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Columna
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Cuando González

Escribe Vasili Grossman en Vida y destino que nada es más duro que ser hijastro del tiempo, que no hay destino más duro que sentir que uno no pertenece a su tiempo, que el tiempo sólo ama a aquellos que ha engendrado: a sus hijos, a sus héroes, a sus trabajadores, que no amará nunca a los héroes del tiempo pasado igual que las madrastras no aman a los hijos ajenos. Y añade: qué ligero se va el tiempo sin hacer ruido. Ayer mismo todavía confiabas en ti, alegre, rebosante de fuerzas, hijo del tiempo y hoy ha llegado un nuevo tiempo, pero tú no te has dado cuenta. Ahora cuando andamos en las celebraciones del 25 aniversario de la victoria socialista en las elecciones del 28 de octubre de 1982 se advierte una pugna por establecer la caducidad o la vigencia de ese tiempo.

La noche del escrutinio, González la vivió bajo un ataque de responsabilidad sobrevenida

En todo caso, los resultados de esas elecciones fueron abrumadores para los ganadores encabezados por Felipe González. Aquella noche del escrutinio, González la vivió bajo un ataque de responsabilidad sobrevenida. En su comparecencia del hotel Palace eso es lo que reflejaba su rostro, donde apenas hubo espacio para la sonrisa ni abandono alguno hacia la euforia. Todo componía un mensaje muy determinado hacia la militancia y los votantes de disciplinada contención, de convocatoria a una tarea de gobierno que se adivinaba muy exigente. Se decía sin palabras que estaban fuera de lugar los excesos, la barra libre, la vuelta de la tortilla. González ganaba con el lema del cambio pero estaba descartado desde el principio que nadie pudiera sentirse intranquilo, porque el propósito indeclinable era el de gobernar para todos.

Estamos recordando el momento inaugural en el que iba a constituirse un Gobierno con gentes de buena formación académica, con experiencia vivida en otros países y con dominio de lenguas extranjeras aunque muchos carecieran de ese cursus honorum que se sedimenta con el paso previo por concejalías, consejerías, direcciones generales o subsecretarías, donde se adquiere la familiaridad del manejo administrativo y presupuestario. Para algunos todo el aparato previo conocido consistía en haber dispuesto de una secretaria y el nuevo presidente les aventajaba tan solo en haber tenido dos para auxiliarle.

Las evocaciones tienden a ser embellecedoras, pero sobre el terreno la situación presentaba caracteres abruptos.

Veníamos de la sentencia dictada contra los participantes en el golpe del 23 de febrero de 1981. Se descomponía la Unión de Centro Democrático (UCD), que era el partido en el Gobierno desde 1977. Los terroristas no cejaban en su propósito de muerte y desestabilización. Entre el día de las elecciones y el de la investidura celebrada el 1 de diciembre era asesinado por ETA el general Lago, jefe de la División Acorazada. Ni sombra de tregua alguna. El nuevo presidente se puso a la tarea aquí y en el ámbito internacional. Enseguida averiguó que muchas de las cosas que ayudan a ganar las elecciones al día siguiente se convierten en inconvenientes para gobernar. Así sucedió con el lema de OTAN, de entrada no. Concluyó que de salida tampoco y con el tiempo hubo de convocar un referéndum para nuestra permanencia en la Alianza. Mientras, se negociaba la adhesión a la Comunidad Europea y se revisaba el Convenio de Defensa con Estados Unidos.

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Felipe González sí traía hechos los deberes internacionales. Había viajado con intensidad y había forjado amistad con algunos de los líderes europeos más relevantes: el canciller alemán Willy Brandt, el primer ministro sueco Olof Palme, el canciller austríaco Bruno Kreisky, el presidente francés François Mitterrand. Conocía nuestra América palmo a palmo y había obtenido el respeto de todos sus líderes.

Ahora que acaba de aparecer el volumen The Reagan Diaries en Harper Collins podemos leer en las notas del 21 de junio de 1983 las primeras impresiones del presidente norteamericano con ocasión del primer encuentro aquel día en la Casa Blanca. Presenta a su interlocutor español como agudo, brillante, simpático, joven, moderado y socialista pragmático. Resume que conectaron bien según deseaba Felipe.

Más adelante, el 6 de mayo de 1985, cuando se encuentran en Madrid durante la visita oficial de Reagan, el presidente americano subraya cómo después de la conversación pasaron a ser Felipe y Ron. Pero aquella simpatía para nada impidió sostener los intereses nacionales y modificar los acuerdos de Defensa con Washington y reducir la presencia militar americana en España.

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