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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

El patriarca del folclor soviético

El ex bailarín, coreógrafo y patriarca del folclor soviético Ígor Moiséyev vivió desde pequeño los avatares de aquellos años convulsos. En Moscú comenzó unos estudios privados rudimentarios de ballet (algo habitual en la época) hasta que entró a estudiar en el Bolshói, donde siguió cursos intermedios entre 1921 y 1924. A los 18 años, y ante la carencia de figuras masculinas egresadas (había pasado por clases con Mordkin y Gorski), entró a formar parte de la plantilla de la compañía y allí permaneció con categoría de solista hasta 1939.

Fue escogido en 1925 por Vasilienko para encarnar el protagonista del ballet de tema bíblico José el Hermoso, que indirectamente y bajo cuerda se inspiraba en una obra casi homónima hecha por Mijaíl Fokin en el exilio parisiense en 1914 (La leyenda de José, con música de Richard Strauss).

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Ígor Moiséyev, coreógrafo y maestro de baile ruso

El primer ballet que creó Moiséyev fue un gran éxito de público: trataba de un partido de fútbol, El goleador (con música de Víctor Oranski), y lo bailaba un primer bailarín amigo suyo de entonces: Asaf Messerer, luego eminente maestro, y que transmitió este precioso cameo balletístico hasta hoy. Lo bailó Vladímir Vassiliev en los sesenta.

En 1930, en una filial para desarrollo de los jóvenes del Bolshói, Moiséyev y Messerer hicieron al alimón una versión de La fille mal gardée bajo el título de Vanas precauciones, que también marcó un hito en la historia del naciente ballet soviético.

En 1932 recreó en el Bolshói Salambó (sobre guión del original petersburgués de Alexander Gorski basado en Flaubert), con la música de André Heinrich Eugen Arends, y que bocetaba su línea humorística y satírica.

Volvió a trabajar con Oranski en 1935 para hacer Los tres gorditos, y en 1936 le nombraron director de la sección coreográfica del Teatro del Arte Folclórico, recientemente fundado, y de donde surgió un año después el primer conjunto de baile folclórico soviético, con un debú internacional histórico en 1945 en Finlandia tras el fin de la guerra ruso-finlandesa.

En su compañía progresivamente sustituyó a los bailarines aficionados por profesionales de una escuela que él mismo estructuró y donde se enseñaba, primero, ballet académico. Contra todo pronóstico y en plena guerra fría, Moiséyev y su grupo de folclor coral debutaron en Londres en 1955 y en Nueva York en 1958. Ahí se cimentó su gran popularidad e influencia sobre todas las manifestaciones oficiales del folclor de los países comunistas de Europa oriental. Para algunos estudiosos y puristas, era espectacular y colorista, pero falto de rigor antropológico y de estudio filológico. Los poderosos partidos comunistas de la época de Francia e Italia le hicieron viajar por toda Europa una y otra vez con sus recreaciones acrobáticas de los bailes de cosacos, tártaros y uzbekos, entre otros.

Su mujer, Tamara Zeiffert, y su hermana Olga Moiséyeva formaron durante años parte del conjunto. En su autobiografía relató cómo estas dos mujeres fueron siempre su gran apoyo. También contaba cómo concibió la Jota aragonesa (sobre música de Glinka) -para muchos críticos, su mejor pieza no rusa, en la que también planea la sombra de Fokin.

La gran obra coreográfica en el teatro Bolshói la hizo en 1958 cuando retomó la partitura de Espartaco de Kjachaturian (en línea muy distinta a la que había hecho Jacobson dos años antes en el Kirov de Leningrado) e hizo hincapié en la parte heroica y casi épica del estilo moscovita característico del apogeo del realismo socialista; la estrenó Maya Plisetskaia, con diseños de Konstantinov. Fue el primer ballet soviético visto completo en el Metropolitan Opera House, el 12 de septiembre de 1962, con Dimitri Begak como Espartaco y Plisetskaia como Frigia). En muchos aspectos, Yuri Gregorovich retomó el estilo de Moiséyev 10 años después, para la que se ha convertido en obra canónica desde entonces.

Una antigua discípula y bailarina, hoy prestigiosa crítica de ballet, Tatiana Kouznetsova, escribía hace poco: "Egocéntrico y dictador, Moiséyev no designó un sucesor, pero su arte vivirá sin él".

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