La masificación da paso al trato personalizado
En las décadas de los ochenta y noventa de la universidad colgaba el apelativo "de masas", con todo su sentido positivo, en oposición a "de las élites", negativo y demasiado multitudinario. Esta polisemia ha pasado a la historia. Según datos facilitados por la Consejería de Universidades, el sistema público universitario valenciano, en el curso 1996-1997, cuando ni siquiera existía la Universidad Miguel Hernández, contaba con 126.597 alumnos y 143 titulaciones. Justo una década después, el número de alumnos ascendió a 127.582, incrementando considerablemente el número de carreras hasta llegar a 213. El número de docentes también aumentó en este periodo, de rozar los 7.000, a superar los 10.000.
También el cambio de década ha propiciado una mayor preocupación por los alumnos. De ahí que todas las universidades públicas valencianas hayan desarrollado programas de acogida para los nuevos alumnos, de acción tutorial, jornadas de puertas abiertas, etcétera. Por poner algún ejemplo, en la Universitat de València, desde que hace cuatro cursos arrancaran los proyectos de innovación con tutorías para los alumnos de primero, han participado 9.583 estudiantes y 770 profesores. Como el número de estudiantes que acudía a las tutorías se ha ido reduciendo, la institución ha puesto en marcha en algunas titulaciones y talleres convalidables por créditos con la misma intención: ofrecer al estudiante las herramientas básicas para manejarse en la universidad.
Félix Buendía, profesor del departamento de Informática de la Politécnica de Valencia, opina que la universidad ha cambiado en sus aspectos más formales, aunque mantiene su principal objetivo de formación. Percibe que, aunque la interacción entre profesor y alumno se ha incrementado por el uso de Internet, sigue manteniéndose cierta resistencia al cambio en los docentes; adaptarse a las nuevas tecnologías pedagógicas siempre conlleva una mayor dedicación.
Rubén Piculo estudió Biología y Ciencias Ambientales y ahora cursa un máster oficial en la Universitat. Como alumno, valora los avances tecnológicos haciéndose eco además de otras transformaciones en la evaluación a lo largo de los años. "En muchas asignaturas los trabajos representan el 30% de la nota y son obligatorios. Antes el examen puntuaba el 100% y los trabajos, de carácter voluntario, te permitían subir algo". Prefiere este sistema porque propicia mucho más que el alumno demuestre lo que sabe a través de su trabajo diario.
Antonio Ariño, que además de vicerrector es sociólogo, apunta a un cambio en el perfil del alumno que ha coincidido con el cambio tecnológico y con el fin de la masificación: el compromiso de los estudiantes con la universidad. Son cada vez más flexibles, afirma, ya que la compatibilizan con "trabajillos esporádicos", que generan, ineludiblemente, problemas en el seguimiento de los estudios. "Si hace dos décadas las universidades vivieron un cambio revelador dejando de ser elitistas y permitiendo el acceso a todas las capas sociales, ahora el reto es la democratización del conocimiento. Nos debemos preocupar por los alumnos con menos recursos, analizar las causas del abandono...", concluye.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.