Cartas al joven Santiago

Franz Kafka, novelista, idealizó a Milena Jesénska para transmitirle a través de un denso epistolario su doloroso amor. Milena existía, por supuesto que sí. Llegó casi hasta enloquecer al escritor checo. Su compatriota Rainer Maria Rilke, homosexual, escogió a un joven poeta como él y admirador suyo para hablar de la vida. Escrivá de Balaguer, santo aragonés, recogió en Camino una serie de máximas para fortalecer a sus seguidores en la verdad única y elitista del Opus Dei y alejarles del peligro del derrotismo.

José María Aznar, político de Valladolid, ha preferido dar rienda suelta a la imaginación. Ha optado, sí, por el "formato carta", pero ha dirigido sus pensamientos al

"joven universitario Santiago", un personaje ficticio que lleva el mismo nombre que el patrón de España. "Ser español lo impregna y lo incorpora todo". España es un deber, le recuerda el líder conservador. Quede claro que el ex presidente del Gobierno no trasluce ningún atisbo de sentimiento erótico hacia Santiago, a diferencia de Kafka con la desposada Milena, en ese compendio de cartas que acaba de publicar Planeta y que forman parte de los tres volúmenes que el presidente de FAES se comprometió a escribir con la editorial catalana cuando abandonó La Moncloa en 2004.

Aznar deja a entender que conoce

a la familia del muchacho. Le encarga que les transmita sus saludos. Las cartas asemejan a veces el tono paternalista de Escrivá y en ocasiones la remembranza de aquellos ya superados, afortunadamente, avisos de alerta que los niños católicos del franquismo digerían matinalmente asustados en la Iglesia a través del Misalito Regina del Padre Ribera.

¿Existe, en realidad, Santiago? ¿Es rebelde? Aznar no lo dice. Hace de hombre-orquesta. Escribe y a la vez contesta a supuestas misivas del joven. A veces le recrimina -se recrimina- cuando plantea dudas sobre

el nacionalismo, el terrorismo o la izquierda. "Me dices que califican tu postura de facha. Tú tranquilo". No te quejes, le dice su autoimpuesto y criticón tutor. Desconfía del relativismo, de quienes te prometen felicidad. Sé prudente, le aconseja. Lástima que no estén recogidas las cartas del chico. En cualquier caso, su nuevo y sesudo amigo le abraza y dice que sus padres "han hecho un buen trabajo" con él. Un gran alivio.