Ser joven
La gente dialoga con la televisión, le pide novedades, las busca y las encuentra. Ahí estaba, el martes por la noche, la nueva serie española de Cuatro, Gominolas, dispuesta a ser devorada. Y así ocurrió. Reunir a 3,2 millones de personas es un éxito: fue la serie más vista dentro de una competencia sin miramientos. Una excelente careta, una musiquilla tan incordiante como evocadora de los parchises de los años ochenta, unos actores populares y la promesa de nostalgia dosificada sobre lo que pudo haber sido y no fue de un grupito de niños exitosos, crearon suficientes expectativas. Había ganas, claro. Un buen inicio.
Los primeros capítulos son decisivos cuando se trata de expectativas: otra cosa es la fidelización del espectador, mucho más complicada. Ahí interviene la implacable dinámica de materializar cualquier idea. En este caso, una idea ambiciosa: pasar del cómo mola ser Gominola, ganar pasta y salir en la tele, a desaparecer, veinte años después, en el anonimato universal. Una situación banal si no hay drama por medio: aquí lo hay. Los gominolos son unos adultos tan desastrosos que sucumben al síndrome Peter Pan, un mal común. Rehacen el grupo y se confirma el desastre: "¿Qué haces cuando no puedes vencer tus problemas porque el problema eres tú?". Qué duro es ser joven.
La tragicomedia es el más difícil de los géneros. Sólo la ironía y el spleen -que se derrocha en Entourage, la serie americana de Canal +- la salvan de la caricatura. El ingenio del guión, desbordante en este primer capítulo, no basta. La extravagancia requiere sutileza y no la sobreactuación -clásica ya- de las series españolas: ¡Queremos creeros, chicos! ¡No hace falta que exageréis tanto! Los actores españoles -casi todos- deberían meterse eso en la cabeza. La tele agiganta defectos y virtudes: la naturalidad es un plus. Para muestra el magnífico documental (TVE-1) sobre los niños del Chad: un drama que se explica solo.
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