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Columna
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El negocio de las multas

Quizá no ocurra siempre, pero es bastante común que cuando uno se siente amenazado diga la verdad, y Juan Urbano se preguntó si eso, verse obligados a decir una verdad que todos sospechábamos y ellos silenciaban, es lo que están haciendo estos días los agentes de tráfico que protestan en Madrid porque se sienten maltratados por el Ayuntamiento.

El maltrato que denuncian está relacionado, en principio, con su falta de seguridad, porque los agentes de Movilidad se quejan de las agresiones que algunos de ellos han sufrido a manos de conductores histéricos que, al parecer, en algún caso han llegado a intentar atropellarlos con sus coches tras descubrir una denuncia en el parabrisas o recibir una orden en medio de la marea del tráfico: desvíese, continúe, no pare ahí... Para evitar riesgos, los agentes piden, como mínimo, ir en parejas y así poder defenderse de los vándalos, ya que la ley les impide llevar armas; y algunos exigen también poder trabajar motorizados, porque escapar a pie de quien quiera pegarles es imposible. Pero el caso es que, al margen de ese problema, que sin duda no es pequeño ni debe ser tolerado, porque una sanción no se recurre a puñetazos sino con un pliego de descargo, en cuanto los agentes se han visto en una situación de debilidad, han sacado a la superficie otras verdades. La más llamativa, que las órdenes que reciben de sus superiores parecen ir más encaminadas a llenar de dinero las cuentas municipales que a solucionar el caos circulatorio de la ciudad.

Su relato de los hechos es tremendo. Dicen que sus jefes les conminan a poner el mayor número de sanciones posibles, tanto cuando están regulando el tráfico como cuando salen en una grúa a retirar vehículos mal aparcados, y que los agentes que más multan reciben diferentes premios, entre ellos el de poder llevar moto o coche y así cambiar de ubicación para ir a lugares menos comprometedores; el de ser enviados a las calles más tranquilas o incluso el de salir una hora antes del trabajo. En el extremo opuesto, a los que no cumplen con las expectativas, que son los que no ponen entre 15 y 25 multas diarias, se les castiga colocándolos en los puntos más conflictivos de Madrid, lugares como las plazas de Colón, Cibeles o Carlos V, donde su labor resulta agotadora.

Los agentes denuncian que esa voracidad recaudadora del Ayuntamiento no sólo se lleva a cabo a pie y con las grúas, sino también con los radares móviles, que en lugar de ser colocados en los sitios más temibles de la capital, aquellos donde el exceso de velocidad resulta más peligroso para los peatones, se llevan a las vías más grandes y transitadas con el único fin de seguir poniendo multas. Los policías afirman que los cursos de operador de radar se imparten de manera selectiva, y sugieren que el personal elegido devuelve el favor con creces: "A esos compañeros", dicen, "les basta con dos horas de trabajo, porque en ese tiempo ponen 20 o 25 multas por exceso de velocidad y listo: con eso, ya no tienen que justificar nada más".

Las consecuencias no se han dejado de notar en la plantilla, que hace tres años contaba con 1.150 funcionarios y hoy se ha reducido a 580, casi exactamente la mitad. Algunos de los que faltan se han ido a la Policía Municipal o a las Bescam, donde cobran más y tienen menos miedo porque pueden ir armados, y otros están de baja laboral por depresión: según las cifras que ellos mismos han hecho públicas, el nivel de absentismo laboral y las bajas médicas afectan de media ni más ni menos que al 30% de la plantilla, aunque el pasado verano se llegó al 38%. Qué raro que el atasco no se aclare nunca en la capital...

Juan Urbano se fue a casa pensando que todo eso que acababa de leer en el diario era una pésima noticia, porque evidenciaba el modo en que estos políticos usureros interpretan a los ciudadanos no como su fin esencial, sino como un simple medio para llegar al poder y enriquecerse vaciándoles los bolsillos. O sea, que el tráfico es una desgracia para nosotros y una gran suerte para ellos: cuánto peor esté, más euros entrarán en la caja fuerte. ¿Y a eso le llaman gobernar?

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