Pequeño gran hermano
El Tribunal Supremo ha sentado jurisprudencia por primera vez en España sobre el uso de Internet en las horas de trabajo.
El fallo no es exactamente tranquilizador para los derechos de cualquier trabajador, pero al menos esclarece algo el limbo jurídico sobre la utilización de esta herramienta.
Sepan que a partir de ahora su jefe tiene derecho a recriminarles si hacen uso excesivo de Internet en horas laborales, lo cual no significa que esté autorizado a acceder a su correo electrónico. También las empresas tendrán la obligación de elaborar una serie de normas respecto al uso del sistema.
Pero nada dice el fallo del Tribunal Supremo sobre el control de los archivos temporales. Su rastreo permite descubrir la actividad digital de cualquier usuario. Ha habido más de un caso en el que este tipo de exploración ha servido para sancionar a un empleado y en alguna ocasión hasta para ser despedido.
Quizás sea exagerado, pero no nos hemos distanciado mucho de cuando desconocíamos qué era Internet. Por entonces, había empresas que tenían a sus particulares chivatos que delataban a sus compañeros con la ilusión -no siempre correspondida por los jefes- de ser ascendidos. Tal conducta es innata a la miseria de muchos humanos, con o sin Internet. Los Gobiernos también lo hacían; y continúan haciéndolo. La Unión Soviética y sus satélites gastaban ingentes cantidades de dinero para investigar la actividad de sus ciudadanos.
Esa excelente película titulada La vida de los otros describió bien la enfermiza obsesión de vigilancia de la Stasi, la policía secreta de la Alemania Oriental. Otro filme, La conversación, nos contó cómo una empresa contrataba a un excelente experto en seguridad para escuchar a dos de sus empleados. Y Mitterrand cayó en la paranoia cuando montó un servicio de escucha desde el Elíseo para controlar a personajes famosos.
Nos vigilan con cámaras en la calle, en los lugares de trabajo y quién sabe si hasta en casa a través de nuestros maridos y mujeres. Siempre queda el consuelo de pensar que el poder no tiene recursos suficientes para digerir toda la información; y a veces se le pasa porque, en definitiva, está en manos de humanos.
Pero, por si acaso, mejor no bajar la guardia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.