su novela Villa Diamante por el folletín, cuando pudo optar por un sistema narrativo que le hubiera posibilitado mayores resultados estéticos y sociológicos puesto que es éste uno de los propósitos más o menos declarados de su libro. Tal vez no hubiera sido una mala elección de la tradición realista, la elección de un narrador omnisciente sin interferencias del propio Izaguirre (como se nota a las claras en varios trámites del relato) y un mayor cuidado, dicho sea de paso, de la prosa, que se muestra a ratos de complicada digestión por lo inoperante y a veces ilegible ("¿qué hacía Gustavo asistiendo a esas demostraciones de gimnasia femenina que no fuera lo peor que pudiera pensar?"), con adjetivaciones de dudosa eficacia narrativa ("silencio inmóvil"). (Y por cierto, un mayor cuidado en la edición por parte de la editorial que evitara confundir al pintor Giorgio Morandi con un tal Morandini).
Villa Diamante, narrada en tercera persona, transcurre, luego del fin de la dictadura de Juan Vicente Gómez en Vanezuela en 1935, durante otra dictadura aún más terrorífica y depredadora (enriquecimiento de las capas dirigentes y satélites sociales a partir de los descubrimientos de nuevos pozos de petróleo), la de Marcos Pérez Jiménez. En este contexto, Izaguirre incrusta a una familia que se ha ido enriqueciendo gracias a los dividendos que devengó callar e incluso colaborar con el régimen. Una heroína de clara filiación folletinesca, con disimulada orfandad incluida, colaboran a crear un producto literario de escaso vuelo artístico. Pero ésta fue la elección de Boris Izaguirre. En su propio país tenía referentes de parecida tesitura, por ejemplo, ahora me viene a la memoria Después Caracas (1995), la excelente novela de José Balza. No obstante, hay que agradecer la honestidad de Izaguirre. Fue fiel a un género. Si la disyuntiva era novela o bolero de denuncia, el autor venezolano se quedó con lo segundo. -
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